XXXVII. Eterna vigía.

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Guadaña no necesitaba dormir, tampoco comer ni descansar, su cuerpo siempre estaba dispuesto. Él obtuvo la máscara de la peste después de aliarse con Zalman. Y el encendedor, la reliquia que lo volvió un piromaníaco asesino en masa, la conserva hasta el día de hoy.
Aunque la ventaja de no tener que satisfacer sus necesidades fisionómicas era grande, no compensaba lo mucho que extrañaba ver su rostro o escuchar su voz sin ese eco que le otorgaba la máscara ¿Qué tan humano podía considerarse entonces? ¿Acaso era un monstruo?

Se había convertido en un hombre solitario por decisión propia, aún antes de exiliarse rara vez hablaba, pues le atormentaba el pensamiento de todas las vidas que apagó por su egoísmo. Pasó muchos años intentando convencerse de haber hecho lo correcto, pero nunca consiguió sentirse en paz hasta que aceptó su error.

Las estrellas, el viento, la luna, el sol, los árboles… eso era todo lo que lo acompañaba en su penitencia. Al ser incapaz de dormir, era usual que se uniera a la luna en su eterna vigía. Esa noche, después de la discusión con Víctor, Guadaña les ofreció comida. Había un solo manzano, de los primeros árboles que nacieron en esa tierra. Lara hubiera preferido algo con carne, pero en vista de las circunstancias tuvo que complacerse con esa fruta roja.

Era una noche cálida y con viento ausente. Durmieron cobijados por los árboles.
Mientras tanto, Guadaña se dirigió hacia la frontera que dividía la tierra fértil de la tierra muerta y se sentó en el suelo seco, acompañando a la luna una vez más.
Se sentía extraño. Hacía mucho tiempo que no tenía una conversación. También revivió su sentimiento de culpa. Ahí, a unos metros de él, estaba una de las víctimas del incendio.

Escuchó una rama crujir detrás suyo. Volteó con tranquilidad y se encontró con una silueta. Era Alistair, incapaz de conciliar el sueño.

- Hola -susurró Guadaña.
- Hola… -respondió Al, quien se acercó y se sentó a un lado.

Ambos eran igual de afines a la luna. Hubo un momento de silencio que no incomodó a ninguno.

- Perdón por lo de… mi amigo, él no es así.
- No te tienes que disculpar. Tiene razón para odiarme. No sé su historia, pero todo lo malo que le ha ocurrido es mi culpa. Por más que lo lamente no se arreglará. Aun así, en verdad estoy arrepentido.

Después de otro momento de silencio, Guadaña hizo un comentario:

- Perdona mi insistencia, pero no me comentaron por qué están aquí.
- Cuando mi abuelo murió, me confesó algo: mi papá está vivo. Me incitó a buscarlo.
- ¿Y en verdad quieres conocerlo?
- Supongo. Ya no estoy tan seguro. Creo que solo seguí la pista que me dejó porque estaba perdido. Todos lo estábamos.
- ¿Y a dónde te guio esa pista?
- Un hombre que nos ha estado ayudando. Se llama Fermonsé, quizá lo conoces.
- ¡Fermonsé! -gritó Guadaña, quién se arrepintió de su tono- No deberían trabajar con él -prosiguió en voz baja.
- ¿Por qué? Ha sido amable y útil.

Entonces Guadaña adoptó un aire fúnebre. Le contó la historia de Fermonsé.

- Él era un hombre normal. Tenía empleo y vivía con miedo como cualquiera. Cuando ocurrió la última pelea entre usuarios de reliquias lo perdió todo. Su esposa e hija fueron aplastadas en la caída de la torre Eiffel. Se volvió loco. Se adueñó de los secretos de las reliquias, todo con tal de matar a Zalman, el responsable de su miseria. En cuanto dejen de serle útil, los traicionará.

Alistair no podía ver a Fermonsé de esa manera. Sin embargo, agradeció la advertencia. Tenía que meditarlo. Por último, antes de despedirse, le hizo una última pregunta. No pudo resistir y le preguntó el motivo de su nombre. De todos a los que había conocido tenía el peor nombre, a la par de la personalidad más apacible y contrastante para dicho apodo. Guadaña suspiró. El sobrenombre lo obtuvo al terminar con la ciudad que había ahí. Tenía un nombre real y anhelaba escucharlo, pero no se sentía merecedor de ello. Alistair comprendió al penitente. Se despidió y adentró en el bosque para dormir mientras que Guadaña permaneció ahí, contemplando a la noche.
Intentaba, fútil, de recordar cómo era su propio rostro.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora