XLVI. Víctor, el huérfano.

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El viento sopló. Víctor abrió los ojos. Estaba acostado en el suelo. Se incorporó con lentitud. Su cabeza daba vueltas y tenía la boca seca.

“¿Dónde…?”.

Suelo gris. Rayas blancas. Uniformes. Faldas a rombos y pantalones a cuadros. Escuela.
Se quedó sentado en el suelo. Estaba en su escuela secundaria. Era la hora del recreo. Todos iban de allá para acá, masticando lo que fuera que llevaran en manos. Cuando seguía intentando recordar cómo llegó ahí, alguien lo abrazó por la espalda. Víctor se sobresaltó y miró por encima de su hombro.

- Ah ¡Elisa! -dijo Víctor, cerrando los ojos y sonriendo- ¡Estás aquí! ¡Hola!
- Hola. Creí que no volverías -dijo ella en un susurro mientras lo abrazaba con fuerza.

Elisa había sido una gran amiga suya durante los tres años de secundaria. Era bueno verla de nuevo y saber que estaba bien.
Pasaron las horas que en realidad fueron segundos. El momento de la salida llegó. Las puertas se abrieron. Todos corrieron ansiosos por escapar. Unos pocos querían llegar a casa y otros muchos no deseaban estar ni en un lugar ni en otro. Víctor era parte de los que no querían volver.
Caminó con lentitud. Era raro. Estaba seguro de que él ya había terminado con esa tediosa etapa de su vida, sin embargo, ahí estaba otra vez.
Mientras sus pensamientos confusos giraban en torno suyo, caminaba con cuatro amigas cuyos nombres y rostros había olvidado. Sin embargo, los nombres eran innecesarios y los rostros estaban cubiertos por máscaras coloridas. Debido a que no quería regresar a su hogar, las acompañaba hasta sus casas. La primera era de complexión robusta, cabello largo y máscara de elefante. Después fue a una chica de cuerpo tan delgado que a veces desaparecía, portaba un bozal que imitaba los colores de la cebra. La tercera, enmascarada por un antifaz de hormiga, era tan pequeña que Víctor se asustó, pues estuvo seguro de haberla aplastado. Por suerte eso no ocurrió, solo dio una vuelta cuando se hubo distraído. Así fue hasta que quedó a solas con la última de ellas. Caminaron en silencio debajo de la primavera. Entonces Víctor recordó. Ella no debía estar ahí ¿Cuál era su nombre? No podría decirlo, el verano se llevó su inocencia. ¿Por qué sucedió? No había razón. El rumor de su desgracia inundó la escuela de un momento a otro, antes de eso no era nada para nadie y después tampoco importó. Otoño fue cuando ella supo de la vida que gestaba en su interior. Para el final, en invierno, la encontraron exánime en el bosque.
Víctor, recuperado de esas memorias olvidadas, la miró aterrado y confundido. Ella le devolvió la mirada. Se quitó la inexpresiva máscara blanca. Su piel estaba podrida. Se desplomó. Él la tomó entre brazos.
¿Cómo pudo haberla olvidado?
Cayó en medio de una multitud.
¿Por qué nadie la ayuda?
Su cuerpo se desvanecía.
¿Por qué nadie la ve?
Poco a poco, desapareció por completo en silencio.
¿Por qué nadie le llora?
Víctor se lamentó con horror. Su muerte no significó nada para nadie.
¿Por qué la vida era tan horrible?

No se permitiría olvidar otra vez. No podía hacerlo.
Ese momento de lucidez le trajo a la mente la sensación de otro recuerdo diluido. Había otro cadáver que no debía olvidar, pero ¿cuál era su nombre? No tuvo tiempo. Su papá lo despertó. Todo había sido una pesadilla. Víctor sudaba y apenas podía controlarse, la pesadilla fue tan vívida que no podía concebirla como falsa. Su papá hizo todo lo posible por consolarlo.
Cuando recuperó sus cabales, su papá le dijo que debía apresurarse, pues, si se encontraba bien, debía asistir a la escuela. Él comprendió. Le pidió a su papá que saliera de la habitación para cambiarse de ropa. Cuando salió, Víctor notó la extrañeza del asunto. ¿Acaso su papá no había muerto ya?

Al recordar eso, Víctor despertó, esa vez acurrucado en el regazo de su mamá. Con llanto en su rostro, se dio cuenta de que no podía recordar su cara, pues ella también había…
¡No, no lo pensaría, esa vez no! ¡Su mamá estaba viva! ¡Viva!
Pero fue incapaz de convencerse a sí mismo. Despertó una vez más, esa ocasión en un campo terroso y fértil. ¿Era real? ¿Cómo podría saberlo? La tierra entre sus dedos era tangible. El aire en su rostro, agradable, no podía ser producto de ensoñación ¡Sin embargo…!
Víctor tenía miedo ¿Cuánto tiempo habría dormido? ¿Qué fue la última cosa real que hizo? Por más que estrujaba sus recuerdos no podía recordar. Se puso de pie, temblando. No quería despertar de nuevo. Comenzó a correr tan rápido como pudo. Necesitaba escapar. Corrió por calles torcidas y entre seres irreales. Algo no estaba bien, pero no quería averiguar qué era. Se detuvo, agotado, a recuperar el aliento.

- ¿Víctor? ¿Tú también estás aquí? -habló él, joven con cara de zorro.
- ¡Alistair! ¿Qué haces aquí? -preguntó Víctor.
- No sé, no recuerdo… Desperté en este lugar, pero algo está mal, puedo sentirlo.
- Sí, es verdad ¡Hay que escapar!
- Ven conmigo. También encontré a las chicas.

Alistair lo guio por un pasadizo claustrofóbico. Al final de este esperaban la chica dragón, una pequeña diabla y… En cuanto vio a Christabel, Víctor enloqueció.
Despertó una vez más, gritando, llorando y pataleando.
No quería levantarse, pero no tenía opción. Se puso de pie y caminó, esa vez sin prisa, derrotado y cabizbajo.
A lo lejos vio un gato de color blanco. Lo siguió por curiosidad. El gato corrió. Las calles estaban vacías. Los edificios se convirtieron en construcciones minimalistas apenas palpables. El gato se detuvo frente a unas grandes escaleras de metal amarillas. Volteó a verlo antes de subir con agilidad. A punto de perseguirlo, se detuvo en seco. Sintió que alguien lo observaba. Se dio media vuelta y ahí estaba una mujer de mediana edad y cabellos negros con algunas líneas plateadas entre ellos. Ella se acercó. Víctor, inmóvil, estaba conmovido por esa aparición. Cuando estuvo frente a él, no pudo contener su duda y preguntó, trémulo:

“¿Mamá?”.

La mujer asintió sonriente. Esa vez, por alguna razón, ella tenía rostro. Víctor no sintió temor ni duda. La abrazó tan feliz y tan triste. Sin palabras, ella le preguntó si no quería irse de ahí para acompañarla. Él, tentado, se negó.

- Perdón, mamá, pero ya tengo una familia y necesito estar con ellos.

Ella sonrió con una paz inconmensurable. “Tienes que alcanzar al gato”, dijo ella, sin articular palabra alguna. Víctor le sonrió agradecido. Empezó a subir las escaleras. Detrás suyo escuchó una última cosa:

“Te amo”.

Víctor sonrió amargamente. Volteó para verla una última vez, pero había desaparecido. La ciudad no era más que un bosquejo blanco. Siguió subiendo las escaleras hasta dar con una puerta de cartón. La abrió sin fuerza, encontrándose con una habitación repleta de mininos. El gato blanco no estaba. Al poco rato notó que había una puerta secreta del mismo color que las paredes. Se dirigió a ella y la abrió, entrando a un cuarto más pequeño en el que había una cama de tela muy fina donde yacía recostado el gato. Se acercó y lo levantó con cuidado. Cuando lo tuvo en brazos no ocurrió nada. Víctor lo tomó por debajo de sus axilas y lo miró a los ojos. Este maulló y cuando lo hizo, Víctor vio un resplandor.

Despertó.

Era un mundo perfecto, el mundo ideal de Víctor.

…y él lo rechazó.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora