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┆Jeon Jungkook ┆


Ver los cuerpos de algunos compañeros, reducidos a cenizas y escombros, y contemplar el caos que las llamas habían dejado tras de sí, me llenaba de una rabia que apenas podía contener. Habíamos sufrido otro ataque, uno más en una serie de emboscadas que nos estaban desgastando, y no solo en esta estación, sino en varias otras a lo largo de la ciudad. Si hubiera estado aquí, no habría sido diferente. Habría corrido el mismo destino que ellos, pero no podía permitir que me destruyeran así de fácil. La idea de rendirme jamás cruzaría mi mente.

—Son siete cuerpos que ya están confirmados como muertos, y los demás tienen graves quemaduras o lesiones —me informó mi padre mientras caminábamos entre los escombros. El olor a humo y carne quemada aún flotaba en el aire, a pesar de que los bomberos habían hecho su trabajo, dejando solo un rastro de cenizas y desolación.

—¡Son unos malditos cobardes! —gruñí, sintiendo cómo la furia hervía en mis venas mientras apretaba los puños hasta que los nudillos se me pusieron blancos—. Esto no puede seguir así. ¡Debemos atacar ahora!

—Aún no es el momento; la ubicación exacta no está confirmada —respondió mi padre con una calma que solo incrementaba mi frustración.

—¿Y entonces cuándo? ¿Cuándo esos infelices hayan destruido todo lo que conocemos y hayan convertido esta ciudad en un infierno? —repuse, sin poder contener mi desesperación—. ¡No podemos seguir esperando!

—No, pero debemos ser cuidadosos, o todo saldrá mal —replicó, su voz firme pero no exenta de comprensión. Iba a responderle, pero la voz urgente de Park nos interrumpió.

—Disculpen, señores, pero tienen algo que ver —dijo con preocupación y seriedad. Mi padre y yo nos miramos antes de seguirla hacia una camioneta de monitoreo que, por milagro, había quedado intacta. Dentro, varios agentes observaban las pantallas con rostros sombríos.

—¿Qué sucede? —preguntó mi padre, la tensión palpable en su voz.

—Jukcheon... ella está viva —dijo Park, yendo al grano, sus palabras cayendo como un balde de agua fría. De inmediato, me acerqué a la pantalla, mi corazón latiendo con fuerza, casi asfixiándome. No podía ser, no podía ser ella...

—Recuperamos el video de una cámara de seguridad donde se la ve —continuó Park—. Ella fue quien inició el incendio aquí, y creemos que también fue responsable de los otros incendios en las demás estaciones.

—¡No, eso no puede ser! —exclamé, con el terror y la incredulidad anudándose en mi garganta. No quería creer que ella había vuelto a ser la de antes, que el monstruo había regresado. Con manos temblorosas, reproduje el video y allí estaba, una figura que reconocí al instante. Mi respiración se detuvo, mi mente se negó a aceptar lo que veía: era ella, era Nabi, mi esposa. Caminaba con una calma inquietante, dejando canecas de combustible y ensamblando un artefacto que luego abandonó en la zona. Cada movimiento era calculado, cada gesto carente de la humanidad que había conocido en ella.

Tragué con dificultad cuando la vi detenerse y notar la cámara de seguridad. Con una frialdad que me rompió el corazón, se acercó a la cámara, tomándola en sus manos. Su rostro apareció en la pantalla, y mis ojos se llenaron de lágrimas al ver lo que había sucedido. Aquellos ojos que alguna vez habían brillado con amor y ternura, ahora eran pozos negros, vacíos, llenos de oscuridad y sin rastro alguno de vida o emoción. De repente, la cámara comenzó a fallar y el video se cortó bruscamente. Mi respiración se aceleró, mis manos comenzaron a temblar incontrolablemente. No podía soportar lo que había visto. Me alejé de la pantalla, aturdido, y salí de la camioneta casi tropezando con mis propios pies.

ADN CRIMINAL ⌖ JK +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora