XXXII. Miren mis colmillos, teman mi nombre.

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Celebraron con gritos y un abrazo grupal el despertar de Alistair que se encontraba desorientado, cansado y hambriento, pero parecía en perfecto estado. La afección púrpura en su brazo desapareció a las pocas horas. No sentía malestar ni presentaba secuela alguna. Teorizaron mucho acerca del bicho que se comió la niña, pero nada pudieron concluir.
Mientras comían juntos platicaron lo sucedido. Víctor relató con mayor detalle su aventura en el laboratorio, pero no dio respuesta a las preguntas que había sobre la niña de piel roja que rescató. Mientras hablaban entre sí, ella estaba sentada en las piernas de Lara, por alguna razón no se le despegaba. Cuando guardaron silencio, la pequeña abrió la boca ¡Habló! Su voz era tierna, rasposa; nadie entendió lo pronunciado. Ignoraban que eran las primeras personas en escuchar ese dialecto perdido.

- ¡Oigan! -dijo Christabel- ¿Y el anillo? ¡Si lo usamos podríamos entenderle!
- ¡Es cierto! -respondió Al, colocándoselo de inmediato.
- ¿Puedes entenderme? -preguntó Lara.

La pequeña se le quedó mirando con atención.

- Soy Lara, La-ra -repitió tocándose el pecho.

El anillo en la mano de Alistair empezó a calentarse. Al principio no lo sintió, pero aumentó su temperatura de forma gradual hasta que lo quemó.

- ¡Ay! -se quejó, arrancando el anillo y dejándolo caer en la mesa.

Todos prestaron atención. La reliquia expulsaba humo. Ardía con tal fuerza que prendió un pequeño fuego al mantel de tela. Víctor se sobresaltó, agarró el anillo con una servilleta de tela y corrió al baño donde lo roció con agua hasta que dejó de arder. Cuando volvió a la mesa dejó caer la reliquia en el centro. Todos miraron con curiosidad. El anillo parecía intacto. Alistair lo tocó con un dedo. Ya no quemaba. Lo sujetó y examinó con cuidado. Notó que se había agrietado en el centro. Sin hallar explicación a lo ocurrido se lo puso de vuelta. La niña, ahora inquieta, empezó a hacer ruidos y señalar a Víctor. Se golpeaba el pecho con suavidad y repetía la pregunta “¿Nomme? ¿Nomme?”

Víctor respondió con su nombre y la niña pareció satisfecha. Repitió la misma cuestión con cada uno.
Ella, un poco confundida, repitió los nombres. A Víctor le llamó "Viggo". Todos rieron por su mala pronunciación. A Lara la llamó "Zhara". Hizo lo mismo con Christabel y Alistair a quienes renombró como "Kristel" y "Nosair".
Al concluir, con el ceño fruncido, se puso de pie y, golpeando su pecho, la niña dictó “Aradia” ¡Ese era su nombre! Y eso fue todo cuanto pudieron saber de su boca. El anillo funcionaba errático y no traducía casi ninguna palabra.
Concluyeron que lo mejor sería enseñarle a hablar español sin que el anillo interviniera.
Así se sucedieron los días. Alistair se recuperaba con lentitud y Lara se frustraba por lo difícil que era enseñarle a Aradia. A Víctor se le facilitaba, así que era común que la relevara.

Pasaron dos días hasta que, por accidente, se descubrió que Aradia también tenía una cola ¡Tal cual! Una pequeña cola puntiaguda que hasta entonces logró ocultar por pena. La enrollaba y la pegaba contra su espalda.
El descubrimiento se dio cuando Lara se propuso bañarla. Después de una persecución, un intento de diplomacia a través de señas y un intento de soborno con comida, Lara consiguió acorralarla en el baño. Cuando la niña perdió sus ropas no le daba la espalda ni por accidente, consiguió evitarlo hasta que llegó el momento de limpiarla ahí detrás. Aradia se resistía, pero entre el forcejeo se descuidó, cayó al suelo y su cola se desenrolló. Lara se enterneció con este descubrimiento, pero Aradia se apenó muchísimo. Desde ese día ya no permite que nadie la bañe; prometió hacerlo bien con tal de que la dejaran sola.

Dejando de lado este incidente, todo transcurrió con tranquilidad. Aradia aprendió lo básico del lenguaje. Era una mejor aprendiz de lo que esperaban. A los pocos días podía entender una conversación sencilla y si no comprendía alguna palabra se esforzaba por hacerlo

Con Alistair y Aradia en mejores condiciones, comenzaron a discutir qué debían hacer.
¿Continuar con su aventura?
Con el incidente que vivió Al estaban más conscientes del peligro al que se enfrentaban, sin embargo, eran intrépidos y no terminaban de dimensionar el riesgo. La única que tenía mayor entendimiento de las posibles consecuencias era Christabel, quien solo quería volver a casa, pero permanecía callada, por lo que, sin nadie que se opusiera, decidieron visitar a Fermonsé.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora