LI. La niña que sobrevivió.

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(Aradia) Sicarú continuaba con su vida. Un día, en la habitación de su papá, encontró un calendario viejo escondido detrás de la cómoda. Cuando sus manitas lo obtuvieron lo lanzó a la cama, subió y, recostada boca abajo, lo hojeó con indiferencia.
Enero, febrero, marzo, abril…
Los días de todos los meses estaban tachados hasta septiembre, el mes en que se encontraba. Faltaban tres meses para que se terminara el año ¿Qué sucedería después de eso?
Se aburrió, bajó de la cama y lanzó el calendario de vuelta a donde lo encontró.

En otro día se quedó a ver una película con su papá ¡Era de superhéroes! Un grupo de niños que defendían a los débiles con sus superpoderes.
Uno volaba, otro era súper fuerte, otro podía teletransportarse. Había otro más, una niña de apariencia demoníaca. Su poder era la capacidad de curar cualquier herida sin importar su gravedad. Aquello, no solo la niña, sino la situación y los demás personajes, era familiar.
Su papá se quedó dormido, dejándola sola. Ella tuvo que ir al baño. Cuando lavaba sus manos, tomó el banquito y se subió en él, (de otra manera no podía alcanzar). Cuando se miró en el espejo vio a esa niña rubia a la que estaba acostumbrada, pero, por algún motivo, no se sentía como si fuera su rostro. Se sentía como una máscara. Se acercó más al espejo donde manipuló sus párpados. Cuando parpadeó, su ojo marrón se volvió naranja brillante. Por la impresión se tambaleó y cayó. Presurosa se levantó. Cuando miró de nuevo, sus ojos eran marrones como siempre. Bajó del banco y lo puso en su lugar. Antes de salir tuvo una sensación de ausencia. Se tocó el trasero y lo masajeó. En definitiva, algo estaba perdido, pero ¿Qué podría haber ahí? Salió del baño y apagó la luz. Caminó por el pasillo obscuro y llegó a la sala, su papá seguía dormido. Ella se acurrucó en las piernas de él y durmió sin soñar. Al despertar lo hizo sola, cubierta por una cobija. En la televisión había una nota que dictaba lo siguiente:

“Regreso en la noche. Pórtate bien. Recuerda que hay habitaciones donde no debes entrar. Hay comida en la cocina.”

¡Comida! Aradia corrió hacia la cocina donde la esperaba un plato lleno de fruta ¡Qué asco! El antojo se esfumó en ese instante. Quizá encontraría algo más rico en el refrigerador. Después de hurgar por ahí, desayunó un sándwich de jamón con sardina y algo verde que -con suerte- era comestible.
Satisfecha, se dirigió hacia su habitación y abrió un baúl de juguetes de dónde sacó una cola de gato falsa junto con una diadema con orejas peludas de minino. Vio que también tenía dientes de vampiro de plástico. Sintió la necesidad de usar esas cosas.
Así, disfrazada, anduvo por la casa a veces caminando, ora corriendo, ora gateando. Al aburrirse fue a la habitación de su papá donde husmeó en todos los cajones esperando encontrar dulces o algún juguete. Abrió un cajón tras otro: Camisas, suéteres, calzones, (se rio en esa parte), pantalones. No había nada de interés. Por último, abrió la cómoda en la que había encontrado el calendario polvoso. El mueble estaba vacío. Solo había una llave oxidada. La tomó, decepcionada. Luego pensó un poco. Tal vez lo que hubiera protegido por la llave podrían ser los dulces que buscaba. Sin perder tiempo corrió por toda la casa, metiendo la llave en cualquier cerradura, sin importar si ya estaba abierta. Le llevó horas recorrer toda la casa. Sin éxito, se tiró en el sillón, frustrada. No tenía dulces ni había descubierto el secreto. Todo estaba siendo un fracaso. Después de meditarlo se levantó de un salto ¡La habitación secreta era la única que faltaba por investigar!
Corrió hacia el lugar, abrió la puerta de un empujón. Aunque la habitación era tenebrosa, su curiosidad era mayor. Entró, buscó y rebuscó el sitio donde la llave coincidiera, hasta que recordó la vez que había estado ahí, el último cajón de la última gaveta se había negado a su incomparable fuerza. Puso la llave en el cerrojo. La giró con cuidado, el óxido la hacía quebradiza. Un “clac” se escuchó ¡Lo había logrado! Triunfante, abrió el cajón. Su decepción fue palpable al encontrar un folder amarillento y sucio. Quizá -pensó- el folder contendría dibujos para colorear o un mapa del tesoro. Tomó el folder, lo puso sobre la mesa metálica, subió a un banco maltrecho y lo abrió. Primero una fotografía malgastada de un grupo de niños ¿A quién le importaba eso? ¿¡Dónde estaba la recompensa!? La siguiente hoja, llena de letras, le aburrió. Las siguientes cuatro hojas eran similares. Todas tenían adjuntas la fotografía individual de un infante. La quinta hoja tenía la fotografía de Sicarú. Eso captó su atención, quien leyó con cierta indiferencia:

Sujeto de pruebas número 352.
Nombre real: Sicarú.
Nombre clave: Aradia.
El sujeto tiene diez años. Hasta ahora no he tenido éxito, pero cada vez estoy más cerca, lo sé. Aradia será especial, puedo presentirlo. Con ella haré algo distinto: descubrí cómo desbaratar una reliquia. La uniré a su ser, serán uno. El anterior sujeto me hizo dar cuenta de mis errores. Ahora sé por qué sufrían tanto y se resistían con tanta fiereza. Borraré sus recuerdos con la pirámide de cristal, así no tendrán nada a lo que aferrarse. Serán lienzos en blanco, serán perfectos.”.

Sicarú sintió que no debió haber leído eso ¿“Aradia”? Era un nombre curioso
Siguió pasando las hojas y se encontró con más fotografías de niños junto con textos ilegibles. Había descripciones del fallecimiento de la gran mayoría. Cadáveres abultados, purulentos, descompuestos desde el interior. Aterrada, llegó a la última hoja:

¡Lo conseguí! ¡Aradia sobrevivió! Después de tanto tiempo, de tantos fracasos, logré crear la fusión perfecta de humano y reliquia ¡Ha nacido el primer súper humano!”.

Adjuntada había una fotografía. Era Sicarú, pero su piel era roja, tenía cuernos y sus ojos habían cambiado de color.
Permaneció pasmada; su mente ardía. Entonces la puerta se abrió con suavidad. Escuchó un maullido. Era un pequeño gato naranja. Sicarú se bajó temblorosa de la silla, quería olvidar lo que había visto; se agachó y acarició al gatito. Lo tomó con cuidado y lo abrazó. Le agradeció porque tenía miedo de estar sola. Cerró los ojos. Sabía que vivía en una farsa. Cargando al gato se dirigió a su habitación donde se envolvió con cobijas mientras el gatito ronroneaba. En un susurro pronunció un “adiós” a su papá. Lamentaba no haber podido despedirse. Al poco rato durmió y lo hizo para siempre. Entre sueños y recuerdos prohibidos, Aradia escuchó al gato maullar con blandura, cosa que la despertó. Cuando abrió los ojos estaba en el suelo. Todo era obscuro. Por instinto se tocó la cabeza y sintió dos cuernos puntiagudos.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora