V. Hasta el último de ellos.

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Tal como temía, Al no se levantó a tiempo. Por suerte para él, un gallo en la distancia cacareó tan fuerte que ayudó a despertarlo.

Víctor era la clase de persona que llega a tiempo. Ese día no había aparecido. Esto hizo que Al se sintiera solo. Se concentró en buscar valentía, la cual mermó por completo desde el amanecer. Quería hablarle a Christabel, pero no sabía cómo hacerlo.
La maestra comenzó a hablar acerca de que sus torpes hijos eran en realidad unos genios, pero solo ella era capaz de ver esa genialidad. Aunque a nadie importaba la vida de la maestra, ninguno la interrumpía. Si alguien se atrevía a hacerlo terminaría con un llamado de atención.
Al terminar la clase de matemáticas, (la sesión gratuita de terapia de la maestra), el salón tenía una hora libre. La mayoría se dispuso a desayunar. Esto incluía a Christabel, quien decidió sentarse sola ¡Ahí estaba la oportunidad! Sabía que debía acercarse rápido, pero ¿Cómo? ¿Qué debería hacer o decir? ¿Cómo se movería? Era difícil, pero no tenía por qué echarlo a perder antes de comenzar.
Primero diría "hola" y las palabras tendrían que venir después poco a poco. Comenzó a caminar hacia ella con timidez. En medio de la multitud su rostro se perdía. Sentía cómo la sangre viajaba más rápido. Su corazón estaba tan acelerado que podía escucharlo. La garganta estaba por cerrarse, pero no lo permitió aclarándose la misma. No se sentía listo... pero quería estarlo.
Cuando estaba a frente a ella y apenas iba a mirarlo, ocurrió aquello: La tierra se movió de un tirón. Un temblor. Las alarmas no lo previnieron. El caos se sobrepuso en cuestión de segundos. No era un temblor ordinario, era violento y todos lo sentían. Los edificios comenzaron a oscilar con fiereza.
Alistair siguió a la horda por instinto. Los temblores eran comunes y el protocolo bien conocido: todos se reunirían en la cancha de deportes, pasarían unos minutos y terminaría. Eso es lo que creía, pero de repente sintió algo horrible bajo sus pies ¡El suelo se agrietaba! Muchos lo notaron. El pánico se multiplicó. Algo dentro del edificio tronó ¡Comenzó a derrumbarse! Alistair sacó su reloj de inmediato y presionó el botón. Del escándalo total pasó al silencio más abrumador. El suelo dejó de moverse, los rostros permanecieron congelados en el terror más absoluto. En medio de todo estaba Al. Sorprendido, se irguió. De milagro funcionó. El edificio que cedió iba a aplastarlo junto con cientos de estudiantes. Contempló por un momento la escena. Había gente en el piso, algunos habían sido pisoteados por la imprudencia que ocasionó el miedo. Se concentró en ellos, en todos ellos. Buscó una ruta libre. Los llevó uno a uno hasta la cancha de fútbol, el lugar más amplio y seguro. Los cargaba como podía, los jalaba de la ropa o del cabello. A los altos y los gordos los empujaba con dificultad. A los heridos los trataba con mayor cuidado, los cargaba sosteniendo sus cabezas. Esperaba que pudieran recuperarse. Esta tarea le tomó muchísimo tiempo. Después entró al edificio que caía eterno. Dentro también había personas suspendidas en el aire. Se precipitaban a la muerte. Alistair los alcanzaba y los bajaba en brazos, reuniéndolos con el resto. Le costó mucho, pero al final vació los edificios. Cuando todos estuvieron a salvo, se dio cuenta de que no había encontrado a Christabel. La buscó en la dirección donde marchó. La halló en medio de un pasillo techado, justo en la base del edificio que se desplomaba. Estaba en el suelo. Su rostro reflejaba la horrible verdad que descubrió en ese instante: moriría.
Alistair se agachó, acarició con timidez su cabello y la cargó con cuidado. La llevó con los demás, dejándola en el suelo. Volvió para asegurarse de que ninguno hubiera sido olvidado. Cuando estuvo convencido de ello, miró al edificio que permanecía inmóvil. De repente sintió el cansancio que ignoró durante su hazaña. No podía más, apenas lograba mantenerse de pie. Agotado como estaba, se dirigió a la cancha. Hurgó en su bolsa y presionó el botón.
Los salvó a todos. Incluso a la persona que tanto le interesaba. Los rescató, y ninguno lo sabría. Ninguno le agradecería.
No importaba.
Cuando el mundo volvió a la normalidad, una explosión de gritos y un mar de rostros confundidos lo rodeaban. Alistair sonrió.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora