XIV. Jardín celeste.

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Víctor apareció en medio de la habitación de hotel. Todos se asustaron, pero cuando lo vieron se alegraron. Lara lo abrazó, Alistair lo festejó y Christabel atendió sus heridas.
Mientras celebraban su regreso, un ave de aspecto sombrío sintió la llegada de Víctor. Voló entre columnas de mármol cincelado hasta llegar con su amo. Esa criatura no podía cantar ni silbar, solo era capaz de producir chirridos inquietantes. El hombre sabía lo que quería decirle.
Aroa, el ave, siguió al hombre hasta un escritorio sucio. Se dedicó a escribir una carta. Cuando terminó, la enrolló hasta reducirla a un diminuto pergamino que cabría en la pata de Aroa. "Encuéntralos y dales esto. Que no te atrapen". Sus pequeños ojos brillaron, entendía lo que debía hacer. En cuanto el sol nació, tomó la carta y emprendió su vuelo. Era un pequeño relámpago carmesí en medio del claro cielo azul.
A medio vuelo, con el sol tras de sí, profirió uno de sus alaridos. Continuó sobrevolando la ciudad y gritando hasta que los encontró en la calle, paseando. Descendió en picada hacia ellos. Estando delante suyo aleteó con calma y sacudió su pata, dejando caer la carta. Ninguno reaccionó, no habían visto un ave tan imponente. Con su cometido cumplido, Aroa retomó el vuelo y se elevó con majestuosidad.
Alistair desplegó la carta. Al estar en inglés se la extendió a Víctor, quien era el que entendía mejor el idioma.
Era una petición. El autor de la carta quería conocer a "los nuevos propietarios de las reliquias". Alistair estaba pensando. Lara y Christabel se mostraban preocupadas. Después de un momento, Víctor leyó el nombre que firmaba la carta. "¿Fermonsé? ¿Te suena de algo?". Se sobresaltó ¡Era el hombre que mencionó su abuelo en su carta de despedida! Con este descubrimiento no dudaron en reunirse con el autor. Tomarían sus precauciones, pero se sentían tranquilos por ser un nombre conocido.
Visitaron un centro comercial donde comieron y escucharon la aventura que vivió Víctor. Después de discutirlo, concluyeron que todos debían portar máscaras para proteger sus identidades. Alistair tenía su máscara de zorro negro. Los demás dedicaron la tarde a buscar las propias. Víctor eligió un antifaz similar al del fantasma de la ópera. Lara escogió una amenazante máscara de dragón carmesí, coronado por dos grandes cuernos. Christabel se decantó por un antifaz de esqueleto, la forma de los ojos le transmitía cierta tristeza. Era bastante sencilla y liviana. También consiguieron nuevos celulares para cada uno. Necesitaban estar comunicados por cualquier situación. Felices con sus compras volvieron al hotel donde platicaron con soltura. Alistair era inflexible en su decisión: necesitaba conocer a Fermonsé. Christabel también defendía que sería buena idea conocerlo. Ella argumentó que tener otro aliado era invaluable. Lara, por su parte, no estaba tan convencida. Su convicción se basaba en un presentimiento y no en un hecho. Víctor, al igual que Lara, no estaba convencido, pero accedió a acompañarlo. Con su reliquia para controlar el tiempo y la propia para teletransportarse no tendrían ningún problema en huir de ser necesario.
De la misma manera, designaron nombres clave para cada uno. No podían comprometer sus identidades. Alistair sería "Destino", Víctor eligió "Fantasma". Christabel pidió ser referida como "Hada" y a Lara no se le ocurrió nada, así que pidió que usaran su segundo nombre que era "Valdis"
Aunque al principio el plan era que asistieran solo los chicos, tanto Lara como Christabel estuvieron en desacuerdo. Los convencieron de acompañarlos.
Cuando llegó el día de la reunión, (estipulado en la carta que entregó el ave), todos se vistieron tan excéntricos como se les dio la gana. Eran enmascarados, podían alejarse de sí mismos. No tenía por qué existir Alistair, ni Víctor. Lara tampoco ni mucho menos Christabel.
Tomaron un taxi al que le indicaron el lugar deseado. El chófer preguntó si asistían a una fiesta de disfraces, a lo que Al afirmó con satisfacción. Llegaron a una zona alejada de la ciudad, en medio de árboles presuntuosos y de verdes hermosos.
Estando frente a una gran reja negra bajaron del vehículo y esperaron a que el taxi se marchara. Se sentían confiados con sus nuevos rostros. "Si algo sale mal, sácanos de inmediato, Víctor", fue lo único que dijo Al, quien tocó el timbre. Una voz sonó a través del intercomunicador. Al responder que recibieron una invitación, la reja metálica se abrió de par en par.
Se adentraron en un amplio jardín adornado con todo tipo de arbustos coronados por rosas de colores increíbles. El azul celeste predominaba entre ese mar arcoíris. El aire que se inhalaba era rejuvenecedor, el camino labrado en piedra rojiza guiaba hasta la puerta principal, delante de la cual un hombre de traje blanco esperaba erguido. Detrás suyo, una mansión gigantesca se asomaba. Aroa reposaba en su antebrazo. En cuanto lo divisaron se detuvieron a una distancia cautelosa. Aún tenían sus reservas. El hombre extendió un saludo afable y una invitación al interior de la morada. Se presentó a sí mismo como Fermonsé. Aceptaron y lo siguieron. Pasaron por las columnas que sostenían el balcón de la entrada, al ingresar, se creyeron en el cielo. El piso estaba adornado con mosaicos blancos, relucientes. Había ventanales por todo el lugar, llenando la mansión con luz natural. El salón estaba erigido sobre ostentosas columnas de mármol.
Siguieron caminando detrás de Fermonsé, quien era custodiado por su ave. Al entrar a la siguiente habitación, donde todo mueble era tan blanco y pulcro como las ropas de Fermonsé, él mismo se sentó en el sillón más grande. Con señas amables los invitó a sentarse frente a él.

- ¡Bien! Hablemos -dijo él, apoyando sus manos en ambas rodillas y sonriendo.

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