XX. Nociones confusas.

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Ese día, Zafir soñó con una vieja conversación ocurrida en medio de un campamento en algún lugar de Vietnam.

- Mi papá no hablaba mucho conmigo -decía ese recuerdo sin rostro- pero un día me contó algo. A él le gustaba saber el significado de las palabras. Le gustaban los nombres. Una vez, poco antes de venir a Vietnam, me habló acerca de un nombre que recién había descubierto. Ese nombre era "Zafir", me dijo que significa "triunfante" o "victorioso". No sé por qué me lo dijo, pero me gusta como suena. "Za-fir". Es un nombre bonito.

Esas fueron las palabras de un amigo. Él murió y, en su honor, Zafir tomó ese nombre como propio.
También fue durante Vietnam que a Zafir se le acabó la suerte. Un día estaba tranquilo en su campamento, explorarían al día siguiente. No había nada que temer, solo eran un montón de campesinos, no eran nada comparados con sus anteriores enemigos. Él dormitaba cuando un grito lo despertó, después hubo una explosión y el ruido de balas perforando el viento. Cayó al suelo para cubrirse, no supo cuando, pero un disparo lo alcanzó. Perdió el dedo medio y el dedo índice de la mano izquierda. De un momento a otro más de la mitad de su equipo estaba muerto. Él había conservado el reloj de arena desde la segunda guerra mundial. No se lo contó a nadie, pero había algo que no le permitía deshacerse de él. Le gustaba la fortaleza que le regalaba.
Cuando el asedio comenzó, lo sacó de su mochila. Sus sentidos se agudizaron. Se volvió más ágil y fuerte. Contraatacó a los enemigos. Los cazó en sus escondrijos, los arrancaba desde las copas de los árboles, desde los túneles por los que reptaban. Triunfó. Asesinó a todos. Usualmente mantenía control sobre sus acciones, pero esa vez no. Cuando salió del éxtasis se arrepintió. Los vietnamitas no fueron sus únicas víctimas, también mató a los pocos compañeros que habían sobrevivido al primer ataque. La sangre de ambos bandos era roja.
Despertó de un sobresalto. El arrepentimiento lo carcomía. La recién nacida luz lunar cubría la triste ciudad. Zafir se levantó en un cuarto que le resultaba ajeno ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo ahí? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Diez años? Abrió la ventana y el viento acarició su rostro.
La realidad y los sueños se entrelazaban en su mente. Nunca sabía con certeza qué era real. Dormir durante el día y despertar por la noche lo confundía aún más. Se sentó en la orilla de la cama. Sus ojos estaban cansados. Sintió un hambre inhumana. Sabía lo que tenía que hacer. Hacía más de una semana que tuvo su último alimento. Se dirigió al baño donde le perturbó lo que la superficie cristalina del espejo reflejaba.
Sus ojos estaban inyectados en negro; no podía ver sus pupilas. Su piel era pálida y todos sus dientes se habían transformado por cuenta propia en colmillos. El cabello se le había caído del todo.
Le enfermaba ver ese rostro. En el lavabo había vendas con las que cubrió su cara. Dejó descubiertos sus ojos y su boca. Se colocó una gabardina café y guantes que no le cubrían los dedos. Salió por la ventana, arrastrándose por la pared. Cayó con pesadez al suelo ¿Era real? Caminó por las calles vacías. Siempre había alguien. Algún borracho o alguna mujerzuela. Todos servían y nunca tenían oportunidad. Solo debía buscar un poco.

Mientras tanto, el equipo de Al estaba a punto de rendirse por la noche. Estaban hartos de la situación. Al principio era emocionante salir a buscar un monstruo, pero ya habían pasado varios días y no sucedía nada. Sin pensarlo demasiado, Alistair activó el reloj. Caminó, cantó, gritó y rio. Se sabía como el rey indiscutible del mundo, el único hombre que ordenaba al tiempo y no al revés. Sin darse cuenta, sus pasos lo llevaron hasta Christabel. Cuando la encontró, la observó con detenimiento. La luz lunar la hacía parecer un hada. Su figura solitaria en medio de la noche le enterneció hasta lo más hondo. Sus ojos detenidos en el tiempo le prometían un futuro hermoso. Apartó la mirada. Se dio cuenta de que no se había acercado a ella. No sabía demasiado de sus gustos, quería conocerla, así fue como se decidió: Esa noche regresaría a casa con ella. Se alejó una cuadra, accionó el reloj y el mundo volvió a girar. La vio a lo lejos, miró como se estremecía con el viento frío. Dejó que escuchara sus pasos. Lo reconoció de inmediato, así que no sintió miedo.

- ¿Qué haces aquí? -preguntó Al, fingiendo sorpresa.

Christabel lo miró, extrañada.

- ¿Qué haces tú aquí? Esta noche me tocaba esta calle.
- ¿En serio? Creí que me tocaban a mí.
- Pero te vi irte en la dirección opuesta...
- Sí, lo hice, pero... ¡Ah! Creo que me perdí.

Christabel rio. Alistair le sonrió devuelta, enloquecido por su tierno gesto.
Platicaron de regreso al hotel. Ya hacía varios días que acordaron separarse para cubrir mayor terreno. Tanto Lara como Christabel tenían armas inmovilizantes que les darían tiempo suficiente para llamar a Víctor. En su charla, ambos acordaron que cada vez el frío era más insoportable. Christabel extrañaba las frescas noches de México, a diferencia de las heladas de ahí. Alistair la tranquilizó prometiéndole que podrían visitar su ciudad natal una vez que se encargaran del asunto con Zafir. Ella sonrió más alegre. Anhelaba reencontrarse con sus papás.
Después hablaron de la amistad que tenían con los demás miembros del equipo. Por último, Al se quejó. Se preguntaba si estaban buscando en la ciudad correcta. Christabel estaba segura de que Zafir aparecería pronto. Ya había pasado más de una semana desde que encontraron aquel cadáver momificado.

Todavía faltaban algunas calles para llegar a su destino. El aire frío hacía que el vaho que producía el aliento de ambos fuera visible.
Esto también delataba el jadeo de Zafir, que los había estado siguiendo. Se escondía entre los rincones y las sombras, buscando el mejor momento para saltarles encima.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora