XLIX. Reunión ilícita.

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Los días para Alistair eran pacíficos, no hay otra forma de decirlo: todo era perfecto.
Sin embargo, había ciertas noches en que soñaba con un mundo triste donde su abuelo y madre morían, su papá lo abandonaba y había una sombra de profundidad inescrutable que lo envolvía hasta asfixiarlo. Se sentía incómodo por tener estas pesadillas. No podía concebir una realidad tan deprimente.
Un día fue a la casa de Tírcov, quien vivía con su papá y mamá, ambos felizmente casados. Jugaron videojuegos hasta que a Al lo asaltó un terrible dolor de cabeza. Le llegaron los recuerdos de esas pesadillas. Se recostó para recuperarse de la migraña. Mientras seguía recostado en la cama le preguntó a Tírcov si, de vez en cuando, tenía sueños como los de él. Su amigo se extrañó. Parecía ajeno a lo que era “soñar”, era una palabra que nunca había escuchado. Sugirió que Al debía ir al doctor, era evidente que padecía de una enfermedad. Entonces se dio cuenta de que era cierto. ¿Cómo inventó esa palabra? “Soñar”. Era un verbo imposible, inexistente. ¿Qué significaba? Le había otorgado una definición que ya había olvidado.
Algunos días después, se quedó a solas con Lichsebrat. Debido a la confianza que sentía, Intentó abordar el mismo tema. Ella lo desacreditó poniendo, de nuevo, en duda la palabra “sueño”. Fue suficiente para que Al comprendiera cuan absurdas eran sus dudas. Solo eran alucinaciones.
Una noche como cualquier otra, Al tuvo visiones de muerte. Despertó asustado. La luz celeste acariciaba su rostro. Había olvidado cerrar la cortina. Cuando puso los pies en el suelo, sintió un latido proveniente de la tierra, como un temblor, pero más ominoso. Se asomó debajo de su cama. Había una caja de zapatos. Se estiró para alcanzarla. Al abrirla, la luna acarició el contenido. Era el reloj de bolsillo. La sensación de extrañeza aumentó. Recuerdos que no existían le venían a la mente, recordó que había sido un regalo de su abuelo. Le preguntaría acerca de él el día siguiente.
Cuando el sol renació, tomó el reloj y lo llevó escaleras abajo. Su abuelo estaba en la cocina. No lo había pensado, pero nunca lo encontraba en otro sitio. Siempre estaba ahí, sentado, bañado por el sol.

- Buenos días, abuelito. Encontré esto, tú me lo regalaste ¿Verdad?¿De dónde lo sacaste?
- ¡Oh! Lo encontraste, Al ¡Lo encontraste! -dijo su abuelo, emocionado, tomando el reloj.

Después de un momento, el abuelo se puso muy serio y lo miró fijamente.

- No dejes que tu papá lo vea.
- ¿Por qué? -preguntó sorprendido.

Entonces su mamá entró en la habitación. El abuelo escondió el reloj. Cuando se marchó, le devolvió el objeto e hizo que Al prometiera no mostrárselo a nadie más en ninguna circunstancia. Le explicaría después, cuando no hubiera sol. Se sintió confundido, pero decidió obedecer.
El resto del día fue tranquilo, igual a los demás días. Cuando todos dormían, Alistair se levantó, bajó las escaleras en total silencio, cuando llegó a la sala se detuvo. Agudizó su oído. Silencio. Entró a la cocina, donde la luz nunca se apagaba.

- Abuelito, dime ¿Por qué no puedo mostrarle el reloj a papá?
- Porque él no es tu papá.

Alistair sintió un escalofrío.

- No… ¡No es cierto! ¡Él es mi papá!
- Escúchame. No hay tiempo. Si te quedas más de un año en este mundo, dormirás para siempre.
- ¿Dormir? ¿Qué quieres decir?
- Esto no es real ¡Tienes que recordar! ¡Tus amigos te necesitan! Debes encontrar al… ¡EH! ¡Espera! ¡Es él! ¡Corre! ¡Tienes que irte! ¡Nos ha visto!

Alistair volteó. No vio nada más que obscuridad. Cuando volvió la mirada abrió los ojos en su habitación. Había sido (un sueño una alucinación. Se levantó mareado. Estaba sudando y la sensación de ser observado permanecía. Ese día no dejó de pensar en el reloj. Cuando estaba a solas las sensaciones empeoraban, los recuerdos se sobreponían. Recordaba cosas horribles. Su papá lo abandonó cuando era un niño, pero si eso era así ¿por qué su papá estaba ahí, yendo a trabajar cada día? ¡No tenía sentido! ¿Por qué todo dolía y se sentía irreal? ¡Su mamá murió! ¡No, no era verdad! Y su abuelo se fue en una cálida noche ¡No! ¡No era verdad! No podía serlo… Por favor… No podía serlo.
No lo soportaba. Tenía que hablar con su abuelo. Necesitaba respuestas. Anocheció. Hizo lo mismo que la vez anterior: Bajó las escaleras con cautela, entró a la cocina. Su abuelo no estaba. En cambio, su papá de aspecto irreal lo esperaba en la silla de su abuelo. Su cabeza se desvanecía, desaparecía y reaparecía con un aspecto diferente.

- N-no, no ¿Dónde está mi abuelo?
- Está durmiendo. Estaba cansado.
- Quiero hablar con él ¿Dónde está?
- Puedes hablar conmigo.
- No… mejor iré a dormir. Que descanses.
- Espera -dijo, imponente- Ese reloj ¿De dónde lo sacaste? Será mejor que me lo des. Es peligroso.
- ¿Eh? No. Es mío.
- Dámelo. Lo guardaré por ti.

Alistair iba a obedecer, pero recordó la advertencia de su abuelo:
"…él no es tu papá".
El grito de su memoria resonó en toda la casa. Corrió mientras esa cosa de mil caras se retorcía. Su abuelo tenía que estar en alguna parte, no podía haber desaparecido. Corrió por pasillos que se elongaban y temblaban hasta que creyó saber dónde estaba su abuelo. Corrió hacia la puerta que daba al sótano. Descendió presuroso. Las escaleras se extendían infinitas. La luz disminuía gradual. Cuando llegó al fondo, caminó casi en completa obscuridad. Una mano lo sujetó con fuerza.

- ¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí!

Era la voz de Vortíc. Estaba incrustado en la pared. Sus cuatro extremidades se retorcían en la penumbra. Entonces la voz implorante se convirtió en muchas. Ahí, atrapados, estaban todos sus amigos y familia. Sus rostros incompletos y siluetas deformadas clamaban por ayuda. Alistair atravesó el pasillo lleno de brazos que lo apresaban. Cuando llegó al final del camino cayó de rodillas. Delante de él, jirones de piel infrahumana le pedían una cosa:

- ¡Corre! ¡Huye! ¡Sal de aquí!
- A-abuelo, abuelo ¿Q-qué te pasó?
- ¡Escapa!

No necesitó escuchar más. Huyó escaleras arriba. Sabía que necesitaba despertar, pero no sabía cómo hacerlo. Corrió. La obscuridad cubría todo. Mientras huía recordó su vida auténtica. Abrió una puerta. Delante suyo apareció un campo iluminado por luz lunar. Desconcertado, caminó a través de él. Ya no tenía miedo. Un gato negro apareció delante suyo. Se agachó para acariciarlo. El gato lo miró con sus grandes ojos verdes. Cuando el gato maulló, Alistair despertó bañado en sudor debajo de un techo metálico.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora