El dolor de los amigos

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–¿Por qué nos haces esto, Lelahel? –Exclamaron los dos demonios después de volverse a poner en su posición.
Yo estaba con los brazos y las piernas flexionadas, con ambas espadas agarradas por mis manos.
Giré la cabeza para mirarles. Sus ojos decían lo mismo. Esa rabia, ese dolor, esos sentimientos de odio ocultos... Provocaban en mi interior una sensación desagradable. La tensión en el campo de batalla aumentó cuando los dos pronunciaron la pregunta. Dejé pasar una pausa para pensar en una única respuesta, una que decidiría el final de la batalla.
Si elegía a Sublatti, abandonaría a Satan. Si elegía a Satanás, Sublatti moriría.
Pero, ¿y si pudiera elegir a los dos? No, no sería posible. Mi cabeza daba vueltas, dudando sin parar.
Mis dos amigos sufrían, y yo también. Parecía como si el dolor de ellos lo sintiera yo. Tenía que decidir.
–No puedo elegir. Sois mis amigos, ¿por qué intentar matarse? Los amigos no hacen eso, se cuidan, hablan, quieren, lloran, confiesan... juntos. Los amigos no son de adorno, se llevan en lo más profundo del corazón. No importa cuántas veces te traicione, ni mienta, ni oculte, mientras haya perdón, eso será una buena amistad –dejé caer mis armas, que chocaron en el suelo y desaparecieron–. Por favor... Parad. No me obliguéis a hacer esto –dije suplicante.
Los dos ni se inmutaron a mis palabras. Los dos se transmitían mensajes amenazantes con la mirada el uno al otro.
No tenía otra opción. La separación sería lo mejor. El dolor en mi corazón creció, y unas lágrimas salieron de mis ojos cayendo sobre el lugar.
–Espero que algún día me perdonéis –di mi último aviso.
Me dirigí corriendo hacia Sublatti, quien se quedó petrificada por mi actuación. Cogí uno de sus brazos y le hice una llave para derribarle, quedándose sin arma. Su cuerpo impactó rígido al suelo, y soltó un breve gemido de dolor. En su cuerpo derrotado, utilicé el hechizo para hacer el portal y lo intruduje allí, sin decidir un destino en concreto. Antes de desaparecer, intentó levantarse y al ver que era inútil, estiró uno de sus brazos llena de desesperación. No sabía donde iría, pero era necesario.
Cerré mis párpados para no oír sus gritos suplicantes, y cesaron cuando el portal desapareció.
Solo quedaba Satan, el dios de los infiernos. Me daba miedo su expresión de la cara, pues reflejaba la rabia y el odio. Avanzó unos pasos hacia mi lugar y gritó ferozmente en busca de pelea.
–No voy a pelear –contesté.
Avanzó y siguió hasta que nuestra diferencia de longitud eran unos escasos pasos. Alzó su arma llameante, clavando sus ojos rojos en mí. Iba a atacarme.
Me atacó sin contar que la esquivaría retrocediendo, pues repitió el demonio repitió el ataque sin hacerme ni un rasguño. Su ira hacía que su fuerza aumentara, pero no su precisión. Las gotas de sudor recorrían su rostro. Notaba su nerviosismo, sus ansias de la destrucción.
Después de un tiempo repeliendo sin parar sus golpes, me quedé quieta justo en frente de él. Al verlo, el dios también paró.
–Satanás... Sabes que no quieres esto, ese no eres tú, el Satan que conozco. ¿Qué te pasa? ¡Necesito que vuelvas a ser tú! –Le dije. Él no pronunció palabra.
–¡Por favor! Satanás... Para. Para todo esto. No solo te duele a ti, sino también a los demás que te quieren. No quiero hacerte daño, ¡tú eres mi amigo! ¡Jamás harías semejante estupidez! Vuelve... a ser quien yo conocí una vez. No dejes que la rabia te consuma... –Mi voz se convirtió en una súplica. Por desgracia, tampoco hubo respuesta. Esta dispuesto a matarme, intentar luchar.
Comenzó a girar su espada de maner que en ella se formó una gran bola roja de fuego. No era posible. La mantuvo unos segundos para estar estable, y apuntó con su espada para darle a su objetivo.
O hacía algo, o mi muerte estaría asegurada. Esa gran bola de llamas de rabia ocupaba toda la sala, y no tenía modo de escapar.

"Tiene que haber algo... ¡Espera! Recuerdo que el Maestro me enseñó un hechizo para anular ataques mágicos o físicos. ¿Cómo era?" –dije intentando recordar.

No era tiempo de pensar. Al momento, extendí mis brazos pronunciando a gritos una palabra:
Anulaxion!('Anulación').
Las palmas de mis manos se iluminaron como hacían en cada hechizo. La gran bola llegó a estar a unos pocos centrímetros, y aparté mi cara para no mirarla.
De pronto, el ataque cesó, desapareciendo de la sala. Desde lejos, podía divisar al jefe de los demonios, que observaba vacíamente el suelo. Había vencido su rabia.
Me acerqué a él y salté impulsándome con las alas para abrazar su cuello.
–Por favor... Vuelve...
–Estoy... Aquí –contestó.
Mi corazón se llenó de pena al ver su mirada, su comportamiento y su postura. Una tristeza absoluta reinaba en ese momento.
Me derrumbé. No podía soportar verle así. Apoyé mi cabeza en su pecho, echando un mar de lágrimas.
–¡Satan! ¡No me dejes! Tú eres lo único que me queda... Tú no eres así... Tu corazón está herido... No puedo hacer nada. ¡Nada! –Grité sin consuelo–. ¡Seamos amigos! Yo estaré contigo, te obedeceré y nunca te abandonaré. ¡Haré lo aue sea por ti!
Él levantó un poco su cara para mirarme.
–Quítame... Este dolor... Por favor musitó.
Me coloqué de pie en el suelo, dispuesta a cumplir si deseo.
–Si eso es lo que quieres... Yo tendré tu alma en mis manos, y ya no sentirás dolor jamás.
Sabía que lo que haría no estaba bien, pues el conjuro necesario para su petición estaba prohibido hacer, como me advirtió Manclat.
Eso ya no importaba, necesitaba mi ayuda. Me puse con la misma posición que anteriomente y recité en voz baja las ilegales palabras.
Engala ti arnu in voy hand('Entrega esta alma a mi mano').
Algo del pecho de Satanás salió al exterior. Era una esfera, y por su color, parecía que en su interior estaba atormentado. Ésta se posó en mi mano y la vertí en mi medallón. Esto tenía la capacidad de guardar varios elementos dentro de él, pues tenía una puertecita por donde meterlo y liberarlo.
El alma abrumado del dios de los infiernos entró en su nuevo hogar, cumpliendo la nueva órden.
–Arrodíllate –dijo.
Obececí.
–A partir de ahora, tú serás mi consejera, mi guerrera y mi sirvienta.
–Sí, señor. No contradeciré a tus mandatos –le miré. Su cara de pronto cambió. Era la pura maldad. Eso reflejaba.
Para él, el dolor ya no existía. En él, había un vacío en su dolorido corazón.

Dishonored Angel(#0.2)[SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora