LEXI I

228 39 59
                                    


Vuelvo a mirar mi teléfono, una vez más, porque quiero cerciorarme de que no me he equivocado; y por supuesto, no lo he hecho. Mis amigas se fueron hace quince minutos a comprar helado y me acaban de avisar que les tomará unos cuarenta volver.

Por qué, no tengo idea, pero honestamente, no me sorprende; debí ir con ellas pero no puedo resistirme al mar, y luego de estar ya cinco días juntas me viene bien un poco de soledad, siempre me viene bien.

No es que esté cansada de ellas, nunca podría estarlo, pero mi personalidad es naturalmente más solitaria, y cada cierto tiempo necesito recargar mis baterías sola, me da tiempo de pensar, reflexionar, imaginar; me da calma.

Todo sería perfecto y de hecho disfrutaría increíblemente de esta soledad si no fuese por una cosa: el sol.

Hoy es uno de esos días en que perfectamente podrías freír un huevo sobre la arena, el calor es casi insoportable y el sol debe estar provocando más de algún daño en esta playa, sobre todo a mí.

Cuando tenía 15 años amaba estar tirada al sol, bronceando mi piel por horas sin tener ningún tipo de conciencia sobre el daño que me hacía; pero ya no tengo 15 años. Tengo 25, y atrás han quedado mis días de creerme inmortal, sobre todo después de que tuviesen que sacarme dos manchas provocadas por el sol cuando sólo tenía 18 años. Aunque eran inofensivas, tenían el potencial de convertirse en algo más, sobre todo pensando que ya las tenía a los 18 años, no a los 60.

Ahí decidí que definitivamente prefería estar blanca y pálida antes que quedar cubierta de cicatrices tan joven, o mucho peor teniendo cáncer de piel. No es fácil para mí, porque amo el sol, amo el calor, y amo estar al aire libre; pero a medida que uno crece, crece también la conciencia y la responsabilidad; y sin duda alguna aún quiero vivir mucho más.

Debí pedirles que me ayudaran a poner protector solar en mi espalda antes de irse, pero lo olvidé y ahora me encuentro aquí, sola; intentando buscar una pronta solución a mi problema. Podría ponerme la polera, de forma que mi espalda quede cubierta hasta que regresen, pero el calor es infernal y necesito con urgencia calmarlo entre las olas. Además, no tengo mucha intención de obtener un bronceado con mangas puestas.

También podría buscar alguna sombra, si es que existiera, pero no veo ninguna lo suficientemente cerca para caminar con todas mis cosas y las que mis amigas dejaron aquí.

Mi mejor, y peor, solución es pedirle a alguien que por favor me ayude. He llegado a esta conclusión luego de un arduo debate conmigo misma, pues si hay algo que no deseo es que un extraño ponga sus manos sobre mi piel, pero pareciera que no tengo muchas más alternativas. En los 40 minutos que les tomará a mis amigas volver, perfectamente ya podría ser un huevo frito y quemado.

La pregunta es a quién pedirlo, no puede ser la primera persona que cruce mi mirada, necesito tomar una decisión razonable, mal que mal, esa persona va a tocarme. Seguro sueno como un sicópata en este momento.

Miro a mi alrededor, analizando a todos quienes se encuentran más cerca de mí. Sin duda podría pedirle a la madre que está a mi lado derecho, pero la pobre con suerte logra perseguir a sus cuatro hijos impidiendo que se lancen al mar, lo que menos necesita es más trabajo. Podría pedirle a la niña atrás de mí, pero sus manos están llenas de arena y definitivamente no estoy buscando un masaje exfoliante en este minuto. Todos los hombres están descartados por principio, ni siquiera analizo la posibilidad de solicitar su ayuda; no es que sea tan desconfiada pero sí, soy tan desconfiada.

No hay absolutamente ninguna probabilidad de que pueda acercarme a pedir ayuda a un hombre, sin que infiera (como cualquiera lo haría) que estoy intentando coquetear con él, y la verdad, no tengo ganas de coquetear con nadie en este momento, y aunque quisiera hacerlo, definitivamente ésta no sería mi técnica.

Miro hacia mi izquierda, donde se encuentra una chica que podría tener mi edad, de cabello rubio y muy bronceada. Se ve como la mejor de mis opciones, pero tampoco tengo tanta personalidad para acercarme allí y simplemente pedirle que por favor ponga sus manos sobre mi piel. Si alguien se acercara a mí, y me lo pidiese yo diría que sí, pero eso lo pienso desde mi perspectiva, no la de ella. Podría pensar que soy alguna clase de psicópata, o que estoy coqueteando con ella.

Este es uno de esos momentos en que odio a mis amigas, alguna podría haberme acompañado, pero no; aquí estoy luchando con mi ser introvertido para intentar acercarme a una desconocida y pedirle que me ayude. Apuesto que mi madre diría que éste es uno de esos momentos que me van a enseñar cosas increíblemente importantes sobre la vida, porque seguramente la mayoría de la gente anda por ahí solicitando que le masajeen la espalda con protector solar.

Durante varios minutos me debato entre lo que debo hacer y lo que realmente quiero hacer, que es nada; pero sé que luego me arrepentiré así que sin pensarlo mucho me pongo de pie y camino hacia allá lo más segura posible, seguro me veo como una loca ahora. Solo cuando ya estoy lo suficientemente cerca noto que hay un chico acostado boca abajo junto a ella y doy un paso atrás por inercia, no esperaba tener público en este momento; pero ella ya me ha visto y me regala una sonrisa tan amable que no tengo más opción que hablarle, sino pareceré una asesina serial.  


EL SOL EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora