XLIII. La canción que concluye.

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- Quítenles las máscaras -ordenó el hombre, cuya voz era clara y rotunda.

Se acercaron varias personas que, obedeciendo la orden, despojaron de sus máscaras a los cuatro jóvenes. Aradia intentaba, incapaz, de contener su llanto. Lara la consolaba repitiendo que todo estaría bien. Alistair, consternado, no podía pensar en nada más que “¿Dónde está Christabel?” y “¿Víctor está bien?”.
El hombre se sintió decepcionado de sus rehenes, creyó que serían más imponentes y no un montón de jovencitos asustadizos.

- No nos dirán nada -dijo él- Testigo Turquesa, duérmelos.

Alistair recordó la advertencia de Guadaña. Sin sus máscaras estaban a la merced de aquel usuario.
Ese hombre, resguardado por las sombras, sacó una pequeña pirámide de cristal. Sosteniéndola con los dedos índice y pulgar susurró su deseo. Alistair, Lara, Aradia e incluso Víctor cayeron en un profundo sueño.

- Deben llevar sus reliquias encima. Quítenselas. -ordenó el hombre.
- Disculpe, Zalman, Señor -protestó uno que portaba una máscara de gas y suspiraba bruma amarillenta- Necesitamos probar el orbe ¿Podemos llevarnos a uno para el experimento?
- ¿Te lo pidió Dee? Claro, llévense a uno. Quizá ni siquiera despierten.
- Gracias.

Posterior a esto, el enmascarado los observó con detenimiento ¿A cuál se llevaría? Todos parecían interesantes, pero se decantó por Víctor. Le arrancó el catalejo, lo tiró al suelo y cargó al joven en brazos.

- Disculpe -alegó el del casco de astronauta- una cosa más. Cala mató a uno de ellos. El cadáver está por allá -Dijo señalando el lugar donde ocurrió- ¿Deberíamos… hacer algo?
- Que se encargue Rowan.

El susodicho portaba una máscara dividida a la mitad. El lado izquierdo lloraba y tenía facciones masculinas. El lado derecho sonreía y representaba al sexo femenino. Él era quien gritó, y quien capturó a Alistair junto con Lara y Aradia.
Caminó con gracia, balanceándose de lado a lado.

Mientras tanto, recogieron el catalejo de Víctor, desprendieron el anillo de la mano de Alistair y le sacaron el reloj del bolsillo.

- No está la lámpara de gas. Tampoco el reloj de arena ni la máscara de Guadaña ¿La Reina Púrpura estará bien? No la hemos visto.
- ¿Qué más da? El reloj de bolsillo era lo importante.

Así como aparecieron, se retiraron, dejándolos tirados en el suelo.

Rowan, cumpliendo su tarea, estaba desnudando el cadáver de Christabel. Cuando terminó, la observó y pensó para sí mismo que era una lástima, pues era joven y bella.
Sacó de su traje un espejo pequeño que colocó delante del rostro de ella. Rowan se concentró y, de un momento a otro, frente a él había dos cuerpos: Una Christabel viva y una muerta. Rowan tomó las ropas y vistió a la copia. Al concluir, cargó al cadáver.
No debió hacerlo, su indicación era para deshacerse del cadáver, pero quiso hacer su propia voluntad.
Dejó a la copia ahí, en el suelo, inconsciente.
Por último, aunque sabía que no le concernía, se propuso sepultar a Christabel. A pesar de que no la conocía, pensó que merecía un final más digno.


En ese momento, Alistair abrió los ojos.

Pero…

…había algo…

…extraño.

Despertó recostado en una cálida cama.
Se sentó, intentando recordar cómo llegó ahí, pero fue incapaz. Todo era borroso.

- ¡Despierta Al, ya está tu desayuno!

Alguien abrió la puerta de madera blanca.

- ¡Apúrate! ¡O vas a llegar tarde a la escuela otra vez!
- ¿Mamá…? -preguntó Alistair.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora