XXXIV. En el desierto muerto.

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Decidieron que Lara los acompañaría. Christabel permanecería a cargo de Aradia, aún a pesar del descontento de la niña, pues no quería desprenderse de Lara.
Antes de marcharse, Víctor estudió con cuidado los respiradores que les entregó Fermonsé. Los tanques de oxígeno se llevaban cargando en la espalda. Descubrió por cuenta propia cómo cambiarlos de forma rápida. Les explicó a Lara y Al para evitar inconvenientes al momento.

Antes de irse, Aradia abrazó a Lara por largo rato mientras jugaba distraídamente con sus cabellos. Sus ojos reflejaban tristeza. Sabía que la decisión de marcharse ya estaba tomada y no había nada en su pequeño encanto que pudiera disuadirla. Los demás pensaron que era conmovedor a la vez de extraño. ¿Qué había hecho que la niña se encariñara a tal grado tan pronto con Lara? Ninguno podía adivinarlo.

Christabel se comprometió a cuidar de la niña con su vida. Se despidieron y Víctor los hizo desaparecer, teletransportándolos muy lejos, a la frontera con las tierras muertas del usuario al que debían atrapar.
La civilización estaba a muchas millas de distancia. Todo Estados Unidos quería olvidar ese obscuro capítulo de la historia. Víctor sentía el eco de la muerte al ver la clara división entre el pasto verde y la infértil tierra gris. Se pusieron los respiradores. Tenían dos cambios de oxígeno para cada uno, lo que se traducía en nueve horas desde ese momento. Alistair llevaba consigo el maletín donde estaban los pequeños tanques.

El suelo era árido; se sentía como caminar en un desierto muerto. No había animales ni plantas. Todo era gris y caluroso.
Víctor estaba meditabundo. Por alguna razón su pecho dolía y sus pies se sentían pesados. No le gustaba ese lugar y aunque no vivió ahí, sabía que sus papás lo habían hecho. Pensaba que, de no haber sido por el incendio, él tendría una vida normal, plena y feliz. Sus papás estarían juntos, envejeciendo en un cálido hogar, mientras él estudiaba con esmero para darles la vida que se merecerían… pero no era así. Todo lo que pudo salir mal salió mal y ahora estaba a caminando en ese lugar desolado.
Mientras avanzaban buscaba con la mirada algún síntoma de vida. Era ridículo aceptar que no hubiera solución, pero por más que alzara la vista y forzara la mirada no había nada en ese lugar que le diera la anhelada esperanza que necesitaba.

- ¿Qué te parece este lugar? -preguntó Al, un poco nervioso.
- Es deprimente -respondió Lara, quien caminaba a su lado. Víctor estaba varios pasos por detrás de ellos- En un lugar tan amplio esperarías escuchar algo, ver algo arrastrándose o pululando por ahí, pero no hay nada. Todo está muerto.
- Sí, tienes razón. Se siente como si estuviera prohibido hacer ruido. Espero que podamos acabar rápido. Víctor me preocupa.
- ¿Por qué?
- ¿No sabes? Sus papás eran de aquí, de la ciudad que había antes del incendio. Aunque preferiría que él te contara.

Lara guardó silencio sorprendida. Al poco tiempo le respondió a Alistair:

- ¿No fue mala idea que viniera? Se ve muy pensativo.
- Sí. Por eso le sugerí que podría debería haberse quedado, me dijo que no, pero creo que ni él estaba seguro. Hay que apresurarnos.

Continuaron con su peregrinación. Pasadas más de dos horas, en el horizonte Lara lo vio, pero no dijo nada hasta que Alistair también lo notó.

- ¡Árboles!

Víctor alzó la vista, sorprendiéndose con dicho descubrimiento. Su corazón saltó de alegría, ahí estaba la prueba que buscaba. En la lejanía, el color verde se apoderaba de la tierra. Eran reales, tenían que serlo ¡Todos podían verlos!
Iban a correr hacia el aparente bosque, pero Víctor notó que faltaban algunos minutos para que se cumplieran las primeras tres horas, ya era momento de cambiar los suministros de oxígeno. Los tres se detuvieron, sentándose en el suelo.
Primero cambió el tanque de Lara. Fue rápido, tal como había practicado. Cuando fue el turno de Al, retiró el viejo tanque de oxígeno y lo dejó en el suelo. Un afilado cuchillo se clavó en la mano de Víctor. Una espesa nube los rodeó al instante. Alistair inhaló por accidente. Cayó inconsciente de golpe. Víctor saltó atrás, asustado. Miró de lado a lado mientras sujetaba su mano sangrante. A lo lejos, surgiendo de la niebla verde, una silueta de ropas negras y máscara con nariz larga se acercaba. Lara corrió hacia él, lo pateó, pero el hombre se defendía con ferocidad. Sujetó un pequeño cuchillo afilado y apuñaló a Lara en la espalda. Ella no sintió dolor. Creyó que su contrincante había fallado, pero escuchó un ruido extraño. Se le dificultaba respirar. Vio a Víctor de reojo inerte en el suelo. Lara cayó de rodillas, su cuerpo no respondía. Aterrorizada, no pudo evitar cerrar los ojos.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora