La fotografía de la lámpara de gas también tenía una anotación detrás, un número, una pregunta:
“¿1800?”.
Fermonsé no lo sabía con certeza, pero lo sospechaba. La lámpara de gas era una de las reliquias más antiguas del mundo.
En el año mil setecientos noventa y dos nació un bebé llamado Hugo. Para cuando tenía uso de razón sabía que su ocupación sería la de alquimista, trabajo similar al de Fermonsé, pero en ese tiempo mucho más primitivo.
Era un entusiasta en su campo. Eran tiempos donde había tanto por descubrir y tan poco para vivir. Él anhelaba ser reconocido, no importaba si era de forma póstuma, así que trabajó incansable para conseguir su objetivo.
Consiguió los escasos conocimientos que había de las reliquias. Las pocas existentes se tomaban por mito, pero él sabía que eran reales. Así fue como decidió su forma de perdurar en la historia humana: crearía una reliquia. Sería su regalo para el mundo, su único gran logro. Traería luz al mundo con su invención.
Comenzó a investigar el proceso para crear una reliquia. Viajó por toda Europa, conoció mucha gente y aprendió todo cuanto pudo. Descubrió que el concepto básico de la alquimia consistía en la transmutación de la materia. Eso se refería al cambio de un elemento a otro diferente, haciéndole perder sus cualidades iniciales y convertirse en algo distinto, sin embargo, esto solo componía la primera mitad del proceso, pues había algo más: La magia. Una rama del esoterismo poco estudiada, incontrolable e impredecible. Brillaba por su escasez y la dificultad para dominarla. En sus viajes escuchó de una manera sencilla para obtenerla en estado casi puro, empero, tenía que llegar al otro extremo del país para encontrarla.
Para cuando Hugo llegó al norte de Francia, habían transcurrido poco más de tres meses. Su destino era un lugar conocido como Carcassonne. Ahí había una ciudadela abandonada. Para cuando estuvo frente a ella se sintió exaltado por la emoción. Si conseguía lo que deseaba, podría crear su anhelada reliquia.
Adentrarse en las tortuosas calles que yacían detrás de la muralla fue sencillo. Todo estaba tranquilo dentro, pero había un cierto dejo de tristeza en el aire. El rastro de destrucción era evidente. Había manchas de fuego y edificios derribados por una imponente fuerza. Se preguntó cómo habría sido vivir en carne propia la catástrofe.
Después de contemplarlo siguió con su camino hasta encontrarse con el castillo, justo en medio de la ciudadela. Entró a través del gran agujero que solía estar resguardado por dos gigantescos portones, ahora derribados y ennegrecidos por las llamas.
Hugo escaló los escombros del castillo. Las paredes llenas de sangre seca lo perturbaron. Se detenía cada cierto tiempo a contemplar el triste aspecto que habían adquirido las paredes, una vez rebosantes de prestigio. El dorado de las telas más finas había perdido su brillo, las losas, dignas de la suela del rey, solo eran un recuerdo de la pulcritud que una vez presumieron. Recorrió pasillos y escaló hasta la habitación más alta, donde llegó a la cima. Ahí, en una habitación amplia, había un gran agujero que dejaba ver el cielo del atardecer. La criatura responsable de tal destrucción yacía ahí, sonriente. Hugo se acercó con cuidado, sorprendido por su colosal tamaño. Acarició su blanca piel. Era el último de su especie, temido por su naturaleza desconocida. Aún a pesar de muerto se le evitaba a toda costa, pues se hablaba de una maldición que emanaba de sus huesos, vestigio del gran odio que sentía por la humanidad. A Hugo no le preocupaban esos rumores, solo quería concretar su tarea. Con un cincel, un martillo y su terquedad logró arrancar un colmillo de la criatura.
Para cuando terminó, la noche se extendía sobre él. Obligado a dormir en el castillo se propuso abandonar la habitación en que estaba el dragón muerto, pero cuando abrió la puerta se encontró con la insondable penumbra más allá del marco que le indicaba que podría haber algo peligroso más allá. Cerró la puerta y retrocedió donde la bestia muerta. El tiempo pasaba y la luna asomó su rostro. Las sombras empezaron a abrazar todo con mayor fuerza. Encendió su lámpara de queroseno e intentó dormir ante la luz danzante, pero no lo consiguió. Se sentía ansioso. Ya tenía lo necesario para su experimento. Sacó los materiales y los colocó delante suyo. Leyó las anotaciones que había hecho durante sus años de estudio, debía trazar unos símbolos específicos en el colmillo y así lo hizo con el cincel y el martillo:Eres Materia.
Cambiarás a través de la putrefacción.
Controlarás la luz.Después de esto necesitaba decidir qué objeto sería el que se convertiría en reliquia. Buscó y rebuscó en su mochila. Al no encontrar nada con las características adecuadas se puso de pie y con la lámpara en mano empezó a caminar en círculos. No tardó en concluir que lo mejor sería utilizar la misma lámpara, era el único objeto que podría funcionar. Talló con ansia el símbolo de la luz en la base de la lámpara. Lo último que quedaba por hacer era encontrar una ofrenda para hacer el intercambio correspondiente. En situaciones normales debía cazar a un animal, pero tenía en mente hacer el sacrificio supremo.
Con la misma cuchilla comenzó a trazar el último símbolo en su propia muñeca. Dolía, pero era por un bien mayor. El dibujo que grabó en su piel pertenecía al alma y la consciencia.
Cuando terminó, cayó agotado. La fuerza se le escapaba. Se durmió casi de inmediato. Lo hizo tan rápido que no pudo contemplar como todo a su alrededor se volvía más obscuro. Los ventanales del castillo fueron cubiertos por una sombra antinatural. La obscuridad envolvió el cuerpo de Hugo; la única luz que quedaba era la de la lámpara de gas.
Esa noche invocó a algo blasfemo, muy por encima de nuestro entendimiento. En su ignorancia y entusiasmo, llamó a un ente que podríamos tomar por un dios.Pero nada de eso importaba ¡Hugo lo consiguió! Creó una reliquia capaz de controlar la luz, o, mejor dicho, la ausencia de esta ¡La reliquia de la obscuridad apareció! Por el otro lado, nunca más se supo de él. Desapareció para siempre y no pudo contarle al mundo acerca de su logro. Nadie nunca recordaría su nombre.
“¿Quién creó esta reliquia?” Esa pregunta quedaría irresoluble en las anotaciones de Fermonsé.
ESTÁS LEYENDO
Las reliquias.
AventuraEn un mundo similar al nuestro, existen objetos de gran poder. Tiempo, espacio, obscuridad, inmortalidad, cualquier cosa que se desee puede hacerse realidad... Aquellos que portan una reliquia son temidos y respetados ¿Qué pasará cuando Alistair, un...