Capitulo 47 Las Mamás No Nacen Se Hacen

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Con mi hijo entre mis brazos, el profundo e infinito amor por él humedece mis ojos. Ya me lo habían comentado algunas mamás en el consultorio, mientras compartían sus experiencias conmigo, que vivir en primera persona el sostener a tu bebé cerca de tu pecho es único y especial, te pertenece a ti y consolida su relación. Es un amor que jamás abandonará tu corazón. Lo miro, lo veo y sonrío. En este momento que solamente estamos él y yo, en la soledad de la habitación, es sublime, íntimo y perfecto, me permite reconocerlo sin las interferencias de otros, adaptarme a él, como seguro él necesita conocerme a mí. La enfermera lo trajo hace poco. Ya se acerca la hora de su comida y es importante que esté cerca de mí para que trate de alimentarlo de mis pechos. Deseo ser capaz de amamantarlo, tanto por los innumerables beneficios que tendría para su desarrollo y su salud, como por el vínculo especial que se forja entre los dos.

Detallo su fisionomía mientras espero que muestre signos de tener hambre. El mameluco blanco que Amalia le ha bordado con su nombre le queda adorable junto con el gorrito. No parece tan hinchado como cuando nació y lo depositaron en mis brazos. Con la punta de mi dedo acaricio la tersa piel de su cara, es suave y un poco arrugadita. Tomo una de sus manos entre las mías y al compararla la encuentro pequeña, me impresionan sus uñas, son un poco largas, pero blandas. Me aconsejaron que no le cubriera las manos con guantines, el bebé necesita chuparlas, lo hace por instinto, es una manera de consolarse y le proporciona tranquilidad. Suspiro satisfecha, nos toca aprender del uno y del otro tantas cosas, es un camino un tanto aterrador por lo desafiante, pero me encuentro lista y emocionada por emprenderlo. Oh, cómo me fascina acariciar su cara con mi dedo índice, su perfecta y sonrosada piel, su naricita pequeña y chata, qué cómica. Mantiene los ojos cerrados, aunque en algunos momentos los abre, sin que pueda distinguir el color de ellos, ya lo sabré después. Retiro por un momento el gorrito y Augusto arruga la carita. Le ha molestado. Me impresiona su oscura cabellera. Es de un negro azabache, brillante y abundante, igual al de... ¡ese hombre! Me rehúso a decir su nombre. Por ahora es fino y flechado. Lo palpo y noto su sedosidad, y la sensación da paso a los recuerdos, que como fantasma exigente insisten en aparecer. Me veo acariciando el pelo de su padre, era una de mis cosas favoritas en este mundo. Ahora tendré de nuevo el placer de tocarlo, y nadie lo podrá impedir ni arrebatarme el privilegio, tampoco podrán decir que no tengo derecho, porque es mi hijo, sangre de mi sangre. Mi sonrisa se intensifica disfrutando de su calorcito. Qué hermoso es mi chiquito, algo me dice que Augusto tendrá mucho parecido a ellos; no seria extraño, pero aún está muy chiquito y sólo parece un viejito. Me echo a reír y de pronto estira los brazos en un estímulo no controlado. Miro extasiada como su cara comienza a contrariarse, creo que está a punto de pedir que lo alimente. Me preparo, ya he limpiado mis pezones y espero que él me muestre el momento para acercarlo a mis pechos.

—Augusto, mamí te quiere un montón, no sé mucho cómo criarte, pero aprendo rápido y te cuidaré con amor. Todos los días y a cada rato te diré que te amo, te enseñaré a bailar, dibujar. ¿Sabes? Se me da muy bien lo de patinar, y lo de montar bicicleta, ¡uf! soy toda una experta—. Le hablo con dulzura mientras tomo una de sus pequeñas manitos y la llevo a mis labios, —ah, soy campeona en pelotica.

Mis ojos se vuelven a humedecer y de inmediato las lágrimas caen, recordando esos momentos juntos, las risas, juegos, las carreritas en el parque; pensar que mi hijo no podrá disfrutar del carácter afable, tierno y cariñoso de su padre es triste. Tal vez ya espera con su nueva esposa el hijo varón que tanto deseaba. A estas alturas ya se habrá casado con Aurora y lo más probable es que esperen un bebé. A ella sí la acompañará a las consultas, recibirá sus cuidados y atenciones mientras su barriga crece, y cuando llegué la hora del parto, le dará la mano, así ayudarla y brindarle su apoyo, en cambio nosotros estuvimos solos. Nunca le voy a perdonar, jamás, ni sabrá que tuve a su hijo.

Cuando Tenga Alas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora