XIII. Mensajero asediado.

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Usando el catalejo, Víctor regresó a la casa de Al. Agarró la última mochila y, cuando iba a irse, vio la máscara de zorro en la mesa. Era muy bonita. La guardó en la mochila pensando que pertenecía a Alistair y se la devolvería. Listo para volver, pensó en hacerlo; hasta entonces eso había sido suficiente: pensarlo. Esa vez no funcionó. Primero entró en pánico, pero se dio cuenta de que era inútil. Si esperaba lo suficiente, la reliquia funcionaría de nuevo y todo estaría bien. Solo debía aguardar ahí. Pasó un poco de tiempo y un coche se detuvo afuera. Víctor se asomó con precaución, vio dos siluetas y escuchó una conversación.

- Qué porquería, ya van tres días que nos obliga a venir aquí. No van a regresar, es obvio.
- ¡No digas eso! Desde que perdió su catalejo está insoportable. Ya ves lo que nos dijo, dejaron mochilas llenas de dinero, es muy seguro que regresen por eso. Vamos, hay que entrar.

Víctor se alejó de la ventana con un sobresalto, corrió hacia la puerta trasera y la abrió de un golpe. Los matones vieron a la sombra huir. Uno sacó una pistola y el otro lo reprendió.

- ¡Los quiere vivos, no dispares!

La casa de Al estaba en medio de la nada. No había dónde esconderse. Víctor corrió mientras pensaba con desesperación en escapar, pero la reliquia no respondía. Lo atraparon casi al instante. Lo arrastraron a la camioneta. Al principio se resistió, pero cuando sintió un filo presionado contra sus costillas se rindió. No podía hacer nada.
Lo empujaron al asiento del copiloto. Había alguien esperando al volante. Los otros dos se sentaron detrás empuñando sus armas.
Al principio, aterrado, intentó calmarse y concentrarse. Quizá si lo pensaba con suficiente ímpetu podría usar su reliquia. El coche serpenteaba entre calles cada vez menos concurridas. La tensión en sus músculos empeoraba. Pensó que, hasta entonces, había intentado volver directamente con sus amigos. Pensó en intentar un viaje de menor distancia, era su única opción. Esperando que funcionara, tomó el volante y lo giró con violencia. Uno de los matones lo apuñaló en el hombro. Víctor usó el catalejo. Se teletransportó fuera, justo cuando la camioneta se estrelló con violencia. La reliquia no le permitió hacer un viaje más lejos. Iba a huir corriendo, pero dio media vuelta. Los criminales, sin cinturones, habían salido disparados por el parabrisas. Dejó caer la mochila con dinero y se acercó a ellos. Todos seguían respirando. Se sintió aliviado. Para entonces, la gente curiosa se acercaba. Pronto llegaría la policía o la ambulancia. Recogió la mochila y corrió. No quería ser reconocido. Se puso la máscara de Al.
Mientras se escabullía entre callejones, lo pensaba con más fuerza. Se convenció a sí mismo de regresar con sus amigos. Llegaría al hotel y la pesadilla terminaría. Solo pensó en eso. Se teletransportó, pero no llegó a donde deseaba. En cambio, apareció frente a las ruinas de su casa. Se preguntó si su papá seguía ahí, enterrado debajo del concreto. Sin tiempo de más, se despidió con amargura y caminó por callejones que conocía bien. Llegó a su antigua escuela destruida. No podía pensar con claridad. Si no desaparecía lo atraparían. Buscó refugio en las sombras. Sentado e indefenso empezó a sentir el dolor de la navaja que lo cortó. Necesitaba un momento, solo un poco de descanso. De vez en vez veía a la calle, esperando que apareciera alguien más que quisiera hacerle daño, pero no ocurría nada.

Entretanto, los transeúntes que llegaron a la camioneta estrellada y a los criminales debilitados reconocieron el símbolo que adornaba las puertas. Eran un grupo conocido y odiado. Los llenaron de golpes y amenazas y les robaron el dinero que llevaban encima. Al final, un vecino medio raro también les robó la ropa. Cuando llegó la policía no había mucho por hacer, pero al menos ninguno murió; portarían sus cicatrices con vergüenza.

Por su parte, Víctor, se pasó el día alerta, con miedo constante y el dolor que empeoraba. Al no saber qué ocurría con su reliquia decidió no usarla a menos que fuera necesario. Cuando atardeció y el cielo era naranja, se refugió en una iglesia. Él no era un hombre de fe, pero sabía que sus persecutores lo eran. Quizá lo suficientemente devotos como para respetar la casa de dios.
Al anochecer salió de ahí casi inconsciente, mareado por el hambre y el dolor. Afuera pensó en buscar asilo para pasar la noche. Estaba agotado, pero dormir le parecía demasiado peligroso. Pasó la noche en vela. Se sentó en una barda de piedra a esperar a que amaneciera. Después de horas, el sueño se hacía más y más pesado. Comenzó a cerrar sus ojos mientras abrazaba la mochila. Cuando estuvo a punto de caer dormido, el viento sopló con gentileza en su cara, reanimándolo lo suficiente.
Para distraerse, sacó el catalejo. Brillaba con sutileza. La calle estaba desierta. A lo lejos, un perro aullaba y un borracho cantaba.
Se colocó la reliquia en el ojo y observó la luna. Esa vez no pensó en ningún lugar, sino que recordó a sus amigos. Pensó en lo divertido que era estar con ellos. Pensó en esa vez que Al le confesó que la noche era su momento favorito. Tal vez él también observaba la luna en ese mismo momento.
Víctor sonrió y se teletransportó sin ordenarlo, desapareciendo con el soplar del viento.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora