El dolor se hundía en sus huesos, lo inmovilizaba. Pronto dejaría de controlar su cuerpo. La cabeza palpitaba, la respiración se agitaba. Mientras intentaba recobrar el control sobre sí, escuchó la puerta abrirse. Alguien la atravesaba y no pudo desperdiciar su oportunidad. Se levantó y corrió, empujando al científico. Éste se extrañó de sobremanera. Mientras víctor corría, los pasillos blancos se tiñeron de rojo eléctrico y el silencio transmutó en pulsaciones ¡Activaron la alarma de intrusión! ¡Sabían que Víctor estaba ahí! Siguió corriendo, observando a través de los ventanales, dentro de las habitaciones, buscando cualquier cosa que le indicara el lugar donde resguardaban la reliquia. En medio de su carrera ingresó en un área llena de las celdas móviles que presenció en el camión, todas vacías hasta que de reojo vio un color rojo vivo que le hizo detenerse. Volvió en sus pasos. Al otro lado del vidrio había una pequeña niña acurrucada en la esquina de la celda con la cabeza hundida entre las piernas. La luz roja parpadeante la iluminaba cada dos segundos, dejando que su silueta se hundiera en la obscuridad parcial. Víctor se sintió furioso y confundido ¿Por qué estaba encerrada? No tendría más de diez años. Miró de lado a lado, la alarma le crepitaba los nervios. Después de asegurarse de su soledad, se teletransportó dentro de la celda, junto con la niña, decidido a rescatarla. Estando dentro de la celda levantó los lentes de casco. El dolor lo abandonó. Le habló con voz suave a la niña. Ella levantó lentamente su cabeza, dejando que sus largos cabellos negros cayeran con delicadeza. Víctor se encontró frente a frente con aquellos ojos naranjas que fulguraban con intensidad bañados en esa caótica luz roja. También vio los dos cuernos que sobresalían verticales desde su cabeza, al igual que observó aquellos pequeños colmillos en su sonrisa malévola. La criatura se abalanzó sobre él. Iba a empujarla, pero, extrañado, se dio cuenta que ella lo abrazaba. El desconcierto de Víctor creció aún más cuando se dio cuenta que la luz roja ocultaba lo más evidente: La piel de esa niña era de un precioso color rojo. Se había encontrado con una diabla.
No hubo tiempo para ahondar en suposiciones. El sonido de la alarma se ahogó por el ruido de un montón de pisadas en conjunto. Víctor bajó el visor de sus lentes, recuperando la invisibilidad. La niña demonio se extrañó y magulló con sus manitas inquietas la piel de Víctor, preguntándose qué sucedía con su nuevo amigo. Un grupo de soldados armados pasó al lado de la celda, pero no se detuvieron a observar el entorno. Pasaron de largo corriendo y cargando sus rifles de asalto.
Víctor iba a aprovechar para salir de la celda y correr en busca del estetoscopio, pero empezó a escuchar disparos. La niña se asustó y se aferró a él. Esperó en silencio. Los disparos degeneraron en gritos. Fue así que cayó en cuenta de que la alarma no era por él. Había un monstruo en las instalaciones.
Cuando el escándalo terminó, el sonido de la alarma retomó su fuerza con macabra monotonía. Silencio.
El piso comenzó a temblar con intervalos de segundos. El pequeño temblor se atenuó poco a poco. Víctor se arriesgó a salir junto con la niña. Levantó el visor de sus lentes y cargó a la diablita. Se teletransportaron fuera de la celda, el único ruido, motivo del retumbar de la tierra, seguía alejándose. Víctor caminó en esa dirección. Cuando superó el pasillo de celdas, se encontró con la masacre. Las paredes blancas estaban bañadas por luz roja y sangre. De inmediato le cubrió los ojos a la niña. Todos: soldados, guardias, científicos e investigadores estaban muertos. Sus miembros cercenados esparcidos por el suelo lo atemorizaron ¿Qué los atacó?
Todas las puertas estaban destruidas. Siguió caminando con sumo cuidado. A cualquier muestra de peligro tendría que huir, no podía arriesgar la vida que llevaba en brazos.
Llegó a la zona de descarga por donde ingresó, aún siguiendo el murmullo de la tierra. Sorprendido, observó una gigantesca puerta de metal destruida, tenía un metro de grosor y no detuvo a esa cosa. La luz del sol se filtraba por el gran agujero. Víctor lo atravesó, regresando al desierto. Justo fuera de la entrada estaba el responsable de la matanza. Deslumbrado solo vio su hinchada silueta, también, con horror, notó que en su mano llevaba el estetoscopio que tanto necesitaba. Antes de reaccionar, la cosa se agachó y desapareció, haciendo que el suelo temblara con fuerza. Víctor no entendía qué pasaba. Entonces, mirando a todas partes, lo vio de nuevo en el cielo ¡Estaba volando! Al poco tiempo cayó muy lejos de donde estaba Víctor, quien, desesperado, se teletransportó cerca. Necesitaba robarle el estetoscopio. Cuando llegó, la nube de polvo que levantó la caída del monstruo no le dejó ver más que la abominación tensándose de nuevo. Víctor comprendió. No era capaz de volar. Saltaba y llegaba tan alto que daba esa impresión. La criatura llegó aún más lejos. Víctor se desesperaba, incapaz de hacer más que perseguirlo en silencio.
Cuando saltó una vez más, se decidió. Tendría que dejar a la niña por un instante, solo tiempo suficiente para robarle la reliquia al monstruo.
La niña, inquieta hasta entonces, dejó de moverse. Víctor no lo notó hasta que el monstruo saltó otra vez. Cuando la miró con cuidado estaba inconsciente. Distraído por esto, el monstruo saltó, alejándose más. Víctor iba a teletransportarse otra vez, pero sintió que ya no podía. El catalejo se lo advertía silente. Si usaba un viaje más no podría volver a casa.
Se vio obligado a renunciar a su cacería, pero no se dio por vencido. Hallaría una solución. Tenía que haber otra forma de salvar a su amigo, estaba seguro.
Con una mirada furiosa se colocó el catalejo por última vez y se teletransportó de vuelta al hotel.
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Las reliquias.
AventureEn un mundo similar al nuestro, existen objetos de gran poder. Tiempo, espacio, obscuridad, inmortalidad, cualquier cosa que se desee puede hacerse realidad... Aquellos que portan una reliquia son temidos y respetados ¿Qué pasará cuando Alistair, un...