XL. Alegría y luz cegadora.

0 0 0
                                    

Al atardecer del día siguiente asistieron al edificio en que Lara se había interesado. La vendedora los invitó a entrar; todos aceptaron e ingresaron, encontrándose con un edificio a punto de caer. La madera del piso estaba podrida, la escalera crujía, la pintura de las paredes se caía con solo mirarla. Se sentían decepcionados, excepto Lara, quien seguía extrañamente optimista. Aradia compartía su entusiasmo.
Al final del recorrido, la vendedora les preguntó por su interés en comprar el edificio, oferta que Alistair estaba a punto de declinar.

- Sí -se interpuso Lara- la compraremos.

Todos la miraron boquiabiertos. Le pidieron a la vendedora un momento a solas. En cuanto salió, Christabel, Víctor y Alistair la acorralaron con preguntas acerca de su estado mental.
Lara rio, provocando más incertidumbre. Ella explicó que, dadas las precarias condiciones del edificio, era obvio que sería mucho más barato de lo que debería hacerlo un edificio tan amplio. Ninguno parecía muy de acuerdo, así que Lara tuvo que convencerlos señalando sus bondades, tales como el tamaño, pues eran tres plantas espaciosas con tres habitaciones en cada nivel, o el barrio que parecía tranquilo. Una vez que fuera suyo podrían hacerle los arreglos necesarios y quedaría como nuevo. Apoyándose en más factores, reales o inventados, logró que sus amigos entraran en razón, los convenció de hacerse con el edificio.
La vendedora les dijo que costaba treinta mil dólares. Nadie tenía idea de a cuanto equivalía, pero no les importaba. Alistair conseguiría el dinero. La vendedora se encargaría del papeleo, pero en lo que refería a ellos, el edificio ya les pertenecía. Al salir, Lara los detuvo. Quería que se tomaran una fotografía para recordar el momento. Aradia se puso al centro con su máscara de diablo, Lara a su lado izquierdo y Christabel al derecho. Detrás de Christabel y Lara estaban Alistair y Víctor, hombro con hombro. Lara fue quien tomó la foto.
Con esto hecho se retiraron hacia el hotel. Esperaban que fuera una de las últimas noches en las que durmieran ahí y cada uno comenzó a hacerse una idea de cómo decoraría su propia habitación.
Lara quería llenar su cuarto con peluches.
Christabel quería que su cama tuviera colores amarillos y morados, (los cuales eran sus favoritos).
Aradia… ella solo pensaba en comida.
Alistair quería decorar su habitación con posters de videojuegos y películas.
A Víctor le entusiasmaba la idea de pintar sus paredes de verde claro y el techo de azul. Quizá comenzar alguna colección de libros.

Al día siguiente las tres chicas salieron sin avisar. Regresaron con una bolsa cuyo contenido no quisieron revelar. Esta bolsa pertenecía a Christabel, quien se encerró en su habitación unos minutos. Mientras tanto, Alistair estaba en su habitación meditando los acontecimientos y, en otra habitación, Lara junto con Víctor le enseñaban algunas palabras nuevas a Aradia.

- “Suavecito” “sua-ve-ci-to”. Ahora dilo tú -explicaba Víctor.
- Sua… sa… sawecito -respondió Aradia.

Cuando los tres estaban riéndose, Christabel tocó la puerta. En cuanto la abrió, Lara le sonrió con calidez. Víctor alabó el trabajo y Aradia se sorprendió al ver tantos colores. Faltaba enseñarle a Alistair.

-¡Toc, toc!-

En cuanto vio lo que había al otro lado del marco, su respiración flaqueó. Era Christabel. Sus ojos cristalinos lo veían detrás del antifaz de esqueleto. Su sonrisa estaba adornada por coloridas flores de papel china que ella misma había hecho y añadido. Ya no era el insípido antifaz que había comprado, se había convertido en una bellísima catrina.
También se había maquillado los ojos, dando una impresión de cuencas profundas, y sus labios, adornados con un vivo color rojo enloquecerían a cualquiera. Era perfecta. Era hermosa.
Christabel sonrió. El corazón de Alistair brincoteaba dentro de su pecho. Sonrió con torpeza. Le hubiera gustado decir tanto, pero aún sin recibir palabras, ella se sintió halagada por la impresión que provocó.

Para celebrar que todos tenían sus máscaras, Lara los incitó a portarlas para conmemorar el momento.
Víctor llevaba su antifaz, Lara la suya de dragón y Aradia portaba la propia de demonio.
Alistair sacó su máscara de zorro. Se la puso, siendo sus ojos lo único que quedaba a la vista.
Después de reír y festejar un rato, Víctor sintió algo extraño en su bolsillo. Era el catalejo. Vibraba. Extrañado, lo examinó. Todos se acercaron con curiosidad.
En ese instante, el catalejo expulsó una luz cegadora, teletransportando a todos sin que Víctor hubiera accionado la reliquia.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora