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El día 1 de septiembre, Theresa se despertó a las cinco, tan emocionada e ilusionada que no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso ropa muggle, sus padres decían que no podía ir por la estación con la túnica y que podía cambiarse en el tren. Cerró su baúl y bajó las escaleras hasta la sala. Sus padres aún no estaban despiertos.

Porgs, su elfo doméstico, apareció a su lado.

- Buenos días, Theresa -hizo una reverencia y la chica sonrió.- ¿Desea desayunar algo antes de partir a la escuela?

- ¡Sí! ¿Podrías prepararme huevos con bacon? -pidió, acariciando el hombro del elfo con su mano izquierda.

- Sus deseos son órdenes, pequeña Theresa -volvió a hacer una reverencia y se desapareció. La castaña se sentó pacientemente en la mesa de la cocina esperando su desayuno. El reloj marcaba las seis y media cuando sus padres se levantaron.

Luego de desayunar y que sus padres se prepararan, partieron a Londres. Allí se reunirían con los Malfoy.

Theresa conducía su carrito por la estación, hasta que llegó a los andenes 9 y 10. Miró a sus padres y éstos asintieron. Cerró los ojos y corrió hacia el muro. Los abrió. Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Lo había logrado.

Sacó a Snow del bolsillo de su chaqueta y se lo puso en el hombro. El gato acariciaba el pelo de la niña. Alguien tocó su otro hombro. Se giró y vio a su amigo, la castaña sonrió ampliamente y le besó la mejilla. Ambos se despidieron de sus padres y, de la mano, entraron en el tren.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados a las ventanillas para hablar con sus padres. En mitad del tren, encontraron un compartimento vacío y se sentaron uno junto al otro. Theresa estaba al lado de la ventanilla y veía como sus padres se despedían de ella con la mano cuando el tren echó a andar.


Varias horas más tarde, Draco y Theresa estaban sumergidos en una interesante conversación sobre quidditch, cuando oyeron una voz fuera del compartimento.

- ¿Queréis algo del carrito, hijos? -la castaña se levantó de un salto y Draco la agarró del brazo.

- Yo no quiero nada -se ruborizó. Theresa se encogió de hombros.

- Una rana de chocolate... y tres plumas de azúcar -pidió y le tendió a la señora un galeón. La mujer le dio lo que había pedido y, sonriente, Theresa volvió a su lugar anterior. Draco miraba una de las plumas de azúcar que estaban sobre el asiento y la chica rodó los ojos.

- Coge una, Draco, sabía que ibas a querer -el rubio sonrió y devoró la pluma. Theresa sabía que eran sus favoritas.

Un rato más tarde, dos chicos altos y gordos aparecieron en el compartimento, junto a otra chica morena de pelo corto. Los tres tenían expresión hostil. La chica, al ver a Draco, sonrió y sus ojos se iluminaron.

- Hola, Pansy, cuánto tiempo -la saludó Draco y la tal Pansy dio un gritito de alegría.- Ésta es Tessa, bueno, para vosotros es Theresa, mi mejor amiga -la castaña ignoró a la otra chica y centró su vista en los dos chicos altos, parecían gorilas.- Éstos son Crabbe, Goyle, y Pansy Parkinson -los tres hicieron un movimiento de cabeza hacia la chica, la cual hizo lo mismo.

Después de un rato, decidieron ir a buscar a Harry Potter por el tren. Theresa sabía que iban a ir a molestarlo, pero no quería estar sola así que fue con ellos.

Llegaron al compartimento y entraron, Harry se les quedó mirando, se acordaba de ellos. Draco miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.

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