LIV. El mundo roto de cielos grises.

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Las calles habían sido destruidas, los edificios mostraban su anatomía de concreto y metal. Sin embargo, algo que extrañó con creces a Víctor fue la ausencia de cadáveres. Claro que él estaba bien sin ver alguno, pero era raro.
Debido a la magnitud de la explosión, era obvio que pronto llegaría gente a ayudar, ya fuera el gobierno o alguna organización. Mientras ese encuentro llegaba, siguió caminando bajo aquél amenazante cielo nublado que lucía más fúnebre de lo usual.
El tiempo siguió. Comenzó a sentir hambre y sed. En medio de su caminata se encontró con una tienda de comida abandonada. Entró con cautela. Las columnas estaban agrietadas. Su garganta seca dolía. Al entrar sintió una peste penetrante. Mientras se acercaba más al hedor revisaba las estanterías. Estaban vacías. Cuando llegó al final del pasillo, el olor se había hecho insoportable. Provenía de detrás del mostrador. Víctor no pudo contener su curiosidad y se asomó con lentitud ¡Un cadáver! No parecía haber muerto por la explosión. Sus heridas eran viscerales, hechas adrede. ¿Qué animal podría hacer eso? Víctor salió corriendo de la tienda. Después de alejarse comenzó a sentir miedo ¿Qué tal si “eso” que mató al hombre estaba cerca de ahí, observándolo? Apresuró el paso mientras pensaba en qué podía dejar heridas así. Cuando se alejó más comenzó a recuperar la compostura. A lo lejos vio una especie de riachuelo, cuyo paso fue creado por la destrucción. El agua se dividía en varias direcciones, pero no cesaba su rumbo. Víctor se dejó caer y tomó agua. Cuando sació su sed, permaneció viendo al agua fluir. En ese movimiento perpetuo vio su reflejo deformado, pero había algo extraño. Lo contempló con más reparo. Esa no era su cara. Preocupado, acarició su rostro. Palideció al descubrir relieves ajenos. Vivió en pánico por unos instantes. Volvía a verse reflejado y volvía a tocar su rostro. No lo había notado hasta entonces. Había envejecido muchos años. Incapaz de actuar, aún turbado por este hecho, se puso de pie y caminó debajo del atardecer nubiloso mientras pensaba “Sigo durmiendo, esto es parte del sueño. Debo encontrar al gato blanco, el gato me despertará”. Al poco rato comenzó a llover a cántaros. Corrió en búsqueda de escondite. Cuando encontró un edificio no tan ruinoso, se quedó ahí, mirando al cielo, esperando que terminara. Entre las nubes y el incesante caer del agua, vio algo que se retorcía. Una masa amorfa, alargada, que se estremecía. Sin embargo, el agua dificultaba mucho la visión. Casi al instante lo perdió de vista. Permaneció con los ojos prensados al cielo, buscando lo que creyó ver, pero la gigantesca aparición no volvió. Para cuando la lluvia cesó, el cielo estaba a punto de obscurecer por completo. Continuó caminando en busca de refugio. A lo lejos vio un fuego fatuo que se movía muy lento. La curiosidad lo guio. Se apresuró a en su dirección. De repente, la luz cayó al suelo. Víctor escaló la montaña de basura metálica, sobre la cual reposaba aquel brillo. Cuando llegó, la tomó. ¡Era una antorcha! ¡Tenía que pertenecer a alguien! La usó para buscar al dueño. En su avance escuchó ruidos a los que se aproximó. La obscuridad se hacía más espesa a cada minuto. Iluminó una figura humanoide, pero se decepcionó cuando lo vio con cuidado. Era un maniquí. Dio media vuelta para seguir buscando, pero algo lo golpeó con fuerza en la cabeza, tirándolo al suelo, apenas consciente. Lo último que escuchó fue a dos mujeres hablando:

- ¿Es él?
- Sí, me estaba siguiendo.
- ¿Es de los hombres de Zalman?
- No lo parece, no tiene su uniforme ¿Qué hacemos?
- Hay que llevarlo con nosotros. Ya es de noche. Pronto aparecerán.
- ¿Y si es un replicante? ¿O un susurrador? Pueden lucir humanos.
- Sea lo que sea, es solo uno. Podemos lidiar con uno. ¡IA-19, abre los ojos! Necesitamos que cargues a este.

Entonces Víctor, entre sombras, vio como el maniquí encendió sus ojos. Al instante cayó dormido, aturdido por el golpe y el cansancio.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora