LUCA XVIII

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Camino a paso rápido hacia la terraza. -Perdona, debo irme-le digo a Esteban. Steph me mira extrañada, pero parece comprender todo demasiado rápido, tan solo me sonríe.

-Luca...-intenta convencerme Esteban, pero no puedo escucharlo. Quiero irme. Me he tomado cuatro cervezas, y un whisky en un lapsus de aproximadamente media hora, y no me siento bien. Si sigo aquí, con Lexi tan cerca, terminaré haciendo algo que no debo.

-Te llamo mañana ¿si?-le digo dándole una palmada en la espalda, intento fingir una sonrisa, pero no me sale. Literalmente lo estoy abandonando en el cumpleaños que yo le he rogado celebrar, mis puntos como amigo no están subiendo esta noche. Me encamino hacia la salida, mirando el suelo, porque no quiero verla. Si la veo, quizá me quede, y si me quedo, es probable que arruine todo otra vez.

Odio haberla visto, odio haber insistido tanto para poder verla, solo para darme cuenta de que ella efectivamente tiene razón, no podemos estar juntos; no he dejado de pensar en Thomas un solo segundo. He tenido miedo de mirarla, de tocarla, de quererla... Porque no quiero volver a dañarla.

Cierro la puerta demasiado fuerte, no porque quiera, sino porque estoy ebrio y no controlo mi fuerza, debo recordar pedir disculpas por eso mañana. Me subo al ascensor rogando que baje rápido pero cuando está por cerrar, una mano se interpone y Lexi entra junto a mí en cuanto las puertas vuelven a abrirse. Debo estar muy mareado en este momento, porque parece una Diosa tomando el ascensor con un simple mortal como yo.

-¿Estás bien?-me pregunta, encantadora. Casi podría decir que está preocupada. Sus ojos escrutadores me miran fijamente, tan distinta de la Lexi que solo buscaba escapar de mí, al principio.

-No-le digo bajando la vista, porque me duele hasta verla y estoy lo suficientemente ebrio para ser completamente honesto.

-¿Qué pasa?-pregunta, y hace lo único que no debe. Acerca su mano hacía mí y levanta mi mirada. Ese pequeño toque, me quema; y cuando me encuentro con su mirada tengo clarísimo que esa mujer es todo lo que he esperado en mi vida. Su mano se siente cálida y acogedora, y puedo sentir el leve aroma de su crema, que me embriaga; le besaría cada centímetro de esos dedos.

No puedo responderle, porque estoy un poco ebrio, un poco enojado, un poco triste y un tanto derretido con ella ahí. Por suerte para mí las puertas se abren y paso frente a ella, sin tocarla; saliendo del ascensor. Mi piloto automático al menos está funcionando como debe.

Camino a paso rápido hacia el estacionamiento y siento sus pasos, más cortos que los míos, detrás de mí todo el tiempo. ¿Qué mierda hace? ¿Por qué me sigue?

-¿Qué quieres Lexi?-le pregunto girándome furioso.

Sus pasos se detienen y me mira seria, le he gritado y definitivamente no le ha gustado. A mi tampoco me ha gustado, estoy siendo un idiota. -No puedes manejar así-dice, apuntando hacia mi auto.

-No es tu problema-no sé por qué estoy siendo tan imbécil con ella. Solo sé que necesito irme rápido y perderla de vista, porque sé que no puedo tenerla, y no soy capaz de lidiar con eso ahora.

-Quizá-responde pensativa, pero se acerca de forma cautelosa a mí. -Pero en realidad, podrías hacerte daño, o a alguien más.

Extiende su mano hacía mí, y mi primer impulso es creer que quiere que la tome, y estoy completamente rendido. Pero luego me golpea la realidad y veo que me está pidiendo las llaves del auto. -Tomaré un taxi-digo, negándome a entregarle las llaves. No puedo subirme a un auto con ella ahora. Y tampoco pienso volver otro día a recuperar las llaves de sus preciosas manos, que vergüenza.

-Puedo llevarte-dice. -No he tomado nada- La observo unos segundos, su pelo loco, sus ojos obscuros, sus pecas que me quitan cada gota de inteligencia que tengo en el cuerpo.

Quiero más tiempo con ella, pero no puedo tenerlo. Porque entonces no podré dejarla ir, y caeremos nuevamente sabiendo que el drama nos alcanzará más temprano que tarde. -Gracias, pero puedo tomar un taxi-le digo y noto que mi pronunciación está seriamente afectada por el alcohol. Estoy dando pena y vergüenza en este momento, pero no puedo evitarlo. Este maldito cumpleaños es la culminación de mis malas ideas.

Saco mi teléfono del bolsillo para pedirlo y entonces me lo quita, sonriente. Acto seguido dice: -Siempre he querido manejar uno de estos-apunta coqueta hacia mi auto. No tengo la menor idea si lo que dice es cierto o no, lo que sí tengo claro, es que sabe perfectamente cómo llegar a mí, porque yo le daría cualquier cosa que me pida, ¿quieres el auto? Te lo regalo.  

EL SOL EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora