Capítulo 1 La Chica De Mirada Verde

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La soledad es mi fiel compañera. Paradójico, ¿verdad? Es como si estuviera vacía por dentro. Sucede que nada me motiva, ni el lujo que me rodean ni las personas. Ellas en realidad no me conoce, aunque para ser sincera, nunca he permitido que alguien se acerque lo suficiente para lograr una conexión significativa. ¿Por qué? Difícil saberlo. A lo mejor sufro de una rara apatía emocional mezclada con una profunda inclinación al dramatismo, como diría mi padre.

Mis padres, ellos si que redefinen el término de egocéntricos narcisistas con claras tendencias a la petulancia y un desapego emocional hacia su única hija. Simplemente soy la vía para continuar con el legado familiar, eso sí, casándome con el hombre indicado. Según ellos, no cuento con las suficientes neuronas para llevar adelante sus negocios, o en palabras de mi padre: "No se fuerza lo que por naturaleza no se tiene". ¿Van entendido que el hielo que reinó sobre mi infancia me privó de sentimientos? Entonces como se imaginaran, la relación con ellos es inexistente. Soy un requisitos que cumplieron. La gente se casa y tiene hijos, punto. No tiene que haber amor de por medio. Su responsabilidad radica en rodearme de lujos y cuanto juguete debería tener, y créanme, fueron sumamente eficiente al respecto. Si el afecto de los padres se midiera por lo material, a éstos no les gana cualquiera. ¿Tal vez la familia real Saudita?

Quien me crió fue Lupe, mi nana. La llegué a llamar mamá, porque era lo más parecido a una madre, pero me regañaban si me escuchaban. Si eso trae consecuencias psicológicas a un niño, entonces, es probable que yo sea un sujeto digno de estudio. Mi verdadera madre se llama Claudina Racelly de Larrazabal, pero ella no permite que le diga mamá o mami, ni ninguna ridiculez parecida. Se ve a si misma como una mujer moderna y progresista, según ella los niños deben ser autosuficiente, basta con llamar a sus padres por sus nombres de pila, así a la hora de que los hijos se vayan de casa a hacer su vida, el desapego no creará trauma. La verdad es que ignoro de dónde sacó esa teoría, de repente de la basura. En ese punto en específico estoy de acuerdo con Marco Larrazabal (mi padre), que asegura que de tanto teñirse el cabello se le fundió el cerebro.

En fin, de esa manera crecí, llamando a la gente por sus nombres y segura que debía irme de mi casa en cuanto fuera "autosuficiente". Esa parte me gusta. Estoy segura que cuando llegue el momento de vivir sola, lo haré a mi manera, sin tanto ceremonias, ni falsedades, sola contra el mundo.

El tiempo me demostraría que la soledad te marca para siempre.

Como iba diciendo, Lupe fue casi una madre para mí, la quería un monto, pues era dulce y comprensiva, siempre atenta a mis necesidades y contaba con mucho tiempo para jugar conmigo, lo que yo quisiera. Pero la cruda realidad tocó a mi puerta y me hizo entender que ese era su oficio, para eso le pagaban. Lo supe a la tierna edad de diez años, según Marcos, ya estaba grande para nanas, debía valerme por mi misma, así que Lupe pasó a la historia junto a mis muñecas y juguetes. Llegó la hora de prepararme en lo académico, pues el papel que algún día desempeñaría en esta familia, exigiría de mí el mayor compromiso. Comprenderán que esa responsabilidad es difícil de entender o asimilar para una niña de apenas diez años; yo necesitaba a Lupe en mi vida, la quería, ni siquiera nos pudimos despedir.

Ese acontecimiento marcó el inicio de las discusiones con Marcos. Le recriminé que me había separado de la única persona a la que consideraba una madre y él tuvo la amabilidad de echarme en cara que si ella me cuidaba, era porque le pagaba un cuantiosa suma de dinero, por nada más. La sutileza no era el fuerte de Marcos. Mi inocencia me llevó a no creerle, pasaba horas mirando por la ventana de mi cuarto en espera de ver su figura maternal llegar... Nunca más volvió.

Con el pasar del tiempo fui cambiando, me volví sarcástica y jamás me relacione estrechamente con alguien, eso me convirtió en una persona solitaria. La excepción de la regla era mi abuelo Augusto, el único que me demostraba abiertamente su amor, por su puesto, en las raras ocasiones que me dejaban ir a su casa en el campo, donde era plenamente feliz, a pesar de la sencillez. Y cuando no estaba en la casa de mi querido abuelo, sus llamadas eran una apuesta segura. En ellas me decía "rubiecita" y me alentaba con frases repletas de cariño: "Valeria, si tuviera alas, saldría volando hacia donde estás, así llenarte la cara de besos. Siempre confía en ti, mi rubiecita, eres una niña muy inteligente. Para tu abuelo, tú eres lo más lindo de este mundo". Ese era Augusto, el campesino que conocía el carácter e indiferencia de su único hijo. Su partida me dejó devastada, lloré a mares y por mucho tiempo guardé una tristeza desoladora, pues había perdido a la única persona que de verdad me amó.

Cuando Tenga Alas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora