Capitulo 36 Un dulce cambio

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Abro pesadamente los ojos y veo que Alejandro sigue dormido a mi lado, la tenue luz que se filtra por la persiana indica que apenas ha amaneciendo, debería continuar durmiendo. Siempre estamos sometido al constante estrés del día día, por un motivo u otro, de hecho creo que es primera vez que no tenemos que saltar de la cama, así que hay que aprovechar. Entonces me acurruco a su lado y paso mi brazo sobre su abdomen, apoyándome como siempre casi encima de él, tanto como puedo y cierro los ojos rogando que mi sueño me envuelva y sumerja en su dulce arrullo...

—Princesa, despierta—. Su voz invade las capas de mi sueño, mientras una caricia recorre con su dulce cosquilleo mi rostro, —vamos, pequeña, debes despertarte—. Termino de abrir los ojos y boca abajo, observo que brilla el pleno día. Alzo los ojos en busca de su cara y me mira con una linda sonrisa, además, para mi agrado sigue desnudo, no se ha levantado.

—¿Qué hora es? —Pregunto con voz áspera.

—Más de las diez, —se echa a reír, —no tengo idea de cuándo fue la última vez que dormí a pierna suelta. Eres contraproducente, Valería, —dice  echando las mantas a un lado para levantarse de la cama. Por mi parte sonrío y vuelvo a cerrar los ojos para estirarme y terminar de despertarme. Me gusta que por mi culpa le cueste salir de la cama—. ¡Carajo, tengo una pila de llamadas de mi madre! —Percibo preocupación en su tono. Al abrir nuevamente los ojos lo consigo parado al lado de la cómoda, revisando su teléfono. Lo deja encima del mueble y se va directo al baño.

—¡Tranquilo, seguro quiere saber de ti, le debe parecer extraño que no hayas buscado a las niñas! —Digo en voz alta mientras me acuesto sobre las almohadas. Alejandro saca la cabeza a través de la puerta con el cepillo dental en la boca.

—Pienso lo mismo, pero no me fío, mejor me apuro y voy por ellas—. Vuelve a desaparecer dentro del baño e inmediatamente escucho la regadera. Me siento en la cama y busco con la mirada por toda la habitación algo de ropa para cubrir mi cuerpo y poder levantarme. No, no hay nada, el vestido no sé dónde fue a parar y mi bikini ni idea, entonces hay que conformarse con la sabana y me enrollo con ella. En este instante dejo de escuchar el agua caer. Vaya, eso sí fue una ducha relámpago.

—Alejandro, llámala y sal de dudas, mientras preparo algo para desayunar—. Le propongo desde la cama. Él sale del baño secándose el pelo con una toalla y otra alrededor de su cadera.

—No, mejor desayunamos algo por ahí—. habla rápido acercándose a la cómoda. Abre el primer cajón, el de su ropa interior.

—Ni creas que me engañas, estoy enterada que no te gusta como cocino.

—No todo lo puedes hacer bien, algo se te debe dar mal y tus batiburrillo no son para nada buenos—. Dice con un bóxer negro en una mano y uno blanco en la otra, decidiendo entre cuál escoger.

—Ja, ja ja, qué gracioso. El blanco—. Decido por él—. Mira a ver si te vas acostumbrando a mi sazón, porque no te queda de otra—. Le advierto.

—¿Cuál sazón, mi vida? Si ese se el problema, que no tienes sazón—. Cierra el cajón y me mira con una sonrisa burlona. Ahora busca su móvil.

—¡Tonto! —Lo ofendo dejándome caer sobre el colchón fingiendo estar ofendida.

—Pero no te esponjes, haces otras maravillas, en especial con esa boquita—. Agrega con doble sentido.

Lleva el celular a su oreja y me pide con el dedo que haga silencio. Seguro va hablar con su madre. Con un plan maquiavélico en mente me despojo de la manta que cubren mi cuerpo desnudo, con la excusa del calor, cuidando que tape entre mis muslos. Es la única parte de mi cuerpo que no quiero que vea, por ahora. Alejandro concentra los ojos en mí mientras responde con monosílabos las preguntas de Marta. Recojo la piernas y las bato, abriendo y cerrándolas sutilmente. Él clava su mirada encendida en mis movimientos y mi seducción acaba por ponerme a millón.

Cuando Tenga Alas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora