VIII. El silencio que sobrevino.

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El día después de sus delitos, Alistair contó el dinero. La cantidad que robó superaba los dos millones de pesos. Era exagerado para un banco tan pequeño. Lo que ignoraba era que ese banco, junto con otros de la zona, estaban ligados a un grupo criminal. El dinero estaba mezclado con efectivo ilícito, estaba en proceso de lavado de dinero cuando lo robó. Sin saber esto se sintió satisfecho con su crimen. Por fin podría comer cuando sintiera hambre. Guardó el dinero en las mochilas y lo escondió tan bien como pudo en lo ancho de su casa. Mientras hacía eso recordó a su amigo Víctor. Se sintió terrible por haberlo olvidado. No estaba en la escuela el día del temblor, necesitaba asegurarse de que estuviera bien.

Cuando hubo terminado de ocultar su tesoro, tomó el reloj, salió de casa y se dirigió al hogar de Víctor. Fue grande su sorpresa cuando, al acercarse al lugar, se encontró con que el edificio donde vivía su amigo había desaparecido. Toda la cuadra había sufrido daños, pero la casa de Víctor se derrumbó, el área estaba acordonada. A lo lejos instalaron carpas en las que se hospedaban los damnificados. Iba a dirigirse hacia ellas para buscarlo, pero un policía le impidió el paso. Solo los habitantes de la zona tenían permitido ingresar. Tuvo que retirarse de mala gana. Cuando pensaba en cómo encontrarlo, alguien le gritó a lo lejos ¡Era él! Estaba bien. Se saludaron y platicaron mientras caminaban. Tenía muy mal aspecto. Hablaron de varias cosas, entre ellas de como Lara, amiga de Víctor, lo salvó de un asalto. Caminando llegaron a un restaurante donde Al invitó la comida, cosa que su amigo aceptó dubitativo.

Cuando estaban comiendo, ambos se quedaron callados. Esto incomodó un poco a Al, pues no le agradaba el silencio estando en compañía. Víctor no notó la falta de palabras. Estaba absorto en sus obscuros pensamientos, buscando la manera de decirle a su amigo que él también se había convertido en un huérfano...

"Mi papá murió en el terremoto", eso es lo que Víctor tenía que decir, pero mentir no se le daba. La verdad era peor.

El padre de Víctor había estado arrastrando el deseo de morir desde hacía ya muchos años, pero se había mantenido fuerte por su hijo. La última noche en que Al y Víctor se vieron, él concretó su deseo egoísta. Cuando Víctor regresó a casa no había ruido. Se paseó por las habitaciones, buscándolo, hasta que lo encontró colgado en su cuarto. Cuando Víctor terminó de vaciar sus entrañas en el retrete se sintió perdido. Era incapaz de pensar con claridad. Todo daba vueltas. No sabía qué hacer. Estaba solo. Se dirigió a su cuarto. No pudo dormir. Siempre que cerraba los ojos lo recordaba. No lloró. No pudo hacerlo. Primero su madre, ahora su padre ¿Acaso él también debía morir para que el universo estuviera satisfecho?

Al día siguiente, cuando el sol comenzaba a nacer, Víctor sintió un movimiento muy brusco que lo obligó a levantarse de su cama. Comenzó a temblar. Salió de su casa. En cuanto abrió la puerta escuchó gritos y un estruendo de concreto. Entre el caos, volteó y vio como su casa se desmoronaba de golpe. Permaneció quieto. La gente a su alrededor corría y gritaba mientras que él estaba ahí, de pie, viendo a su mundo ser destruido. Sintió náuseas de nuevo, pero ya no había nada para devolver. Aun así, su estómago se retorcía, obligándolo a arrodillarse por el suplicio. Las arcadas lo hacían contorsionarse de dolor. No supo cuando, pero se desmayó. Una paramédico lo despertó, preguntándole cosas que él apenas entendía. Cuando recuperó la consciencia se dio cuenta de que todo estaba destruido. A partir de ese día, por mandato del gobierno, se pusieron varias lonas a lo largo de la ciudad. Refugios que cobijarían a los afectados. La que pusieron en la calle de Víctor estaba hecha para seis personas. Debido a que familias enteras perdieron sus hogares, la lona tuvo que hospedar a veinte individuos.

Víctor, con la esperanza despedazada, pensó en suicidarse. La segunda noche recogió un trozo de vidrio de entre los escombros. En medio del silencio y la obscuridad nocturna lo presionó contra su muñeca. Lo mantuvo así durante horas ¿Qué pasaría si moría? La existencia no cambiaría. Solo un cadáver más en medio de la tragedia. Un número más en el noticiero matutino. Sin embargo, no pudo hacerlo. Había algo que se lo impedía. Comenzó a llorar por la frustración. No solo era impotencia, era enojo y tristeza revueltos intentando salir con un grito que no se concretó. Extrañaba a su papá y anhelaba conocer a su mamá. Maldijo su cobardía. Durmió incómodo y triste entre recuerdos amargos que lo hicieron sonreír entre sueños.

El día siguiente fue cuando se encontró con Al. Después de comer siguieron paseando y platicando de la situación general. Entraron a una cuadra vacía, tan distraídos que no notaron la camioneta estacionada en la esquina. Cuando pasó a su lado, Víctor la vio de reojo. Se detuvo en seco y no apartó su mirada de ella. Alistair se detuvo extrañado y le cuestionó su comportamiento.

- ¡Era Lara! Creo... ¡Que la acaban de secuestrar!

- ¿¡En serio!? ¿Estás seguro?

- Ella me vio. Su cara ¡Su mirada! Me pedía ayuda, estoy seguro.

Alistair recordó el favor que ella le hizo.

- ¡Vamos! ¡Rescatémosla!

- ¿Qué? -preguntó Víctor mientras corría persiguiendo a Al que salió disparado tras la camioneta.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora