XLV. Lara, la extraviada.

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“Qué lugar tan hermoso”. Eso es todo lo que Lara podía pensar mientras miraba los árboles y escuchaba a las aves que cantaban solo para sus oídos. Llevaba puesto un hermosísimo vestido rojo de cuerpo completo que contrastaba dulcemente con el pasto en el que estaba sentada. Había estado ahí desde que despertó, pero el tiempo no parecía transcurrir. Era un lugar en el que el sol no se ocultaba.
Luz eterna, calidez permanente, belleza perpetua.
Lejos, detrás suyo, había una vieja granja que Lara quería investigar, pero no se atrevía a abandonar su asiento porque el espectáculo que se le ofrecía era demasiado lindo como para ignorarlo. Al poco tiempo las aves volaron, desapareciendo bajo el cálido sol. Se puso de pie, sacudió el polvo de su vestido blanco. Caminó, dirigiéndose hacia la granja. Dejó el césped tras de sí, internándose en un sembradío dorado de trigo. Estas plantas acariciaban sus brazos desnudos, provocándole un cosquilleo y un sonreír involuntario. Cuando llegó a la granja de pintura roja diluida, empujó el portón.
Jugueteó con el overol azul que vestía y se acomodó el sombrero de paja para poder admirar el interior con mayor cuidado. La granja estaba abandonada, pero pensó que eso la hacía aún más interesante. La luz entraba por las grietas del techo. El suelo estaba cubierto de heno. Caminó con lentitud, observando todo con curiosidad. Ese lugar le hacía sentir una especie de tranquilidad melancólica. Cuando llegó al centro exacto del sitio, el suelo bajo sus pies se abrió en un círculo perfecto, dejando caer el heno que ahí había. Aparecieron unas escaleras de piedra en forma de caracol descendían. Puso un pie en el primer escalón, después bajó el segundo…

Cuando llegó al último escalón, la luz del sol no decreció. Ahora se encontraba delante de un árbol de altura prominente con un tronco enorme que sostenía la granja en la que había estado. De él mismo colgaba una gran cantidad de lianas de las que nacían flores de distintos colores tan llamativos que exigían atención al detalle. Mientras caminaba, el tiempo se volvió lento. Empezó a llover a la vez que el sol iluminaba su rededor. Su vestido amarillo con volantes la hacía parecer una colorida pintura eterna. Después de analizar el olor y disfrutar del aroma de cada pétalo, Lara se acercó al árbol, puso una mano en el tronco y este se sintió extraño. De repente, apareció una perilla de madera a la altura de su cadera. La giró. La puerta daba al interior del árbol. Entró con la cabeza gacha, incitada por la curiosidad. Cuando pasó el marco, se enderezó, presenciando escaleras de la más linda madera. Tenía que descender más.
Cuando bajó todas las escaleras, se topó con una puerta oxidada. Tuvo que empujarla con gran fuerza para que cediera. Entró en la planta más alta de un edificio de concreto. En su playera de manga corta apareció la leyenda “El fin del mundo me necesita”.
El edificio estaba parcialmente destruido. La puerta que usó era la única funcional en ese piso. El techo estaba dañado, las grietas dejaban ver un atisbo del soleado cielo lluvioso. El agua se colaba por los mismos orificios.
Lara permaneció ahí un momento. Notó que en varias zonas nacían brotes de plantas. Le agradaba esa visión y le sonrió al verde naciente. Comenzó a caminar sin prisa, bajando por las escaleras de concreto.
Conforme más descendía notó que las plantas abundaban hasta el punto en que las flores abrían sus pétalos. Había colores rosas y azules.
El edificio contaba con veinte pisos de altura. En cada uno había muchas puertas, para su molestia unas cuantas estaban bloqueadas por escombros y el óxido, pero, por otro lado, las que estaban abiertas llevaban a habitaciones únicas, llenas de flores imposibles, de sonidos únicos y sensaciones exquisitas.
Cada vez que bajaba un nivel más, olvidaba con mayor violencia su pasado.
¿De dónde venía? ¿Tenía familia? Su nombre ¿Cuál era su nombre? Empezaba con “L”, quizá con “M” ¿Y eso qué importaba?

A ella le daba igual la soledad. Le gustaba ese mundo de silencio abrumador. Le aliviaba saber que la vida se abriría paso en un lugar donde no hubiera gente, que el verde retomaría lo que era suyo por mandato.

Era un mundo perfecto, el mundo ideal de Lara.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora