✓ METANOIA | DAMIAN WAYNE [2]

35

MAR'I. [+16]

Es viernes por la noche cuando siento la ausencia de todos en casa. Lian y Milagro habían regresado a sus casas ayer por la noche, papá debía trabajar doble turno en la noche y la mañana mientras que la única compañía, que era mi gata holgazana, se encontraba tirada sobre mi cama y lavando su pelaje con suma tranquilidad.

—Tu vida es hermosa —murmuro cuando vuelvo del baño con una bata y una toalla enrollada en mi cabello—. ¿Qué tal si intercambiamos por un día?

—Miau. —se queja y salta de la cama antes de huir de la habitación.

—¡Al menos tú puedes ir a donde quieras, desagradecida!

Suspiro y me dejo caer de espaldas sobre mi cama, pasando las manos por mi rostro con frustración. Todo este tema de estar escondiéndole una relación a papá, más las ganas inmensas que tenía de salir a buscar criminales como él y olvidarme un tiempo de todos los problemas, me estaba frustrando demasiado.

Quito las manos de mi rostro y giro mi cabeza hacia un lado para observar el portarretrato de la medita junto a mi cama, la radiante sonrisa de mamá y sus ojos brillantes me devolvieron la mirada mientras alzaba a una pequeña yo entre sus brazos.

—¿Qué me aconsejarías hacer? Papá se enojará demasiado si le digo, pero si se lo escondo tarde o temprano lo descubrirá —suspiro, estirando una mano hacia su foto—. Si estuvieras aquí tal vez lo harías entender, ¿no?

Dejo caer mi cabeza contra el colchón y cierro los ojos exhalando profundamente.

"No hay nada que no haría por ti, mi pequeño sol."

Sí, supongo que ella lo hubiera ayudado a entender y todo esto sería mucho más fácil.

El sonido de algo cayendo en mi balcón me sobresalta. Me levanto de la cama y con una mano iluminada, preparada para lanzar un starbolt de ser necesario, muevo las cortinas y lo que me recibe del otro lado es el rostro ensangrentado de mi novio.

Abrí la puerta de un solo movimiento y lo miré atónita. Traía ropa de civil, algo normal, pero su nariz sangraba y su mano agarraba la otra con una tela negra que debía ser su abrigo.

—¿Qué te pasó? —pregunté alarmada, acercándome para ver si podía caminar solo, pero si había escalado hasta el balcón suponía que podía hacerlo.

Él no respondió, se dejó guiar dentro de la habitación y cerré la puerta detrás de nosotros, asegurándome de cerrar bien las cortinas, debía prevenir que lo vieran en mi casa si lo estaban siguiendo. No por mí, por mi padre, no me gustaría que saliera herido porque no había cuidado bien de la casa.

Se sienta en el borde de mi cama y noto que tiene la mandíbula apretada, me deja agarrar su mano y desenvuelvo su abrigo para inspeccionar la herida, era bastante profunda y larga.

»¿Cómo te hiciste esto? —no respondió, solo miraba su mano con seriedad. Suspiré y fui hacia el botiquín que tenía en mi armario, regreso a él notando que la sangre cae de su mano como agua de una botella medio vacía—. Mierda, esto se ve muy mal —dejo el botiquín a su lado y vuelvo a agarrar su mano, no parecía estar sucia—. Pásame el frasco de vidrio.

—Sin anestesia. —es todo lo que dice, y alzo la mirada hacia él para notar que sus ojos están perdidos en la herida y la sangre.

Suspiro, le pido que me pase la aguja y el hilo, arrodillándome frente a él mientras depositaba su mano inmóvil sobre su regazo, con la palma hacia arriba. Hilvané la aguja y el hilo antes de sostener su muñeca y comenzar a saturar la herida, dándole una mirada de reojo. Solo hizo una mueca de dolor al sentir la aguja atravesar su piel y tirar de ella para unirla a la parte separada.