Los chicos salían en las noches en búsqueda de la Reina Púrpura, siempre portaban sus máscaras para no ser reconocidos. Pasaron algunas veladas sin novedad hasta que Lara la encontró. La vio a lo lejos, caminando entre la gente que no parecía prestarle atención a su extravagante aspecto. Llevaba un vestido negro con volantes púrpuras. Iba de mangas largas que cubrían sus delgados brazos y portaba guantes finos. Se movía de forma extraña, algo en su andar incomodaba, pero Lara no podía decir qué con exactitud, hasta que por fin se dio cuenta: La Reina Púrpura no caminaba. Parecía moverse en el aire, como una aparición.
Lara le llamó a Víctor. Le explicó lo que vio. En cuanto colgó, la Reina Púrpura entró en un edificio. Las luces de dentro se apagaron. Lara se acercó, pero no parecía ocurrir nada al interior. En cuanto Víctor llegó acompañado por todos buscaron en los alrededores sin hallar rastro suyo. Esta misma situación se repitió dos veces con cada uno avistándola y perdiéndola. Era como perseguir a un fantasma.
La cuarta ocasión fue Víctor quien la vio. En vez de perder tiempo yendo por los demás, la siguió de cerca. Esa vez ingresó en un edificio abandonado. El suelo estaba lleno de polvo y el aire encerrado. Al adentrarse escuchó un rumor. Voces a lo lejos. El eco hacía imposible entender una sola palabra. Conforme avanzaba, los pasillos se hacían más obscuros. Cuando llegó a una intersección de pasillos, los susurros se fortalecieron, casi comprensibles. Agudizó el oído.- Sí, sí, ya lo sé…
… ¡Él lo dijo!
…cuatro, son cuatro, sí…
…pero ¿en verdad hay que…Víctor sintió miedo. Era una sola voz, era ella discutiendo consigo misma. ¿Cuatro? ¿Sabía que la estaban siguiendo? No quiso escuchar más, debía ir con los demás, avisarles. Quizá armar otro plan. Alzó su catalejo dispuesto a desaparecer. En cuanto lo usó, sintió algo en la palma de la mano. Al abrirla, ¡una pequeña ave salió volando! ¡El colibrí! ¡Lo había olvidado! La voz de la Reina, hasta ahora susurrante, soltó una risotada. Víctor corrió hacia la salida, pero por más que avanzaba no la encontraba. El interior del edificio se hizo tan opaco que era imposible ver más allá de su propia nariz. Él siguió corriendo, pero podía escucharla. Sus tacones hacían eco con cada paso. Se acercaba con lentitud.
Mientras tanto, Al estaba en las calles patrullando. Los cuatro se habían separado, tal y como estaba planeado. De repente, su celular sonó. “Víctor”, anunciaba la luz negra de la pantalla. Al contestar, del otro lado de la línea, la voz de su amigo angustiado le pidió ayuda. Le explicó la situación con atropello y le advirtió que tuviera mucho cuidado. Alistair comprendió y se dirigió adonde Víctor debía estar. Encontró el edificio que le describió. Todo parecía normal. Entró con cautela. Silencio. Siguió caminando. Anduvo hasta que encontró en el suelo algo. Se inclinó para recogerlo, era el celular de Víctor. Ahora, más consternado, siguió con la búsqueda. Empezó a escuchar un leve sonido. Sus pasos lo llevaron hasta una habitación amplia. Era un salón abandonado en el que las cortinas rasgadas dejaban que la luz lunar se filtrara a través de los ventanales. El lugar estaba vacío. Cuando comprendió esto, dio media vuelta, dispuesto a salir.
- Érase una vez, -susurraba una voz femenina- dos jóvenes que perseguían a una pobre dama. Una noche la siguieron dentro de un viejo edificio…
Alistair se detuvo en seco. La voz estaba detrás suyo, respirando en su nuca. Se giró, pero no había nadie.
- …no se les volvió a ver. Se dice que se convirtieron en sombras y que ahora viven en un mundo negro y púrpura.
La voz lo rodeaba. Venía de las sombras, de dentro de las paredes, de detrás de las puertas. Estaba en todas partes.
- Déjame verte -pidió Al ocultando su temor detrás de su máscara de zorro.
- Pero ya me han visto. Una vez por cada corazón acosador. Lástima que no pude conocer a las chicas, hubiera sido más divertido.En medio de la habitación, apareció una silueta deforme que poco a poco develó una forma reconocible: era ella. Al principio parecía no tener cara. Sus ojos eran negros y hundidos, y su piel pálida hasta el extremo. Alistair pensó que presenciaba a la muerte en persona, pero cuando la aparición se hizo tangible adquirió un aspecto más humano. En su mano llevaba encendida la lámpara de gas. Sus movimientos eran gráciles, encantadores.
- ¡Hola! -dijo ella con aire orgulloso.
- ¿Dónde está mi amigo? -preguntó Al con recelo.
- Ah, el otro está vivo -dijo para, al instante, levantar su faldón. A este movimiento reaccionaron las sombras, que se movieron dejando ver a Víctor al fondo de la habitación. Estaba atado de manos.
- ¡Me quitó mi reliquia! -dijo Víctor- ¡Ten cuidado! -Alistair aceptó con un movimiento de cabeza.
- Déjalo ir -le pidió a la Reina Púrpura- No queremos hacerte daño.
- ¿Entonces por qué tanta persecución? Es molesto.
- Sí, lo sé. Perdón. Hagamos un trato. Si te entrego mi reliquia nos dejas ir a ambos, ¿te parece bien?Alistair metió la mano en su bolsillo y sacó el reloj. Se lo presentó. Ella lo miró sorprendida.
- ¿Ese es el reloj del tiempo? ¡Pero cómo…!
Víctor se puso de pie y embistió contra ella. La derribó. Las sombras se hicieron espesas, los envolvieron por completo, dejándolos ciegos.
- ¡Úsalo! -gritó Víctor.
Alistair no lo pensó y activó su reliquia.
Después de eso hubo silencio, absoluto y total. Sintió algo extraño en la mano. La abrió. Era el colibrí, pero no se movía. Estaba congelado ¡El reloj había funcionado! ¿Pero dónde estaba? No podía ver ni tampoco oír nada. Tal obscuridad era asfixiante.
El ave que tenía en la mano se estremeció y, de repente, salió volando. Escuchó su veloz aleteo perderse en la distancia, y otra vez el silencio.- ¿Víctor? -preguntó en voz alta. Nada.
Si el reloj había funcionado, nada habría de moverse, pero el ave lo hizo. Sin embargo, nada más se escuchaba, nada se movía. Estaba solo, sumergido en aquella penumbra insondable. Se dispuso a encontrar a la Reina Púrpura. Debía quitarle la lámpara y recuperar sus reliquias.
Comenzó a caminar a tientas. Un paso tímido, después otro. Mientras caminaba iba con sus brazos extendidos. Poco a poco, sus otros sentidos se agudizaron. Aunque sabía que no tenía importancia, mantenía todo el silencio del mundo. Se sentía asediado por la obscuridad. Lo único que le tranquilizaba era pensar que la reliquia funcionó. Fue por esa misma razón que se aterró cuando algo rozó su pierna.
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Las reliquias.
AdventureEn un mundo similar al nuestro, existen objetos de gran poder. Tiempo, espacio, obscuridad, inmortalidad, cualquier cosa que se desee puede hacerse realidad... Aquellos que portan una reliquia son temidos y respetados ¿Qué pasará cuando Alistair, un...