Mi jucio había sido concluido con sus palabras. Causaban un gran dolor en mi interior, pero no iba a llorar. No ahora.
Recuerdo ese momento. Uno de los guardias entró sofocado.
–Señor... hay un desastre... los demonios...
El comandante se levantó fe su asiento y se acercó a su súbdito.
–¿Qué ha pasado?
–Han entrado un ejército de demonios y nos están atacando, señor.
–No puede ser... –Dijo dirigiendo su mirada hacia mí–. Ellos son nuestros aliados...
–No lo entiendo comandante. Debemos hacer algo o muchos ángeles morirán.
–Encierren a esa traidora en el calabozo y avisa a todos los soldados, curanderos y vigilantes –dijo saliendo de la sala, entrando tres guardias más agarrándome para ir a mi celda. Intenté resistir, siendo en vano.
Recorrí todas las salas, hasta llegar a una muy poco común. La puerta estaba destrozada y oxidada. Abrieron y me encerraron en la primera cárcel que vieron. Cerraron la puerta con rejas y se marcharon. Ese lugar era asqueroso y horripilante.
La oscuridad invadió el lugar, y me senté en el suelo abrazándome las rodillas.
La había fastidiado. Por culpa de ese humano. ¿Estaría vivo? Yo quería que no. Merecía morir por lo que me hizo.
Rogaba para que todo fuera bien, aunque sabía que no sería así. Todo lo que tenía, los ángeles, mi familia... Ya no sería lo mismo a partir de ahí. Deseaba abrazar a mis padres, volver al trabajo, vivir como antes.
Ya no era uno de ellos, era un ángel deshonrado, un alma sucia por sus pecados.
El suelo tembló, haciendo que me levantara de golpe. Agarré los garrotes de la celda y sin darme cuenta, el hierro se deshizo en mis manos. Podía escapar de aquella oscuridad. De un golpe, las verjas se deshicieron y salí de allí. La puerta principal del calabozo estaba abierta, por lo cual lo atrevesé.
Se escuchaban gritos de dolor. ¿Una guerra? No podía ser. Casi tres siglos de paz entre cielo e infierno. Todo había sido culpa mía. Corrí por los blancos y elegantes pasillos. Vi algunos cadáveres de demonios y ángeles, temiendo que mis padres fueran cualquiera de ellos. Me escondí en una esquina, por que oí dos espadas chocar entre sí. Al asomar un poco la cabeza, observé a los que luchaban. Tintael y un demonio. Él estaba gravemente herido, y su enemigo no tuvo compasión y le venció. Había fallecido. Fui hasta él y cogí su arma, sin tocar al muerto.
–No solo yo fui la culpable, tú y tu dios causasteis creando a ese engendro –dije arrodillada a su rostro. Cerré sus ojos y accedí a una de las salas.
Su blancura cegó un poco la vista hasta acostumbrarme al color. Era grande, blanca por todas partes, con un enorme trono al fondo. ¿Qué era todo esto?
Andé hasta el gran asiento. Me imaginaba de quién sería. El Creador. ¿Dónde estaría? Sé que existían dos dioses, dos creadores. Satanás, creador y jefe de los demonios, y el Creador, inventor y dios de los ángeles.
El suelo volvió a tambalearse, y esta vez, más cercano que la otra vez.
–¡NO PUEDO CREER QUE ME HAYAS HECHO ESTO, CREADOR! –Gritó una voz con la misma cercanía a la sala.
–Satan, esto no es cosa tuya –dijo la otra voz, más calmada.
–¡ERES UN TRAIDOR! ¡NO TE LO PERDONARÉ! ¡DIJIMOS DE DEJARLO ASÍ! ¡ME MENTISTE! ¡ESA CRIATURA QUE HAS CREADO HA SIDO DESTRUIDA POR MIS PROPIAS MANOS! –le respondió. Vinn, o mejor dicho Adán, ¿había muerto?
–Satanás, cálmate.
–¡NO, INSOLENTE TRAIDOR! ¡TE MATARÉ POR TU COMETIDO!
De pronto, la puerta de la gran sala se abrió. Asustada, me oculté tras el trono. Los que discutían eran el Creador y Satan, como el otro dios le llamó.
Como había deducido, comenzaba una dura guerra y, además, una gran pelea entre dioses.
ESTÁS LEYENDO
Dishonored Angel(#0.2)[SIN EDITAR]
FantasiJusto antes de la primera guerra de la creación, demonios y ángeles vivieron una buena temporada en armonía, hasta la aparición de un nuevo ser en la entrada del cielo con el objetivo de ir al infierno para encontrar su hogar: el paraíso. Intentando...