XXXV. Voz hueca.

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Aquel que portaba la máscara cargó los cuerpos y los llevó hasta el bosque. Les quitó las máscaras y los despojó de las reliquias que portaban.

Lara abrió los ojos, estaba boca arriba. Las estrellas brillaban más allá del tupido árbol bajo el que despertó. Se levantó de un salto. Estaba confundida. Había una fogata cerca suyo. La luz cambiante del fuego hacía que las sombras bailaran. El bosque parecía vivo. Caminó en silencio hasta que vio una silueta estática debajo de otro árbol. Se acercó con lentitud. Cuando estaba a unos pasos, se dio cuenta de que era Víctor. Lo sacudió, pero no despertó. Temía lo peor. Colocó su mano en el pecho de Víctor.

               Nada.
                                     Nada.
                         Nada.
                                         Nada.
                                                     Latido.

¡Estaba vivo! Aliviada, se dispuso a cargarlo.

- Déjalo. Está descansando.

Lara se congeló. Volteó de golpe. El enmascarado que los atacó estaba ahí, inmóvil, de pie. Ella se tensó dispuesta a pelear. Él iba a decir algo, pero ella saltó para atacarlo. De repente se sintió fuera de sí. Ni un solo músculo de su cuerpo respondía. Cayó de bruces en el piso. Sintió miedo que al momento se convirtió en ira por tal estupidez. Intentó levantarse, pero sus brazos estaban flácidos, incapaces de esforzarse.

- Por favor, no quiero hacerte daño -Dijo el enmascarado. Su voz era un eco- Escúchame. Si los quisiera muertos ya lo estarían.

Lara dejó de pelear. Su cuerpo se sintió liberado.

- ¿Qué fue eso? -Preguntó ella, tocándose los brazos aún debilitados.
- ¿Lograron adentrarse en mis tierras y aun así desconocen el poder que tengo?

Lara titubeó apenada.
Antes de responder, Víctor respiró hondo, casi ahogándose, y despertó tosiendo. Se asustó al ver al enmascarado, pero Lara lo tranquilizó. Tenía vendada la mano herida por el cuchillo. Al poco tiempo despertó Al y ocurrió lo mismo. Con todos presentes, el impasible hombre extraño pidió ser escuchado. Sin nada que perder, aceptaron. Se sentaron alrededor de la fogata.

- Les debo una disculpa -comenzó él con su voz apagada- creo que me precipité al atacarlos. No sé qué los trajo aquí, pero no parecen estar al tanto de quién soy o de los poderes que controlo. Les pido, pues, que me pongan al tanto.

Se miraron entre sí. Alistair respondería.

- Es una pregunta difícil…
- ¿Sí? Entonces haré una pregunta distinta ¿Por qué tienes el reloj? -al preguntar esto les mostró el reloj de Alistair de sus manos enguantadas.

Se levantó exaltado, palpó su bolsillo y sintió la ausencia de su reliquia. Su expresión se moldeó por el pánico. Estaban a merced de ese hombre.

- Conocí al usuario que portaba esta reliquia ¿Lo mataron, tal como planeaban matarme a mí?
- ¡No! Yo lo conocía -respondió Al- ¡Era…! Era mi abuelo. Murió. Me heredó el reloj.
- ¿Falleció? ¿Cómo?
- Enfermó, se debilitaba poco a poco hasta que un día… pasó. No teníamos dinero para pagar el hospital ni las medicinas.
- Y aún a pesar de tener el tiempo a disposición se quedó sin tiempo… ¿Qué pasó con el cadáver?

Alistair se extrañó por la pregunta, pero respondió.

- Al poco tiempo se convirtió en polvo, o eso creo. No había cadáver.
- Fue después de que usaste la reliquia por primera vez, ¿verdad?

Alistair se dio cuenta de que no lo había notado.

- ¿Cómo sabes eso?
- Las reliquias no tienen límites. Van tan lejos como se lo permitamos. Si alguien está desesperado por conseguir algo, la reliquia consentirá el capricho a un precio muy alto. Eso es lo que le ocurrió a tu abuelo -respondió extendiéndole de vuelta el reloj.

Miró el objeto, luego miró al hombre y extendió su mano con timidez. Recuperó su reliquia. El hombre se sentó de vuelta frente al fuego. Habló por última vez:

- No tengo nombre, pero me han apodado como “Guadaña”. Llámenme así. Además de eso no tengo más que darles la bienvenida a mi casa.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora