Capitulo 67 Cambio de estrategia

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SanLuis; Mi Plan.

En la cocina desayunamos en familia bajo el ruido propio de cubiertos y vajillas. De reojo miro a Valería, ella en silencio picotea sus huevos con tostadas, un poco desgranada, apenas levanta el rostro para indicarle algo Augusto, que come intentando no desparramar cereal por doquier. A pesar de nuestra terrible confrontación de ayer, sigo optimista. Tuve un breve lapsus en el que guinde los guantes, pero ya pasó, incluso puedo asegurar que cogí un nuevo aire. Ella no me ha dirigido la palabra en lo que va de mañana, tal vez atribulada aún por la discusión, de la cual fui culpable. Todavía no aprendo que de la confrontación con la rubia no resulta nada bueno, ella reacciona llevada por los instintos y generalmente se vuelve cruel o vengativa. Entonces es primordial sostener una charla procurando la serenidad, para desplegar la primera fase de mi plan maestro.

—Papá, ya terminé, me cepillo los dientes y nos vamos—. Lili me dice.

—Claro, hija—. Respondo viendo como se levanta de la silla, con el uniforme para ir a clases.

—Papi, ¿tú me lleva a mí tamben? —Dice mi chiquito con la boca llena de cereal.

—Como siempre, Augusto, así que apura.

—Vamos, Augusto, yo te ayudo a lavar los dientes—. Lili le ofrece la mano para que vaya con ella. Él sonríe, se baja de la silla y sale corriendo ignorando la mano de su hermana para hacer una competencia de carreritas. Lili le sigue el juego y lo persigue uniéndose a la algarabía del pequeño. Qué escandalosos. Aclaro la garganta antes de dirigirme a Valería. Es hora del ataque.

—Me gustaría hablar contigo—. Le digo por lo bajo. Ella por fin se digna a mirarme. 

—¿Díme qué no tiene nada que ver con lo de ayer? —Pregunta con el gesto contrariado, seguro agotada del tema.

—Si y no. Es rápido lo que tengo que decirte, no te preocupes—. Le adelanto con la esperanza que acepte.

—Si no hay más remedio—. Acepta resignada a su suerte y regresa la atención a su plato.

—Ma, ya no quiero seguir comiendo—. Ahora es Naty que busca su atención. Me estremezco al escuchar cómo le dice. Es primera vez que la escucho llamarla mamá, pero debo admitir que me agrada como suena. Valería mira su plato y sonríe porque casi está vacío

—Está bien, nena, me conformo con lo que comiste—. Le dice con dulzura y naturalidad—. ¿quieres que te acompañe a tu cuarto? —Le pregunta viendo a la niña levantarse de la mesa.

—No, ma, puedo sola. Adiós, papá—. Viene hacia mí y me estampa un beso en la mejilla.

—Hasta más tarde, hija, que pases un buen día—. Me despido reteniéndola un poco más entre mis brazos, disfrutando de ella. Está mejor, come con más apetito, lo que significa que se acerca otra sesión de quimio. Me aliento pensando que pronto terminará esta pesadilla.

En cuanto la pequeña abandona la cocina me armo de valor. Convenientemente quedamos solos Valería y yo, lo que me permite abordar el asunto de modo relajado, así evitar que sospeche y prospere mi plan.

—Quiero pedirte disculpas por mi comportamiento de ayer, imagino que te sientes abrumada—. Comienzo diciendo.

—De descuida, tuvimos la oportunidad de desahogarnos y en cualquiera de los casos es un ejercicio positivo—. Afirma con diplomacia, sentada tensa y muy derecha en su silla, como si estuviera una tabla pegada en la espalda. Ésta no cree ninguna de las palabras que dice, está obligada por las circunstancias, pero no importa, yo continúo.

Cuando Tenga Alas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora