Corro hacia mi carro apenas viendo por donde voy. La noche cerrada lo envuelve todo, es lúgubre y aplastante como mi humor. En el estacionamiento el único vehículo que queda es el mío y no hay ni una alma a los alrededores. Mejor así. Aprovecho la soledad para apoyar mi frente en la carrocería fría de mi auto, y que mis lágrimas caigan libremente cubriendo mi rostro. Sólo deseo desaparecer, huir de aquí y no volver jamás. Me siento tan humillada, no esperaba su rechazo. Pensaba que le gustaba, digo, mostraba todos los síntomas. Oh, sé tan poco de los hombres.—¿Por qué estás llorando otra vez?
Suelto un grito y me giro para ver que gracias al cielo es José. Suspiro aliviada después que creí morir del susto.
—Casi me matas del susto. No salgas así de la nada—. Le recrimino con voz estrangulada y las manos en mi pecho. Mi corazón resuena como un tambor.
—¿Qué te hizo esta vez? —Ignora mi protesta, más interesado en mi estado emocional—. Estás llorando nuevamente, Valería, contesta, ¿cuál es la razón? —Insiste en saber visiblemente enojado.
—Nada, José, no te preocupes—. Miento como siempre, mientras limpio las evidencias debajo de mis ojos. Lo que menos deseo es confesar la humillación por la que acabo de pasar.
—¡¿Por qué siempre lo defiendes?! —Estalla frustrado abriendo los brazos. Lo miro con la boca y los ojos muy abiertos. Sinceramente no sé qué decir sin verme expuesta—. ¡Esta vez si le canto las cuarenta! — Resuelve enérgico y no acaba ahí, me espanta que en zancadas se dirige al apartamento.
¡Fuck!
Corro para alcanzarlo y lo sujeto del brazo, pero se suelta con brusquedad y sigue adelante.
—¡No hagas una locura! —.Pido detrás de él, preocupada por lo que piensa hacer. Esto no va a acabar bien.
—Locura nada, alguien tiene que ponerlo en su lugar. No tiene derecho de hacerte llorar—. Gruñe decidido en defender mi honor.
—¡Deja de protegerme! —Grito muy alto con los puños a mis costados, como un desahogo.
Por fin José se detiene para mirarme sorprendido. A esta altura del juego no me importa nada, así que continúo con mi catarsis.
—¡No valgo la pena, José! ¡No soy nada! ¡No pierdas tu trabajo por alguien como yo! No merezco la pena—. Termino en un susurro lastimoso.
—Valería, ¿por qué dices eso? —José se regresa preguntando absolutamente sorprendido. Encojo los hombros y miro hacia el cielo oscuro, dejando de nuevo que las lágrimas corran por mi rostro.
—Eres un chico bueno, José... pero no eres mi salvador—. Contesto con voz grave y el corazón atravesado en la garganta.
—Pero soy tu amigo y... y te quiero—. Confiesa en un tartamudeo y un gesto tierno que me conmueve. Lo miro con lágrimas en mis ojos y levanto el brazo para acariciarle la mejilla con infinita ternura, es un ser maravilloso.
—La chica que se enamore de ti, será muy afortunada—. Digo intentando una sonrisa.
—¿Y esa chica no puede ser tú? —Sus ojos me suplican y no tengo fuerzas para lidiar con la responsabilidad de no lastimar a mi amigo.
—José—. Acabo abrazándolo—. Tú mereces algo mejor que yo—. Le digo apoyada en su hombro, sintiendo su confortable calor de amigo.
—¡Valería!
Alzamos la vista y veo a Alejandro en lo alto de la escalera, nos mira con el ceño fruncido. No voy a prestarme a ser otra vez blanco de su maltrato. Suelto a José y lo dejo ahí para meterme deprisa en mi carro y huir de esta horrible realidad. Pongo en marcha el Mercedes y con celeridad lo saco del estacionamiento y de ahí a la vía que conduce a mi casa. Quiero escapar de esto que siento. Juré no mostrar mis sentimientos, él no debía darse cuenta que le quiero, porque eso es lo que realmente siento, le quiero, infinitamente. Me siento plena junto a él, completa, libre. Soy yo sin poses, sintiendo todo, queriendo todo. Ya mi vida no me es indiferente, vacía, soy apreciada, pero al final... lo arruino. Me ofrecí como una cualquiera dejándome arrastrar por la pasión, y él es hombre, lo llevé al limite, pero al final... no soy nada y se dio cuenta.
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Cuando Tenga Alas ©
RomanceAunque mis alas estén rotas, sé que llegado el momento conseguiré... volar. Valería: Quien todo lo tiene en medio de una gran soledad. Alejandro: Quien tiene mucho que perder y nada que arriesgar. Lo que parece imposible se convierte en realidad...