LXXI. Preludio del fin del mundo.

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Esa misma noche, Al durmió. Soñó con un dios antiguo hecho de lobreguez. Su lecho estaba construido de sombras espesas; su anatomía era incomprensible. Estaba suspendido en el aire. Todo era obscuro. Algo se le acercó, erguido, cubierto por una túnica que solo dejaba ver su mandíbula deforme de dientes podridos. Era un hombre de tiempos antiguos. Su tarea consistía en asegurarse de que el dios permaneciera dormido. Alertó a Alistair. A pesar de que hacía su tarea con el mayor empeño posible, pronto, no sabía cuándo, el dios despertaría.
El monstruo gruñó con mil voces. La obscuridad se aferró a sus piernas. Lo enterró y asfixió. Cuando murió en el sueño, despertó en el mundo real. No pudo tranquilizarse hasta que salió de su cuarto y se encontró con Christabel. Fue ahí cuando intentó convencerse de que no había sido real, pero no dejaba de darle vueltas. El miedo de su interlocutor, la criatura durmiente… Quizá la Reina Púrpura sabría algo al respecto.

Después de desayunar con las chicas les entregó la reliquia que había recuperado. Eligió a Christabel para portar el anillo del lenguaje. Ella lo aceptó un poco extrañada. Alistair dijo que la última vez había sido robado porque él lo llevaba puesto. Si ella lo cuidaba, era seguro que nunca lo perderían otra vez. También les contó del catalejo, les explicó sus intenciones de devolverlo a Víctor. Ambas estuvieron de acuerdo con pesar.
Las chicas seguían con la esperanza de encontrar a Víctor, pero Al comenzaba a sentir algo en su pecho; algo le susurraba que no volvería a ver a su amigo. Cuando anocheció, invocó a la Reina Púrpura.

- ¿Quieres salir hoy a buscar a tu amigo? -preguntó ella, estirando sus brazos al aire.
- No… salgamos, pero no a cazar, solo quiero respirar y ver la luna.

La Reina Púrpura los llevó al techo de un edificio alto. Las sombras siempre le servían como transporte, podía estar donde quisiera, siempre y cuando hubiera obscuridad. Esa noche la luna llena resplandecía con amargura y Alistair se sintió muy triste al notarla en el despejado cielo.

- ¿Qué pasa? Estás más callado de lo normal -preguntó ella, mientras Al solo miraba hacia el cielo con melancolía.
- No sé cómo decirles a mis amigas que no volveremos a ver a Víctor.
- ¡Pero aún no lo sabemos! ¡Hay que seguir buscando! Eso es todo.
- El tal “Dee” dijo que Víctor desapareció junto con la reliquia ¿Qué quiere decir eso? ¿Dónde está, dónde podría estar?
- No sé…

Guardaron silencio durante un momento mientras ambos observaban a la luna.

- Oye -dijo Al- tengo una pregunta, soñé algo. Había un monstruo deforme, y un cuidador de la bestia ¿Sabes algo al respecto?

La Reina Púrpura se sorprendió.

- Sí, los conozco a ambos. Él es el guardián de la lámpara de gas. La otra cosa, el “dios”... bueno, no sé mucho de él, solo sé que cuando yo muera, la llama de mi lámpara se apagará y él despertará.
- ¡¿Qué?! ¿En serio? ¿No te da miedo?
- Por mí no. Tengo curiosidad de qué pasará con el mundo.
- ¿Qué podría pasar?
- Quién sabe. ¿El fin del mundo?
- ¿Y no hay algo que se pueda hacer para evitarlo?
- No tengo idea.
- Mh, qué porquería. Parece que, de una u otra manera, este mundo está condenado.
- Claro ¡Pero no te preocupes! No pienso morir pronto. Al planeta aún le queda mucho tiempo.
- Es un poco raro. Cuando mueras te llevarás a todo el mundo contigo.
- Lo sé, suena egoísta ¿Qué puedo decir? -dijo ella, con ese elegante encanto femenino que la distinguía- El mundo sería aburrido sin mí.

Ambos rieron con ese preludio de fin del mundo.
La luna confidente escuchó sus palabras, pero no cambió su reluciente rostro.
Para redireccionar la conversación, la Reina Púrpura soltó información de interés: Había encontrado a otro usuario. Podrían robar una reliquia nueva. Alistair sonrió casi malicioso. Ambos desaparecieron en una bruma negra y aparecieron en un lugar obscuro, donde ni siquiera la luna podía acariciarlos.

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