Su mundo fue consumido por locura y entes sombríos, pero no lo recuerda.
Ella regresó en un intento por salvar al mundo, evitar que todo ocurra… pero si no logra recuperar su memoria, la vida humana se extinguirá una vez más.Despertó en una silla dentro de una oficina. Ese lugar se sentía familiar, aunque no sabía la razón. Hacía frío y su cuerpo estaba entumecido. En la habitación había un escritorio grande al que ella se acercó. Encima había una foto que alcanzó parándose de puntitas. En ella aparecía su papá cargándola en brazos. Sin que nada se lo advirtiera, comenzó a llorar. No se sentía triste, pero su cuerpo exigía el llanto. Después de un momento limpiando su rostro, alguien abrió la puerta.
- ¿Qué haces aquí, Sicarú? Ya sabes que no puedes entrar.
Ella volteó.
- ¿Papá…? -dijo con dificultad, mientras otra lágrima nacía.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? ¿Te lastimaste?La tomó entre brazos y la cargó, llevándola fuera de ese lugar, cerrando la puerta tras de sí. Sicarú aún llevaba la fotografía consigo. Con su pequeña mano, tocó el rostro de su papá. Era real. Él le sonrió y la llevó a través de un pasillo de absoluta obscuridad, donde Sicarú perdió la vista por unos segundos. Llegaron a otra habitación: el baño. La luz blanca la aturdió un poco. Mientras esperaba sentada en la taza, su papá buscó un botiquín. Levantó el vestido amarillo de Sicarú hasta las rodillas, las cuales tenían raspones. Limpió las heridas con cariño y las vendó. Ella comprendió que lloraba por el dolor, aunque era curioso, no recordaba haberse herido.
Su papá salió del baño, prometiendo volver en seguida. Cuando la dejó sola, se levantó. Quería… necesitaba verse en el espejo. Necesitaba saber.
Era tan pequeña que ni de puntitas podía ver su reflejo. En la regadera había un banquito azul de plástico. Lo tomó y lo puso frente al espejo. Se subió con prisa. Esa vez pudo ver.
Su piel era blanca. No había cuernos ni colmillos. (¿Por qué habría de haberlos?) Sus ojos eran color marrón y sus cabellos rubios ¡Era ella! Sicarú, la humana…
Le sonrió a su reflejo, recibiendo como respuesta el mismo gesto. En ese momento entró su papá. La cargó, apagó la luz y salieron del cuarto.- Papá -preguntó ella mientras transitaban a través otro pasillo obscuro- ¿Los monstruos existen?
- No, no. Ellos no existen.Eso era todo lo que necesitaba escuchar. Podía estar segura. No había razón para temer. Todo estaba bien.
Los días pasaban fugaces y amenos. Sicarú no tenía mamá, pero no importaba, con su papá era más que suficiente. Siempre fueron muy unidos, sobre todo desde que su mamá desapareció.
Aunque era un recuerdo triste, casi no se asomaba en su memoria. Cuando se aburría de ver televisión, jugaba con su papá, ya fuera a las escondidas, ya fuera a cocinar. Todos los días eran soleados, las tardes lluviosas, (justo como gustaban a Sicarú), y las noches frescas, pero no frías. Aunque ella tenía su propia cama y habitación, rara vez las usaba. Prefería dormir con su papá. Era un amor puro y cálido.
Cada cierto tiempo, Sicarú lloraba sin saber por qué. Cuando su papá la veía, la consolaba. “A veces nos ponemos tristes sin razón. Está bien llorar… a veces también lloro cuando recuerdo a tu mamá. Me gustaría que ella estuviera aquí.” Entonces Sicarú se daba cuenta de que su papá tenía una buena razón para llorar; no como ella, que tenía todo y era feliz.
Un día como cualquier otro, su papá salió a trabajar. Aburrida, decidió explorar la casa. Era un lugar peculiar. Las habitaciones eran medianas o pequeñas y todas estaban interconectadas por pasillos cortos. Dichos pasillos no tenían ningún tipo de iluminación, estaban hechos de obscuridad absoluta. Al final de cada penumbra se encontraban las puertas de dichas habitaciones.
Mientras ella iba de un cuarto a otro, se encontró con una habitación secreta que su papá no había mencionado. Era fácil perderse entre ese laberinto invisible, por eso le costó tanto hallar ese sitio. Este habitáculo era frío. Las paredes blancas, el suelo gris, los estantes metálicos. Había algo de indecible familiaridad imposible de recordar. El ambiente le indicaba que no debía estar ahí. Se dirigió hacia los estantes que eran tres del mismo tamaño, pero solo podía alcanzar las gavetas inferiores. Cuando abrió el primer cajón se encontró con varios objetos curiosos:
Un reloj de bolsillo roto, un catalejo abollado y un anillo partido a la mitad.
Sicarú no les dio demasiada importancia, cerró ese cajón. El siguiente tenía resguardada una lámpara de gas fracturada de la que escurría un líquido negro. Era importante ¿Pero en qué sentido? Como no pudo recordar dejó de importarle pronto. Cerró ese segundo cajón y se dirigió al siguiente, el cual no pudo abrir, por más que forcejeaba no cedía. Ya un poco molesta intentó abrirlo con su mayor esfuerzo, pero no pudo hacerlo. Comenzó a idear una manera de abrirlo justo cuando su papá entró en la habitación.- ¿¡Qué haces aquí!? ¡No deberías entrar! -dijo él con tono severo.
Después de amonestarla, la cargó y se la llevó tan rápido como pudo. Sicarú no comprendía, no había hecho nada malo.
Cuando estuvieron en la sala, ella intentó preguntar acerca de ese cuarto, recibiendo como respuesta un simple “No vuelvas a entrar ahí, es la habitación de papá”.Sicarú obedecería entonces.
Si ella no entraba ahí, papá estaría feliz.
Si papá estaba feliz, ella también.
Con ambos contentos, todo estaría bien.Era un mundo perfecto, el mundo ideal de ((Aradia)) Sicarú.
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Las reliquias.
AdventureEn un mundo similar al nuestro, existen objetos de gran poder. Tiempo, espacio, obscuridad, inmortalidad, cualquier cosa que se desee puede hacerse realidad... Aquellos que portan una reliquia son temidos y respetados ¿Qué pasará cuando Alistair, un...