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Min NaBi 


Sonreí con una satisfacción fría mientras observaba cómo Jeon Jungkook se inquietaba cada vez más. La manera en que su rostro se tornaba tenso, sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y desconcierto, me generaba un placer perverso. Ver cómo se desmoronaba bajo mi influencia era un espectáculo que disfrutaba inmensamente.

Era un juego que conocía bien, uno en el que me deleitaba llevar a mis víctimas al límite de su resistencia, jugando con su psique hasta desquiciarlos por completo. Este proceso me entretenía profundamente, alimentando mi necesidad de caos y control. Cada palabra que lanzaba, cada movimiento que hacía, estaba diseñado para desestabilizar, para desafiar y, en última instancia, para demostrar mi poder sobre ellos.

El desasosiego en sus ojos era un testimonio de mi habilidad para manipular, de cómo podía jugar con sus emociones y su estabilidad mental. Era un arte para mí, tan meticuloso y calculado como cualquier otro. Al igual que con mis víctimas, disfrutar de su angustia y desesperación se había convertido en una fuente de satisfacción casi adictiva. Cada reacción que provocaba, cada fragmento de su control que se desmoronaba, era un triunfo más en mi oscuro repertorio de habilidades.

Mordí mi labio mientras la puerta se cerraba de golpe, el estruendo resonó en el silencio de la oficina. La imagen de Jeon Jungkook, enfadado y descontrolado, me recordó a su padre, aunque en varios aspectos se diferenciaban. Ambos compartían un semblante firme y decidido, pero sus caracteres eran distintos como el día y la noche. El comisionado tenía una naturaleza más calmada y conciliadora, mientras que Jeon era intensamente competitivo y feroz. La similitud en su apariencia solo hacía más evidente el contraste en sus formas de ser.

Finalmente, me deshice del maldito uniforme de policía. ¿Cómo mierda se suponía que alguien podía moverse con libertad y comodidad con esa cosa apretada y restrictiva puesta? Cada movimiento me resultaba incómodo y sofocante.

Una vez liberada, me quedé en ropa interior y me recosté en el sofá que había en la oficina, esperando dormir aun que ya eran las 6 de la mañana. Cerré los ojos por un momento, permitiéndome una breve calma . La sensación de libertad momentánea me daba un pequeño respiro.

No supe cuánto tiempo estuve dormida, pero al despertar, note que una manta que me cubría por completo. La lancé a un lado con un gesto de irritación y me estiré, desperezándome. Los músculos tensos y el sueño residual aún nublaban mi mente.

En ese momento, la puerta se abrió con un suave crujido, revelando al comisionado que entraba con un par de bolsas en las manos. 

—Qué bueno que despiertas —dijo con una mezcla de alivio y tono paternal—. Te traje ropa y comida.

Me tendió un conjunto de ropa mientras yo, todavía en ropa interior, me ponía de pie y comenzaba a vestirme. Quizás pensaran que era una sinvergüenza al estar así frente a un hombre, pero la verdad es que no me importaba en absoluto. Ya me había visto en situaciones mucho más comprometidas, y el estado en que me encontraba en ese momento no era una novedad para él.

Vestida finalmente, el comisionado se acercó con una pequeña bandeja en las manos, en la cual estaba mi dosis diaria de suplementos. Estos no eran simples pastillas; eran componentes esenciales para mi sustento, adaptados a las peculiaridades de mi biología alterada. las cuales reemplazaban los alimentos convencionales que las personas normales podían ingerir. Debido a la modificación de mi ADN, mi alimentación debía seguir un régimen especial.

Primero, me entregó un frasco de pastillas verdes, cuya función era revitalizar mi fuerza y vigor. Estas pastillas estaban diseñadas para reponer la energía que no podía obtener de los alimentos normales. Luego, me pasó otro frasco con pastillas azules, destinadas a regular funciones metabólicas avanzadas que mi cuerpo necesitaba para operar a su máxima capacidad.

Por último, me dio un sobre con un polvo de color rojo intenso. Al disolverse en agua, este polvo se convertía en una bebida que ayudaba a regenerar mi hemoglobina, vital para mantener un nivel adecuado de oxígeno en mi sangre. Cada uno de estos componentes estaba meticulosamente formulado para satisfacer las necesidades específicas de mi organismo modificado.

—Nabi, he cumplido con la promesa que te hice para que nos ayudaras —dijo el comisionado mientras bebía el líquido rojo del vaso. Su tono era firme, pero con un matiz de satisfacción—. Ya no estás condenada a muerte.

Yo simplemente resté importancia a sus palabras. La verdad es que la condena a muerte había sido una condición que puse para colaborar, no porque tuviera miedo de morir. De hecho, ni siquiera sabía lo que significaba sentir miedo y temerle a la muerte. Las emociones que experimentaba eran limitadas y distantes; la ira y el placer por el asesinato eran las únicas sensaciones que me envolvían. No experimentaba dolor físico ni emocional de la manera en que los demás lo hacían. Todo esto solo me recordaba lo que había llegado a ser: una máquina de matar que no conocía ni el miedo ni el sufrimiento.

Había exigido esa condición porque mi existencia estaba regida por una orden inquebrantable: jamás morir. Esta directiva estaba grabada en lo más profundo de mi mente y en mi ADN, como un mandato ineludible. Si moría, estaría desobedeciendo la orden de mi amo y señor, el León Negro. Él me había acogido bajo su ala desde que era una bebe, inculcándome esa orden de lealtad absoluta, de que nunca debía morir y que debía obedecerle en todo.

Además, la intervención de Kim había sido fundamental en mi transformación. Su modificación del ADN no solo alteró mi biología de manera superficial, sino que introdujo un sistema complejo de control que operaba en un nivel casi primitivo. Este sistema se asemejaba a un chip de control, incrustado en mi estructura genética, diseñado para reforzar mi obediencia de una manera absoluta. Cada orden recibida se procesaba y ejecutaba sin el menor atisbo de cuestionamiento, garantizando un cumplimiento riguroso y automático.

A pesar de esta programación, someterme no es una tarea sencilla para cualquiera. Solo aquellos que poseen un conocimiento profundo y una táctica meticulosa pueden manejarme adecuadamente. Este conocimiento y habilidad fueron demostrados por el comisionado, quien, a través de una combinación de estrategias y persuasión, logró influir en mi comportamiento en ciertas situaciones. Aunque mi lealtad hacia él no es incondicional, reconozco su capacidad para ejercer control sobre mí en circunstancias específicas.

No obstante, el verdadero dominio sobre mi ser reside en el León Negro, mi señor. Su influencia sobre mí es absoluta, y su control es incuestionable. A pesar de su desaparición física, mi lealtad hacia él no ha disminuido ni un ápice. Su legado y su mandato continúan guiando mis acciones, y mi devoción hacia él permanece inalterada. Llevaré su lealtad y respeto más allá de su presencia en el mundo, perpetuando su autoridad en cada acto y pensamiento.


ADN CRIMINAL ⌖ JK +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora