LXVI. Homicidio bajo la lluvia.

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El día era nublado y amenazaba con lluvia. Era como si el mismo mundo supiera lo que se aproximaba. Aradia fue obligada a permanecer en el bosque, kilómetros lejos de la pelea para protegerla de la lucha y de sí misma si las cosas se salían de las manos. Ella y Lara se despidieron con un abrazo tan doloroso que Víctor desvió la mirada. Antes de marchar, Aradia le hizo prometer que volvería. La respuesta no fue del todo clara.

 Lara, Victor y el telepatía se dirigieron hacia la ciudad en ruinas, dispuestos a derrotar a Al, el villano. A punto de llegar a su destino, el cielo comenzó a soltar llovizna. Eso alegró a Lara, le facilitaría esconderse.
A unos metros de donde se desarrollaría la pelea, Lara se colocó el arete, con su poder sobre el metal erigió un escondite que resguardaría a Víctor. El telépata fue a esconderse en otro sitio, necesitaba obtener una vista amplia. Lara acompañó a Víctor hasta un lugar llano donde fungiría como cebo. Ella estuvo a punto de irse cuando él la detuvo.

- ¡Lara! No tienes que hacer esto. Podemos huir, vivir juntos con Aradia.
- No. No podemos… no puedo.
- ¿¡Por qué!? ¡Yo tampoco puedo quedarme parado, viendo cómo te alejas de Aradia! ¡De tu familia! -Víctor se detuvo un momento a contemplar el cielo- Ay dios ¿Por qué todo está tan mal?

- Víctor…
- ¡Escúchame! ¡Si no quieres huir está bien, pero gana! No importa cómo, pero no mueras. Por favor… no soportaría ver eso. No podría ver a Aradia perderte… yo tampoco quiero perderte. Gana, por favor…

Lara no respondió, pero se le acercó y lo abrazó. No hicieron falta más palabras. Ella se escondió cerca mientras él permaneció ahí, de pie, esperando. No supo por qué, pero tuvo la terrible sensación de que era la última vez que la vería. Negó sus pensamientos y solo esperó. Poco después, algo surcó los cielos. Víctor comenzó a moverse y gritar tanto como pudo para llamar su atención. Debido a la llovizna se le dificultó hacerse notar, pero eso en el cielo dio media vuelta de repente. Cuando ocurrió, Víctor corrió tan rápido como pudo hacia el escondite. Quería detenerse, quería ir por Lara, tomarla de la mano y correr juntos, pero no podía hacerlo. Contuvo su desesperación, maldijo lo que el mundo les había hecho a sus amigos, entró al escondite y miró a través de rendijas lo que Lara enfrentaría.
El suelo retumbó. Un trueno golpeó la tierra. A lo lejos, aparecieron tres siluetas humanas. Una volaba, grácil, la otra caminaba, ligera, y la tercera, hinchada y protegida por metal, se movía con lentitud ominosa.

- ¡Lo vi por aquí! -decía ella, mientras daba maromas en el aire, buscando con la mirada a Víctor.

El de armadura metálica no respondió. Se dispuso a bajar la montaña de basura en busca de lo indicado. Cuando terminó su torpe descenso había entrado en el rango del telépata. Antes de hacer su deber, el telépata se entristeció. Alguna vez fueron amigos, se criaron juntos, aprendieron a usar sus poderes apoyados unos en otros, pero no era momento de recordar. Con una concentración suprema, rebuscó la mente del gigante cubierto de metal. Cuando la halló, se adueñó de ella. Pudo controlarlo por completo. Obligó a su nuevo títere a tomar una vara metálica, dirigió la mirada hacia el cielo, donde estaba la chica, volando con tranquilidad. Le lanzó la jabalina con tal fuerza que ni siquiera escuchó al viento rasgarse. El metal la atravesó de lado a lado, matándola casi al instante. Transformó su expresión a una de sorpresa. Su cuerpo cayó al suelo. El primer súper humano había muerto.
Con ella derrotada, dirigió su atención al otro, que huyó al instante. Mientras se escondía en la lluvia, sus pensamientos funcionaron rápidos. “¡Es el telépata!”, pensó. Se deslizó silencioso por las sombras, incapaz de ingeniar un plan. El gigante empezó a buscarlo, levantando cúmulos de metal y lanzándolos. El chico perseguido estaba aterrado. No podía usar sus poderes, el miedo era demasiado. Sabía de lo que era capaz el gigante y ahora sabía que era el final. El telépata lo había hecho asesinar, un límite que nunca había cruzado. Nada evitaría su muerte. Se escondió. La lluvia seguía cayendo. Escuchó los pasos de su perseguidor, cada vez más lejanos. Pensó que podría escabullirse, encontrarse con su jefe, Alistair, y planear algo. Hizo acopio del coraje que le restaba y corrió cumbre arriba. La lluvia se hizo más potente. La tierra se convertía en lodo. Vio de reojo. Algo se acercaba. Sin tiempo para reaccionar, el gigante lo aplastó con un súper salto. Todo se congeló. El terror a morir potenció sus poderes al máximo. Sus ojos resplandecieron. Su muerte trajo consigo un relámpago que atravesó ambos cuerpos. El chico cayó muerto por aplastamiento. El cielo aulló su muerte y la lloró con ira. El segundo súper humano había muerto, amo de la electricidad y el relámpago. El gigante cayó inconsciente. La luz cegó a Lara, quien había observado todo desde su escondrijo. El telépata se desmayó. Había recibido el dolor maximizado del gigante gracias al enlace mental. Perdió control sobre la “marioneta”. Al poco tiempo el gigante despertó, confundido y enojado. Lara salió de su escondite. Se dirigió hacia él. Tenía que derrotarlo para poder enfrentar a Al.

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