Capitulo 10

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En la ciudad de Ornsted, una mujer se encontraba sentada frente a su escritorio, el único sonido audible era el de su dedo golpeteando ansiosamente la madera.

-¿C-Como es esto posible? -Se preguntó a sí misma.

Esta mujer por supuesto, era Adela quien frente a ella tenía un montón de pergaminos enrollados. Cartas de nobles y mercaderes de renombre.

Había decidido probar el papel tal y como le explicó Arthur, lo primero que hizo fue enviar algunas cartas.

Como respuesta, recibió pergaminos enrollados, cada uno respondía su mensaje y aparte de eso llevaban consigo la curiosidad sobre dicho material como el papel.

Nadie sabía de qué estaban hechas las cartas de adela, era como el pergamino pero más fino y atractivo a los ojos.

Querían saber que era y solo podían preguntarle a Adela, algunos en persona. Adela por supuesto, usó su labia como comerciante para explicar porqué el papel era mejor que el pergamino y con ello terminó vendiendo varios lotes pequeños.

La rapidez con la que se vendían fue tal que el mismo precio subía superando por completo al pergamino.

Vieron la ventaja estratégica en él papel, era más fácil ocultarlo sin que se dañará, muchos nobles pudieron hacer sus estratagemas desapercibidos gracias a esto y querían más antes de que el papel probablemente se hiciera un buen común.

Pero Adela tenía las manos en la cabeza.

No sabía cómo hacer papel y tampoco sabía dónde se encontraba la persona responsable de ello. También se sintió tonta por no haber hecho un trato más a su favor.

Recordó la sonrisa de Arthur al estrechar su mano y supo que había caído en su trampa.

-¡Ese maldito mocoso me la jugó en serio! -Gruñó.

Se sintió indefensa por primera vez en mucho tiempo. Ya no podía retractarse, hizo un trato y debía cumplirlo, de lo contrario se le iría esta pequeña mina de oro llamado Arthur.

Se inclinó hacia adelante colocando ambos codos sobre la mesa mientras se masajeaba las sientes.

-¡Mi señora, una carta de Sir Rublof. -Entró su asistente.

-¡Ya lo sé, maldición! -Gritó de repente.

El hombre estaba perplejo, no recordaba la última vez que la había visto tan ansiosa. Adela lo miró, se aclaró la garganta y se enderezó.

-Ajam... Discúlpame. -Dijo-. Damela.

El hombre sin decir nada, le entregó la carta y se retiró en silencio, aunque desconocía el problema, si pudiera ayudarla lo haría, ¿pero que podía hacer él si la gran mente de su jefa no podía?

A menos que ella le pida algo directamente, lo mejor era dejarla aclarar su mente en soledad.

Adela suspiró y colocó la carta junto al resto.

-¿Que puedo hacer...? -Pensó-. Si no puedo proveerles más papel, seré el hazme reír entre los comerciantes...

Adela quería llorar, de verdad que no recordaba la última vez que se sintió así.

-Em, señorita Adela... -Volvió a entrar el hombre.

-Ha... ¿Ahora qué? -Suspiró.

-Tiene visita. -Respondió.

Ella chasqueo la lengua, no estaba de humor para recibir a nadie, estuvo a punto de rechazarlo pero lo pensó un poco.

-¿Es un joven de cabello blanco y ojos azules? -Preguntó.

Rey De Reyes - Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora