LXII. Remanentes de un sueño perfecto.

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Después de haberse aliado con la Reina Púrpura, Alistair consiguió la reliquia de la mente. El día siguiente lo celebró con Christabel, solo debía aprender a usarla para despertar a Lara. Ese día lo dedicó a descubrir sus secretos. Se encerró en su habitación con el pequeño objeto. Meditaba con los ojos cerrados, enfocado en el silencio. Conforme avanzaba el día, notó que la reliquia servía como volante para no hundirse en su mente. Podía recordar las cosas que deseara con una precisión al milímetro:
Memorias, sonidos, sabores, olores y sensaciones. Todo era posible. Una idea dolorosa coqueteó con él. ¿Podría recordar la cara de su papá? Se dispuso a ello. Se forzó a hacerlo, pero era imposible. Lo había abandonado a una edad tan temprana que ni siquiera había podido crear recuerdos de él. Sin embargo, halló una luz en su memoria. Se encontró con los recuerdos que tenía de su abuelo. Sonrió, agradecido con la reliquia. Era hermoso poder recordarlo con tal claridad.
Era momento de probar la reliquia con alguien externo. Le pidió ayuda a Christabel. Usaría el objeto con ella, quien aceptó sin dudarlo. Se encerraron en una habitación y se sentaron al borde de la cama. Ambos se miraron en silencio. Ella sonrió y él se sonrojó. Titubeó un poco, pero sujetó la pirámide de cristal con el dedo índice y pulgar. La colocó delante de su frente. Se concentró. Alistair vio un resplandor turquesa, invisible para Christabel. Observó los recuerdos de ella. Se forzó a sí mismo a detenerse, no quería ser invasivo. Antes de frenar por completo, por menos de un segundo, vio una silueta terrible que lo congeló. Presenció el recuerdo apenas existente del dios de la muerte que visitó a Christabel. Alistair saltó de la cama. Rompió el enlace que hizo con Christabel que hasta entonces era ajena a todo. Notó lo alterado de Al, quien se preguntaba qué era ese recuerdo. Si hubiera visto más de ese ente la locura lo hubiera consumido, pero solo sintió un pánico apenas soportable. Recuperó los estribos, se convenció de que no era asunto de Christabel, quizá un accidente al usar la reliquia. Después de recuperarse y convencerla de que no había pasado nada, se sumergió de nuevo en su mente. Esa vez, no hubo ni rastro de aquél atemorizante recuerdo.
Así se sintió más seguro de poder ayudar a Lara. Irían al hospital el día siguiente.
Esa noche, Al tuvo pesadillas de muerte que no lo dejaron dormir. No podía dejar de preguntarse qué era esa cosa. Su silueta era humana, pero había algo más, algo indecible en su presencia.

Al amanecer los tres amigos fueron al hospital donde hallaron a Lara en la misma penosa situación. Aradia estaba muy feliz de verla, pero se puso triste al ver que no despertaba.
Cuando estuvieron solos, Al sacó la pirámide e intentó lo mismo que el con Christabel, pero había una potente barrera que le impedía acceder a su mente.
El plan era sencillo: Entraría en la mente de Lara y la despertaría. Eso fue imposible, tuvo que llevar su deseo al límite. Tal fue así que provocó que todo el hospital durmiera de golpe. Así fue como Alistair, Christabel y Aradia abrieron los ojos encima de pasto seco que crujía y se convertía en polvo que el viento arrastraba. Se levantaron mareados; Aradia se aferró a la mano de Christabel, tenía la sensación de que algo andaba mal. Alistair contempló el horizonte. En el suelo seco, no tan lejos de donde miraba, había varios cadáveres de aves. Más allá de eso, no había nada. Solo un gran espacio de absoluto negro: Partes del sueño de Lara que no importaban porque nunca visitó esa zona. Eso mismo les ayudó a saber qué dirección tomar. Dieron media vuelta. En la cúspide del monte había una granja que apenas se mantenía en pie. Caminaron por encima de un sembradío de trigo muerto y llegaron a ella, uno de los portones estaba abierto. El interior daba miedo. Alistair entró primero. Aradia presionó con fuerza la mano de Christabel. El suelo rechinaba. Notaron el agujero en el suelo, las escaleras se extendían hacia abajo. Sin más camino que elegir, descendieron. Cuando llegaron al final de estas, se encontraron con un gigantesco árbol muerto. Christabel notó que tenía una manija en su centro. La puerta daba a más escaleras de madera podrida. Curiosos y temerosos bajaron. Dieron con la puerta oxidada que estaba medio abierta. Alistair pasó primero, al ver que no había peligro dejó que las chicas le siguieran. Entraron al edificio alto, ya sin techo. El agua de la eterna lluvia mermaba el concreto y metal. Gran parte de la estructura estaba cubierta por brotes de plantas o flores. Ignoraron casi todas las habitaciones a excepción de una que llamó la atención de Al. Sin saber la razón, tuvo la necesidad de entrar ahí. A unos pasos de ella, el habitáculo desprendió un alarido. Algo habitaba dentro. Ordenó a Christabel esperarlo junto con Aradia. Caminó hacia la entrada sin puerta. Se sentía hipnotizado, incapaz de retroceder. Cuando entró todo era tinieblas, al poco tiempo una tenebrosa luz roja iluminó el lugar. Había una mesa en el centro con trozos de platos y cubiertos regados, todo estaba cubierto de sangre seca. En el suelo había dos grandes globos oculares arrancados de raíz. Pudo ver otra entrada más allá de la mesa. Se adentró en ese lugar. La habitación contenía un camastro sucio. Ahí, cubierto por sábanas manchadas de rojo, había algo. Podía verlo palpitar, lo oía respirar con pesadez. Se inclinó con cuidado y con los músculos tensos retiró la tela. La exigua luz apenas permitió ver aquel amasijo de carne desollada. Esa cosa estaba acurrucada. Interrumpiendo el silencio, la bestia habló:

- Ayúdame… ayúdala… en el océano, más allá de las escaleras, más allá de la obscuridad… Por favor… está muriendo…

El cuerpo se estremeció. La sábana cubrió a esa cosa con lentitud fantasmagórica. Él salió de la habitación. Estaba pálido. “Sé dónde está Lara, vamos”, es todo cuanto pudo decir. Christabel tenía curiosidad, pero Al se veía tan consternado que guardó sus dudas. Se dispusieron a bajar las escaleras, pero solo había un gran montículo de arena por el que tuvieron que descender a riesgo de ser incapaces de volver arriba. Salieron del edificio. Las calles estaban inundadas. El agua llegaba por encima de las rodillas. Aradia tendría que nadar, pero Christabel la cargó y así recorrieron la ciudad fantasma. Anduvieron largo rato, pero ni el cansancio ni el hambre les afectaba. Llegaron a la bahía, donde no había ni barcos ni botes, solo agua que se extendía infinita y unas escaleras que guiaban más abajo, adentrándose en la turbia agua.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora