Capitulo 72 Tú Decides.

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Pablo Alboran; Dónde está el amor.

Atravieso el establecimiento en silencio y con el mismo pésimo humor que cargo encima desde que Valeria se marchó. Ya han transcurrido dos día y lo poco que he sabido de ella, es a través de frías y breves conversaciones telefónicas con el único interés de saber de los chicos. Es mala señal. Presiento que cuando me vea se dará el gusto de hundir la estaca en mi corazón.

Entro en la que era mi oficina y ahí consigo a José, hablando por teléfono. Me hace señas con el dedo que lo esperé mientras finaliza la llamada. Tomo asiento en una butaca frente a su escritorio para esperar y verlo en silencio. Desde hace casi cuatro años ha sido mi paño de lágrimas, mi consejero, mi cómplice, está enterado absolutamente de todo lo que he vivido con Valería.

Es curioso cómo empezó nuestra confidencialidad. Una tarde entró a esta misma oficina vociferando que iba a mandar al diablo el trabajo. El chico estaba tan molesto que lloraba, rojo de la furia e indignación, aún así, tuvo el coraje para reclamar el que Valería sufría por mi culpa. Me gritó que recién la había visto ese día en el parque y se veía muy mal. La información fulminó las escasas fuerzas que mantenía mi entereza. Me derrumbé a llorar imaginando a mi pequeña sufriendo, mientras yo de manos atadas, no podía correr a consolarla. Ahora era yo quien demostraba lo mucho que dolía el amor perdido. José impresionado con la escena, de un hombre llorando como un niño, detuvo sus reproches y lágrimas, y al segundo sentí su mano amiga sobre mi hombro. En medio del desgarrador momento desborde todo lo que guardaba mi corazón. Le puse al tanto de cómo había surgido el amor entre la rubia y yo, a pesar de nuestro mutuo esfuerzo para evitar enamorarnos; las explosiones, precisamente por no enfrentar nuestros sentimientos, hasta los episodios de peleas le conté. Sentía que con cada relatando revivía los momentos junto a Valeria, traía su presencia aunque sea un instante, ver su rubia cabellera entrelazada entre mis dedos, sus hermosos ojos verdes mirándome como solo ella me ha mirado. Hoy después de tanto tiempo, me conmueve los recuerdos. Continúe con mi relato a pesar de las lágrimas, luego las promesas de amor, su engaño y mi sacrificio. Todo lo escuchó pacientemente. Como es de suponer, me aconsejó luchar, pero en ese momento no tenia fuerzas, me sentía derrotado y pesimista. Miro esa época y la consigo lejana, como si fuera parte de la vida de otro hombre, no de la mía, aun cuando sufrí tanto. Termina su llamada y ahora es él quien me mira por unos segundos.

—¿Sabe, jefe? Ojalá llegue el día en que usted deje de deambular por ahí con cara de velorio—. A pesar de la confianza nunca ha podido llamarme de otra forma.

Corro los ojos y me quedo mirando el afiche de la pared, que es más interesante que la cara de condescendencia del maldito muchacho. Tampoco he perdido la costumbre de referirme a él de esa manera.

—¿Qué pasó ahora? —Se anima a preguntar. Encojo los hombros.

—Lo de siempre, ella que goza haciendo sufrir—. Le respondo sin emoción. Suelta un largo suspiro antes de añadir:

—Sabias desde un principio que te iba a costar lágrimas, sudor y sangre que te perdonara, que no sería fácil. Debes estar consciente que tu nivel de metida de pata es digna de un documental. La traicionaste, estuvo sola mucho tiempo y uno más vivo se aprovechó y la enamoró.

—Gracias, José, siempre puedo contar con tu valiosa opinión—. Expreso con sarcasmo.

—Mire, para que vea que no es por el simple gusto de echar sal en la herida, hay que reconocer que contar todo pronóstico ha avanzado. Yo no daba un centavo por usted, tanto, que se me ocurrió la genial idea de apostar con Duarte, que la rubia no volvía a mirarlo y mire, terminé pagando una buena plata por culpa del maratón sexual que montaron la otra noche. Bien que me la hizo. ¿Aunque sabe qué? Debería cubrir parte de la apuesta, para saldar en algo mis favores, consejos, compañía... —El descarado se cuelga a enumerar sus supuestos "favores". Ahora si mato al sinvergüenzas.

Cuando Tenga Alas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora