LXIV. Donde el azul se vuelve negro.

0 0 0
                                    

Estar bajo el agua hacía la visión nubilosa. Christabel intentó nadar, pero era inútil. La gravedad funcionaba casi igual que en tierra firme. Se hicieron camino a pie. La senda era inclinada, el camino se abría hacia abajo. Al principio el sol proveía de luz suficiente, pero conforme avanzaban la iluminación decrecía, los dejaba a obscuras. Alistair empezó a incomodarse ¿Qué habría más allá de la penumbra? Llegaron a una parte en que el azul se convertía en negro. Era imposible ver, pero el camino los guiaba ahí. Se detuvieron para contemplar sus posibilidades. Antes de poder expresar sus ideas, algo gruñó desde las sombras. Sin lugar al que ir, sin armas que usar, los tres se congelaron, expectantes y temerosos. De la sombra aparecieron unos tentáculos delgados que se arrastraban buscándolos con ansia. La criatura no podía verlos, tentaba todo cuanto sus extremidades alcanzaban. Los tres retrocedieron en silencio. Cuando se creían protegidos por la luz, Aradia tropezó del miedo, levantando arena. El tentáculo se lanzó hacia ella. Christabel la sujetó con fuerza. Alistair estaba congelado, pero reaccionó y se lanzó para ayudar. Mientras intentaba descubrir cómo invocar el poder de la reliquia de la mente para escapar de ahí, una lanza rebanó el tentáculo. El monstruo aulló. Retrocedió. Alguien de armadura blanca y una capa rasgada apareció. Recogió su lanza y corrió detrás de la criatura. En la penumbra, más tentáculos se contorsionaban en una pelea. Cortes poderosos. Más tentáculos cercenados caían. La bestia gritaba, agónica. La tierra tembló. El monstruo cayó. Del abismo apareció una luz blanca. Caminando con dignidad, apareció ella, vestida con las corazas de bestias marinas muertas. No pronunció palabra, hizo un gesto de “silencio” y “síganme”. Con una potente linterna los guio más allá de las sombras. El relieve se hizo desigual. La luz de la linterna acariciaba entes marinos que se descomponían en las profundidades. Llegados a un punto, la lámpara iluminó una blanca estructura gigantesca. Era un cráneo. Entraron. Era la guarida de quien los guiaba. La anfitriona se sentó en un trono rojizo y les invitó a sentarse en otras sillas que aparecieron de la nada. Soltó la lanza que permaneció suspendida. Se quitó la máscara, ¡Lara apareció! Los tres se levantaron de golpe, Aradia sonrió. La búsqueda había terminado. Sin embargo, Lara no parecía emocionada. Los observó con indiferencia.

 - ¿Qué pasa? ¿Oyeron algo?
 - N-no… -dijo Alistair.
 - ¿Quiénes son ustedes? Creí que yo era la única. Creí a los humanos extintos.
 - Vinimos por ti ¿No nos recuerdas? Somos tus amigos.

Lara, meditó en silencio, pero no encontró respuesta.

 - ¿Qué es lo último que recuerdas? -inquirió Al- ¿Tu nombre?
 - No… yo no tengo nombre. No importa, no lo necesito.
 - ¿De dónde vienes? ¿Crees que siempre has estado aquí, sola?
 - Sí… Siempre ha sido así.

Lara había caído por completo en la mentira del Testigo Turquesa, se creía a sí misma la última humana viva, la salvadora del planeta, una exterminadora de monstruos.

 - ¡Pero Lara! ¿No nos recuerdas? -dijo Christabel, asustada ante la idea de perderla- ¡Somos tus amigos! ¡Hemos pasado por tanto!

Lara parecía frustrada por no recordar, pero no podía hacer nada al respecto. Ante sus ojos no eran más que un par de desconocidos. Sentía lástima por la desesperación que percibía en las palabras de esa chica y la mirada de los otros.

 - Perdón, no recuerdo nada de eso. Tengo que irme. Necesito seguir peleando.

Se levantó de su trono, tomó la lanza, se puso su máscara y se dirigió hacia la salida.

 - Pueden quedarse cuanto quieran, no hay problema.

Cuando estuvo a punto de salir, Aradia corrió hacia ella. La abrazó por la pierna. Lara se detuvo y se agachó para estar a su altura, se quitó la máscara.

 - ¿Qué pasa, niña roja?

Aradia no podía dejar de llorar, entre quejidos y con una voz entre cortada, ella dijo lo siguiente:

- ¡Lara, Lara! ¡Tú Lara! -dijo, mientras agarraba su nariz con cuidado y la apretujaba.

La mirada de Lara cambió. Alistair lo sintió. De la nada, la reliquia de la mente se materializó delante suyo.

 - ¿Qué pasó? -preguntó Christabel- ¿La puedes ayudar?
 - No sé, pero sentí algo. Creo que Aradia abrió una ventana en la memoria de Lara.

Sujetó la pirámide y se enfocó en Lara. Chocó con una pared de memorias falsas, todas sus vivencias en el sueño. Pero había una diminuta fisura, provocada por las palabras de Christabel y abierta por completo gracias al llanto de Aradia. Alistair se aferró. Usó la reliquia para mermar ese velo, debía romperlo para despertarla. La realidad se tambaleaba. Lara empezó a recordar todo. Era doloroso, pero era la verdad. Una luz cegadora los obligó a cerrar sus ojos. En medio de esa ceguera, se escuchó a Lara decir “Hola, Aradia”.
Después de eso pudieron abrir sus ojos, ya no en el mundo de Lara, sino en el mundo real, en el hospital.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora