LIX. Mirada sin ojos, dientes sin boca.

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La voz retumbó dentro de la mente de Al. El mundo había enmudecido, ningún otro ruido más que la voz. Nada que delatara la ubicación del usuario. Comenzó a moverse. Los ojos secos seguían regados por el suelo. Salió de la casa, atento. El viento soplaba sin hacer ruido. La luna lo iluminó, haciendo la atmósfera del lugar más solitaria.

“¿Quién eres? No te reconozco ¿Qué quieres?”.

Era la voz, de nuevo dentro de su mente.

- ¿¡Dónde estás!? -preguntó Al, enojado.
“¡Reconozco tu voz! ¡Te dormí! ¿Cómo despertaste?”.
- ¡Vi a través de tu ilusión!
“¡Es ridículo! ¿Pero qué más da? Volviste a mí. Esta vez Zalman no evitará que conserve tus ojos”.

Se escuchó un estruendo detrás de una casa. Alistair se apresuró en esa dirección. Un gato salió corriendo. Antes de recular, sin que él lo sintiera, algo se aproximó detrás suyo. Con su poder sobre la mente, el Testigo Turquesa era capaz de bloquear el sonido de sus propios pasos. Con un violento movimiento intentó arrancar la máscara de sombras de Al, la cual era intangible por su naturaleza. En cuanto volteó y lo vio se horrorizó por la máscara del Testigo Turquesa: Era una capucha negra que cubría toda la cabeza. No tenía ni un solo orificio y estaba decorada por decenas de dientes humanos incrustados.

- ¡Eso es trampa! -dijo el Testigo, enfurecido.
- ¡Desgraciado!

Alistair lo sujetó con fuerza por la camisa.

- ¡Tú sabes dónde está mi amigo! ¡Dímelo! ¡Se lo llevaron! ¿Dónde está?
- ¡Jaja! Perdón, pero no sé -Al decir esto, él mismo se arrancó la máscara. Debajo de ella apareció ¡Víctor!

Alistair, impactado, lo soltó. “¡Ja!” rio el Testigo con rostro de Víctor. Corrió en sentido contrario. En la mente de Al retumbó la voz del Testigo Turquesa.

“Necesito ver tu rostro para dormirte, sin embargo, ya estuve en tu mente una vez. Conozco tus secretos, lo que amas y temes”.

Alistair comprendió al instante. Era una ilusión. Empezó a correr con energía renovada. La lámpara le proveía de agilidad impropia de él. En cuanto lo alcanzara, no importaba lo que viera, no volvería a soltarlo. Mientras corría, el entorno empezó a deformarse. Las casas derruidas se reconstruían y tomaban aspectos hermosos. Empezó a aparecer gente a ambos lados, poblando el lugar. Sonreían a Alistair y le invitaban a quedarse con ellos, a regresar al sueño, a ser feliz. Él ni siquiera los miraba, no podía dejarse engañar. A lo lejos aparecieron cuatro siluetas familiares: Delante suyo estaban Christabel, Víctor, Lara y Aradia, todos invitándolo a abandonar la persecución. No tenía caso seguir. Si se detenía podía recuperar a sus papás y todo cuanto deseara. Alistair ya había vivido esa vida y le disgustó el sabor de la mentira. Aceleró aún más, pasó a través de esas ilusiones que se deshicieron en el aire. Alcanzó al Testigo Turquesa, lo tacleó y en el suelo lo sujetó del cuello. Su rostro se deformó, la cara de Víctor desapareció y tomó la apariencia de su abuelo.

- Ya detente, Al. Deja de pelear. Vuelve conmigo, con nosotros. Tu mamá está preocupada por ti. Quiere saber cuándo volverás.
- No… -susurró Al, desolado. El Testigo Turquesa, debajo de su máscara ilusoria, sonrió, convencido de estar a punto de ganar, pero Alistair cambió el tono de su voz- ¡No! ¡¿Por qué usas sus caras?! ¡¿Por qué?!

Sintió un deseo asesino que creyó haber perdido hacía tiempo. La máscara de sombras envolvió el cuerpo de Alistair en penumbras, convirtiéndolo en un monstruo de negro. Antes de que el Testigo Turquesa pronunciara algo más, Al lo tomó de la cabeza con ambas manos y arrancó la máscara dentada que lo cubría. Incapaz de razonar, lo azotó con violencia contra el suelo una y otra vez.

- ¡Detente, detente! ¡Por favor! -suplicaba él.

Pero esa decisión ya no correspondía a Al. Había perdido el control de su propio cuerpo. La ira reinaba.

- ¡Yo puedo decirte quién es tu padre! Es lo que más deseas ¡¿No?!

Esas palabras arrastraron a Alistair de regreso a la consciencia total de sí mismo. Las sombras se desprendieron de su rostro, dejándolo descubierto. En ese instante, una sombra naciente del suelo se volvió más espesa. Unos finos brazos se alzaron y a continuación apareció la Reina Púrpura.

- ¡Lo hiciste! -celebró ella infantilmente.
- ¿Qué haces? -preguntó Alistair desconcertado- ¿No había problema si él te veía?
- Ya no es peligroso ¡Mira cómo lo tienes! Casi lo matas -dijo ella, risueña- Y “ver” no es el verbo que yo usaría…

Alistair fijó su atención en aquel hombre. Ya no había ilusión, solo su feo rostro real. Era calvo, con cicatrices por toda la cabeza, sus párpados cerrados y hundidos tenían costuras bien afianzadas. El Testigo Turquesa sonrió con sequedad.

- ¿Estás detrás de esto? -cuestionó él a la Reina Púrpura- Siempre tuve mis dudas contigo.

Ella se agachó y buscó entre las ropas del Testigo Turquesa. Sacó la pequeña pirámide de cristal y se la entregó a Alistair, intercambiándola por su lámpara de gas. Ella los teletransportó a la habitación de Al, donde se despidieron. Estaba a punto de desaparecer con el Testigo Turquesa, quien soltó unas últimas palabras dirigidas hacia Al:

- ¡Ten cuidado! Te digo, ten cuidado. Como ves, las sombras son traicioneras.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora