XXIII. Un montón de fotos viejas.

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Tal y como se había acordado, Víctor usó su reliquia para llevar a Christabel a México, pues ansiaba reencontrarse con sus papás.
Gracias a que ya tenía un mayor control sobre el catalejo, logró que llegaran justo frente a la casa de ella, quien tocó la puerta con gran emoción. Sus padres la recibieron con una alegría inmensa ¡Su hija estaba de vuelta! Agradecieron mucho a Víctor por haberlos reunido, aunque fuera solo por un momento. Mientras ellos platicaban, Víctor se paseaba por la casa, no quería interferir en la reunión. Las paredes estaban tapizadas con fotografías de Christabel. Ahí estaba recién nacida, en la primaria, secundaria, graduándose. Era la cosa más importante en ese hogar y se notaba. Víctor sonrió, feliz sabiendo que había hogares tan amorosos.
Cuando debían irse, ninguno quería despedirse. Después de varias excusas para hacer tiempo, ella se despidió, pero con la promesa de que los visitaría pronto. Los padres entendían que no había otra solución y solo podían esperar que la situación mejorara pronto para vivir juntos de nuevo.

Antes de irse, Christabel le pidió un favor a Víctor. Quería comprar comida y llevársela consigo. Él accedió, pero debían apresurarse. Primero compraron fruta. Después compraron comida en un puesto ambulante. Les entregaron la comida en una bolsa grasosa de plástico rosa. Por cautela, se alejaron caminando, entraron en un callejón y cuando estuvieron seguros de no ser vistos se teletransportaron de vuelta al hotel.
Víctor se sintió aliviado. Temía que ocurriera lo de la vez anterior. Todos se alegraron de poder comer aquello. Lara se abalanzó sobre la comida y eligió lo que más le gustaba. Mientras comían sentados en el suelo, formando un círculo, Alistair dejó de masticar. Nadie lo notó, pero él los observó a todos por un momento. Creyó que después de la muerte de su abuelo su vida habría acabado, pero no era así. Se sentía feliz. Agradeció a quien tuviera que agradecer y siguió comiendo con una sonrisa imperceptible.

Al día siguiente fue turno de Lara para visitar a su familia. Víctor la llevó y entraron en su hogar que compartía con cinco tíos, que, a su misma vez, cada cual tenía su propia esposa e hijos. Lara era la única huérfana de ahí, pues su madre había fallecido hacía mucho tiempo y su padre estaba en prisión por razones desagradables que no conciernen en este momento. Como bien se recordará, el hombre rata le disparó a uno de sus tíos y este asunto tenía bastante preocupada a Lara; así mismo, le dio mucho gusto encontrarlo ese día. Seguía vivo y se recuperaba de la herida. Para celebrar el regreso de Lara, toda la familia se congregó en el patio, sacaron mesas y sillas de plástico, un mantel, refrescos y guisados. Todo fue tan abrupto que Víctor creyó que estaban preparados, pero Lara le explicó con una sonrisa que así eran ellos. Siempre estaban dispuestos para una celebración. Ese día, Víctor aprendió cómo era tener una familia vasta y escandalosa. También aprendió que un tío de Lara era maestro de karate… y le gustaba mucho la cerveza.

El tercer día, después de la fiesta en casa de Lara y de haber regresado con los demás, Al comentó con Víctor que él también podía ir a visitar a su papá, de seguro estaría preocupado por su paradero. Víctor fue incapaz de decirle la verdad. Ese día se teletransportó a México, pero no hizo mas que vagar por la ciudad en amarga soledad.

Al cuarto día, con el ánimo realzado, discutieron qué hacer con la reliquia que habían obtenido. Usarla estaba fuera de conversación. Temían que su influencia les afectara como hizo con Zafir. Las chicas se inclinaban por deshacerse de ella, entregársela a Fermonsé era lo más lógico. Alistair y en especial Víctor insistían en que debían conservarla. Al final decidieron mantenerla bajo su resguardo. Con ellos estaría a salvo, o al menos de eso estaban seguros.
Acordado esto, ambos se prepararon para visitar a Fermonsé. Debían hacerle saber del deceso de Zafir. Vistieron sus máscaras, cuando estuvieron listos, Víctor usó el catalejo para teletransportarse a la mansión. Al poco tiempo Fermonsé apareció vistiendo un delantal y guantes de plástico. Se escusó diciendo que se encontraba haciendo limpieza. Los dejó entrar y al momento cuestionó acerca de lo sucedido. Le refirieron el destino de Zafir. Fermonsé escuchó con atención y lamentó el final que obtuvo, pero sabía que era lo mejor. Ya solo era una triste sombra de su verdadero ser. Ahora descansaría eterno. En cuanto al reloj de arena se mostró permisivo con ellos, podían conservarlo si así lo deseaban, en tanto estuviera en manos responsables era suficiente.
Aclarado el resultado de su aventura, les preguntó si estaban de acuerdo con seguir ayudándolo a detener a los portadores de reliquias. Habían visto de primera mano a lo que podían enfrentarse. El peligro era innegable, pero aún estaban a tiempo de retroceder si lo deseaban. Ambos jóvenes, confiados de su fuerza, se negaron. Deseaban seguir con el plan. Fermonsé asintió admirado por su determinación.
Así fue como les habló del siguiente portador del que tendrían que encargarse. No tenía nombre, solo un apodo; ella era la Reina Púrpura.

- ¿No se sabe su nombre? -preguntó Al.
- No -respondió Fermonsé- Todo acerca de ella es incierto. Incluso desconozco el alcance de su poder.
- ¿Entonces cómo la enfrentaremos?
- No tienen que hacerlo. Tomen -les extendió una pequeña botella con una sustancia multicolor- Solo deben acercarse lo suficiente para verter esto encima de su reliquia. La dejará inservible por un momento y ella quedará indefensa.

Alistair sujetó la botella. El líquido cambiaba de color de forma continua.

- ¿Y qué es esto? -preguntó curioso.
- El resultado de años de experimentación. Solo ten cuidado, si cae encima de tu reloj, estarás perdido. Funciona con cualquier reliquia.
- ¿Y cuál es la reliquia de ella? ¿Sabes cómo luce? -preguntó Víctor.
- Por supuesto. Déjenme darles el folder con la información concerniente.

Fermonsé subió las escaleras. Volvió y les entregó un delgado folder que contenía una hoja con algunas palabras acerca de la Reina Púrpura y dos fotografías, una de ella y otra de la reliquia que le pertenecía.
Alistair se saltó la primera hoja. La fotografía de ella le intrigó.

- ¿Sin máscara? -preguntó, sorprendido.
- Está tan convencida de su propia fuerza que no teme mostrar su rostro -respondió Fermonsé con un dejo de indiferencia.

Alistair se concentró en la foto que sostenía, la Reina Purpúra era una joven de belleza extraña. Aparentaba estar en sus veintes. Su piel era pálida, sus ojos ojerosos y su rostro esquelético. Su cabello corto y alborotado de un profundo color negro contrastaba con sus rosados labios delgados.
La siguiente foto retrataba una antigua lámpara de gas.

- Sean precavidos. Su poder reside en las sombras. Ahí describo todo cuanto sé de ella, que no es demasiado, pero será suficiente para lo que deben hacer.

Alistair agradeció y así concluyó la reunión con Fermonsé.
Al regresar con las chicas les contaron todo, vieron las fotografías con mayor cuidado. Lara examinó el rostro de la Reina Púrpura. Los otros tres hablaban acerca de la lámpara y de qué clase de cosas podría hacer con ella. Lara volteó la fotografía.

- Eh… oigan -dijo ella, desconcertada- ¿Habrá algo que Fermonsé no les contó?
Ahí, detrás de la foto, estaban escritas las siguientes palabras:

Si la muerte tuviera rostro, sería así”.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora