VI. Heroísmo incipiente.

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La confusión devino en más caos y miedo cuando el estruendo del edificio retumbó en los oídos de los estudiantes. El temblor duró más de un minuto. Cuando terminó, los maestros intentaron que la calma prevaleciera, pero con tal catástrofe era imposible. Al momento, muchos recibieron llamadas de sus familiares preocupados, excepto Al y algunos otros solitarios. Casi al instante evacuaron el área, dejando que los estudiantes salieran y fueran a sus casas.
En cuanto se marcharon, los profesores intentaron encontrar heridos en los escombros, pero gracias al héroe sin rostro nadie pereció en la escuela.
De camino a casa, Al pudo ver que el sismo hizo más daño del que nunca había presenciado. Ninguna casa tenía electricidad. Descubrió nuevas grietas en el suelo y las fachadas de las casas. Había otros edificios derruidos. El caos era absoluto y la muerte no se hizo esperar. Cuando llegó a su hogar permaneció en la incertidumbre del silencio. Intentó prender la tele, quería saber qué sucedía, pero fue imposible. Recordó que tenía un radio de pilas, fue por él, lo encendió y así se dio por enterado del estado actual de la situación.
El sismo se originó en Argentina. La mitad del país se hundió en el mar argentino. La cantidad de muertos era excesiva. Lo más interesante era que el temblor no fue por causas naturales, fue provocado por alguien. Las cosas no estaban muy claras, con la destrucción fue casi imposible comprobarlo, pero una cámara enlazada al exterior del país logró captar el instante en que un hombre enmascarado apareció de la nada en medio de una avenida. En su mano derecha llevaba un catalejo, en su otra mano llevaba a un joven que irradiaba luz rojiza de sus ojos y sus venas palpitantes. Dejó al chico en el suelo y desapareció tan repentino como llegó. El joven, no mayor de quince años, gritaba de dolor. Se tiró al suelo, retorciéndose en agonía. Algunos se quedaron quietos, sin saber qué hacer. Otros corrían hacia el chico para ayudarlo. Había algunos que presintieron el peligro y comenzaron a correr en dirección opuesta. Casi al momento, el joven estalló, dando por terminada la grabación.
A partir de esto solo se podía especular. Alguien reconoció al hombre: Era uno de los lacayos de Zalman, reconocible por llevar una máscara de rata. Acerca del chico era muy seguro que estuviese muerto, pero entre tantos cadáveres, muchos perdidos en las profundidades del océano, era imposible darlo por hecho. Era menester obtener su cuerpo para saber por qué "explotó". Parecía imposible, sin embargo, era real y de interés global saber la causa. Al poco tiempo salieron otros informes, grabaciones y declaraciones. Poco después del accidente, el cielo se había llenado con demonios, las conjuraciones monstruosas de la reliquia de Zalman. Se robaban los cuerpos que flotaban en el agua. Parecían darles prioridad a los niños, fueran vivos o muertos.
Alistair tenía miedo, pero no podía hacer nada, solo esperar que la tierra debajo de sus pies fuera una certeza. Si el sismo llegó con esa fuerza a México, era terrible pensar en las consecuencias que tuvieron países aledaños a Argentina.

El centro de la ciudad de México fue el más afectado, tal como sucedió en el terremoto del ochenta y cinco. Algunos de los edificios más viejos no resistieron. Los que permanecieron erguidos ganaron el logro de sobrevivir a más de una catástrofe sísmica.

Entonces las noticias tomaron un tono esperanzador. Era de las raras ocasiones en que todos intentaron contribuir de cualquier manera. Muchos voluntarios ayudaron a rescatar gente de los escombros. Alistair pensó que, quizá, el heroísmo no estaba del todo muerto.

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