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En las últimas horas, se han registrado cinco nuevos ataques a policías y civiles, aumentando el número total de incidentes a más de 20 en las últimas tres semanas. Estos ataques han generado una creciente preocupación y tensión a nivel nacional. La Policía Nacional de todo el país se encuentra en alerta máxima y ha reforzado las medidas de seguridad en un esfuerzo por prevenir futuros incidentes y proteger a la población.

Se advierte a los ciudadanos que sigan estrictamente el toque de queda impuesto en cada ciudad y zona del país. Esta medida tiene como objetivo garantizar la seguridad pública y minimizar el riesgo de nuevos ataques. Las autoridades instan a todos a mantener la calma, colaborar con las fuerzas del orden y reportar cualquier actividad sospechosa. La situación sigue evolucionando, y se están implementando esfuerzos adicionales para restablecer la seguridad y el orden en las áreas afectadas.

Con cada día, hora, minuto y segundo, la mafia Sajadan golpeaba con mayor intensidad, mientras la policía redobla sus esfuerzos para obtener información que los conduzca a la ubicación de los criminales. La situación se volvía cada vez más crítica, y la presión aumenta para resolver el caso.

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El detective Jeon miraba con tristeza a su pequeña hija Nari dormir, sus suaves respiraciones eran un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la enorme responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. Nari, a pesar de ser solo una bebé, era su ancla en medio de la tormenta. Cada vez que cruzaba el umbral de su hogar, agotado y con el alma desgarrada, bastaba una sola mirada a su hija para encender una chispa de esperanza en su corazón.

Jeon se arrodillaba junto a la cuna, acariciando suavemente la pequeña mano de Nari, y le susurraba promesas cargadas de amor y determinación. Le prometía que encontraría a su madre, que no importaba cuán lejos tuviera que ir o cuántos peligros tuviera que enfrentar, él la traería de vuelta. Soñaba con un futuro donde los tres pudieran estar juntos de nuevo, lejos de las sombras que los asechaban, construyendo una vida donde el pasado ya no pudiera alcanzarlos.

Sin embargo, las noches eran largas y llenas de dolor. En más de una ocasión, después de horas de buscar incansablemente pistas que lo llevaran a su esposa, Jeon regresaba a casa y se desplomaba junto a la cuna de Nari. Lágrimas silenciosas rodaban por su rostro mientras la veía dormir, su corazón destrozado al contemplar la posibilidad de que su hija creciera sin su madre. 

Conocía demasiado bien ese vacío, la soledad que se siente cuando el abrazo de una madre no está ahí para consolarte, y la idea de que Nari pudiera experimentar ese mismo dolor lo desgarraba por dentro.

Pero cada vez que se quedaba dormido en esa pequeña habitación, con la cuna de Nari a su lado, se juraba a sí mismo que no permitiría que eso sucediera. No dejaría que su hija sufriera como él había sufrido. Se levantaría, una y otra vez, sin importar cuántas veces cayera, hasta que pudiera devolverle a Nari el abrazo de su madre. Haría lo imposible, cruzaría cualquier línea, rompería cualquier regla, porque el amor que sentía por su hija y por su esposa era más fuerte que cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.


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Por otro lado, bajo las calles de la ciudad de Seúl, la mafia Sajadan estaba preparando sus próximos movimientos para atacar nuevamente. Durante las últimas semanas, los ataques que habían perpetrado se habían desarrollado con una facilidad aterradora, dejando a su paso un rastro de caos y destrucción. El León Negro se sentía realizado, su poder volvía a crecer con cada golpe que asestaba, acercándose a recuperar lo que una vez le fue arrebatado. Todo esto se lo debía a su gran arma, su mujer, Jukcheon.

—¡Jukcheon, ven aquí! —ordenó Min, su voz resonando en la fría penumbra del lugar. En cuestión de segundos, la figura de la mujer apareció en el umbral, su cuerpo y manos aún manchados con sangre fresca, un testimonio silencioso de su eficiencia letal.

—¿Sí, mi señor? —preguntó Jukcheon mientras entraba en el laboratorio, su rostro carente de cualquier rastro de emoción, como si la humanidad hubiera sido extirpada de ella.

—Llévate a este infeliz. Ya sabes lo que debes hacer —le ordenó Min, señalando al hombre que agonizaba en una silla, sus gemidos apenas audibles tras las brutales torturas que había sufrido.

Sin mostrar la más mínima reacción, Nabi se acercó y, sin esfuerzo alguno, levantó al hombre y se lo llevó. Aquel hombre, un soldado del ejército, había tenido la mala suerte de cruzarse en el camino del León Negro una noche en que estaba cerrando un trato. Ahora, su destino estaba sellado, y en manos de Jukcheon, no quedaba ninguna esperanza. La frialdad en los movimientos de Nabi solo reflejaba la profundidad de la oscuridad en la que la habían convertido nuevamente, una sombra del ser que alguna vez fue, ahora convertida en la herramienta perfecta de destrucción para Min.

Esa noche, el caos volvió a reinar en las calles de Seúl. La oscuridad se llenó de llamas cuando Jukcheon, el ángel de la muerte, fue enviada a cumplir su misión: incendiar varias estaciones de policía estratégicamente ubicadas. Con cada explosión, la mafia Sajadan debilitaba a las fuerzas del orden, consolidando su dominio sobre la ciudad. Mientras las sirenas resonaban en la distancia y el fuego consumía los edificios, Nabi se movía con la precisión de una máquina, cumpliendo cada tarea con frialdad y eficacia. No había duda ni remordimiento en sus ojos, solo la determinación de cumplir con lo que se le había encomendado.

Con su tarea finalizada, Nabi regresó al escondite subterráneo donde la mafia operaba, sus pasos resonaban en los pasillos oscuros y húmedos. No había prisa en su andar, sabía que había cumplido con su misión a la perfección. Al entrar en la habitación donde Min la esperaba, se detuvo frente a él, su rostro inexpresivo mientras esperaba nuevas instrucciones.

Min, al verla, sonrió con satisfacción. Se levantó lentamente de su escritorio, observando a Nabi con una mezcla de posesión y orgullo. Caminar hacia ella era como acercarse a su creación más perfecta, su obra maestra. Los ajustes que Kim había hecho en su mente y cuerpo la habían transformado en algo más allá de lo humano, en un arma viviente, despojada de todo vestigio de humanidad.

—Excelente trabajo —dijo Min, su voz resonando con aprobación mientras se acercaba a Nabi, quien permanecía inmóvil, esperando la próxima orden. Era como un robot, obediente y eficiente, lista para actuar sin cuestionamientos.

—Muy pronto tendré a esta jodida ciudad en la palma de mi mano —añadió Min con voz grave, sus palabras cargadas de ambición y desprecio. Se detuvo detrás de Nabi, apartando con delicadeza su cabello oscuro y lacio para dejar al descubierto su cuello. Su mano áspera acarició la piel suave, revelando el tatuaje de la mafia que marcaba su pertenencia.

Min se inclinó hacia ella, sus labios rozando la piel mientras inhalaba el aroma de su perfume. Había algo en esa fragancia que lo embriagaba, una mezcla de poder y control que lo hacía sentir invencible.

—Tú eres lo que siempre soñé —murmuró, su voz apenas un susurro en el oído de Nabi—. Contigo, todo es más sencillo, y tendré a esos perros comiendo de mi mano. —Su tono era frío y calculador, reflejando su desprecio por aquellos que se oponían a su voluntad, especialmente la policía.

Min se quedó en silencio un momento, disfrutando del poder que tenía sobre ella, de la certeza de que Nabi era completamente suya. Luego, con una sonrisa oscura, continuó:

—Le agradezco a la puta de tu madre por haberte abandonado aquel día. Fuiste un regalo caído del cielo —sus palabras estaban cargadas de crueldad, su tono un recordatorio de cómo la había encontrado, sola y desamparada, y la había transformado en su más letal creación.

—Aunque yo me encargué de convertirte en un jodido demonio —añadió, su voz grave y profunda resonando en la oscuridad. Había moldeado a Nabi a su imagen, despojándola de su pasado, de su humanidad, y ahora ella era su arma perfecta, su instrumento de venganza y poder. Con ella a su lado, Min estaba seguro de que no habría nadie que pudiera detenerlo, y su reinado de terror sobre la ciudad estaba asegurado.

ADN CRIMINAL ⌖ JK +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora