LEXI XXXVIII

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Me siento en el pasto con dificultad tirando mis muletas sin ninguna delicadeza; las odio. Mi pierna no se ha recuperado del todo y vivo con un dolor horrible, pero tolerable. El dolor de mi corazón en cambio es algo que no puedo tolerar.

Como todos los miércoles de los últimos tres meses dejo flores frente a su tumba y quito las que están secas, o feas. Mantener este lugar bonito se ha convertido en una obsesión para mí.

-Hola-digo cuando he terminado mi trabajo. No obtengo respuesta, por supuesto; sin embargo, siempre la espero. -Espero que éstas te gusten, decidí cambiar de color, para hacerlo un poco más interesante.

Sonrío, pero no es una sonrisa de verdad. Pero le pongo empeño.

-¿Sabes? Mi pierna está mejor-masajeo la zona que me duele. -Creo que quizá pronto ya pueda dejar las muletas.

Silencio.

-¿Está lindo el día no?-pregunto, mientras recojo un par de hojas que han caído arruinando mi orden y decoración.

Mi mentón comienza a temblar, me he esforzado muchísimo, pero ya no puedo contener el llanto. Escondo la cabeza entre mis manos, intentando que no se note que estoy llorando, pero seguro del cielo me pueden ver. Me duele el pecho, la garganta; la pena que tengo se siente como una pirámide atragantada en mi cuerpo, que no puedo sacar. Me pincha, me pesa, me está matando de a poco.

Siento una mano apoyada en mi hombro y me giro rápidamente limpiando mis lágrimas.

-Lexi, ¿puedo llevarte a casa?-pregunta Luca parado junto a mí. Se ha cortado el pelo, y como todos los miércoles, está vestido de negro; impecable.

Me pongo de pie con dificultad con la ayuda de mis muletas, rechazando su mano; de forma quizá excesivamente violenta.

-Déjame aunque sea acompañarte-suplica.

Lo miro un par de segundos, sopesando sus palabras.

Pero como todos los miércoles solo niego con la cabeza y paso a su lado en silencio, cojeando. Lo oigo suspirar, resignado y sigo mi camino. Solo cuando estoy lo suficientemente lejos como para que ya no me oiga me giro para observarlo.

Se ha sentado en mi lugar, y ha puesto sus flores junto a las mías. Con su pañuelo limpia el nombre de Rose, asegurándose de que siga brillante.  

EL SOL EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora