Las consecuencias del error

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Satanás me pidió que le dejara solo, marchándome a mis aposentos. Me senté sobre la cama y observé mi collar. En el objeto estaba el alma del jefe de los demonios. ¿Había hecho bien en arrebatarle el interior de su corazón? Lo notaba tan vacío...
Necesitaba consejo y sabía a quién iba a acudir.
El demonio anciano me recibió con una poca de curiosidad.
–Hola, Maestro –hice una reverencia.
Él se quedó mirándome, sin creer lo que veía.
–¿Eres tú, Lelahel? ¡Cuánto tiempo! –Exclamó más alegre–. Creía que te habían hecho algo...
–No ha sido así, Maestro. Estoy perfectamente, pero... Hay algo que debo contarle. Es muy importante.
El brujo tomó una silla y se acomodó para escuchar con atención.
–He venido del pasado por que sentía un mal presentimiento respecto a Sublatti y el otro ángel. Como temía, el hijo que han tenido es un ángel, lo que quiere decir que su madre era mestiza.
–Vaya... Eso es un problema.
–Sin querer, el portal del futuro me llevó cercano a la sala del trono del jefe. No encontré ni a Sublatti ni al comandante, así que fui a por Satan. Cuando llegué... una niebla, una oscuridad absoluta lo rodeaba. Hablé con él y me preguntó por Sublatti. Me obligó a mirarle a los ojos por no contestarle, y adivinó el lugar donde estaban. Me retrasó dejándome un momento inmóvil, pero conseguí ir allí a tiempo.
»Cuando llegué, el combate había empezado. La consejera protegía a su pequeño bebé, al que llamó Azazel. Hice que la diablesa y el prisionero cambiaran de papeles, y al padre e hijo los envié al cielo y a la madre entreteniendo al furioso Satan -hice una pausa manteniendo bien mis nervios, pues mis manos temblaban.
–¿Qué ocurrió después? –Preguntó impaciente.
Resoplé. Miré a mi alrededor, aguantando las lágrimas.
–Me enfrenté a ellos, a mis dos amigos. A Sublatti le envié a un lugar desconocido y Satan... Le quité el alma.
Al enterarse de aquello, el anciano se levantó de golpe, provocando que los libros cercanos se cayesen.
–¿Cómo? ¿No te avisé de que ese conjuro estaba prohibido? –Reprochó muy molesto.
–Pero... Él me lo pidió... No quería sentir más dolor... Si no lo hacía, me mataría... –Titubeé. Eso no mejoró el asunto.
–¿Sabes lo que provoca eso? Lo primero, alguien de tu misma raza cercana sufre una maldición que solo el que hizo el hechizo lo sabe y, segundo, el alma no puede ser devuelta hasta que el portador no fallezca.
No. No. No. No era posible. ¿Estas eran mis consecuencias de mi error? El alma de Satan no volvería a él hasta mi muerte...
–No... Yo solo quería... –Me dejé caer de rodillas al suelo.
–Lelahel, no debiste de hacer esto. Tienes que ver al ángel y al hijo de la consejera, necesito que me digas quién tiene la maldición y cuál. Hay algunas... Que pueden matarte en días.
–Sí, Maestro.
–Alumna... Lo que puedes hacer es obedecer a Satanás y seguir mis consejos. Ven a verme en cuanto puedas.
Asentí.
La había fastidiado. Alguien de los dos ángeles que envié al cielo sufrían una maldición. La pregunta era, ¿quién? Rogaba por que el portado de ésta no fuera demasiado grave.

Sin pensarlo, abrí un portal y me dirigí al cielo buscando a Yandak y Azazel.

Dishonored Angel(#0.2)[SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora