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Esa misma noche, celebraron una fiesta en honor a Harry en la sala común. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lee Jordan había encendido algunas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas.

Theresa se sirvió comida y se sentó junto a Fred y George. Harry, Ron y Hermione estaban en los sillones de enfrente, de cara a ellos, así que estaban los seis juntos.

- ¡Vamos, Harry, abre el huevo! -comenzaron a decir algunos. Lee, que en ese momento tenía el huevo, se lo pasó a Harry, que hundió las uñas en la ranura y apalancó para abrirlo.

Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto Harry lo abrió, el más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala.

- ¡Ciérralo! -gritó Fred, tapándose los oídos con las manos.

- ¿Qué era eso? -preguntó Theresa observando el huevo cuando Harry volvió a cerrarlo-. Sonaba como una banshee.

- ¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! -opinó Neville-. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición cruciatus!

- No seas tonto, Neville, eso es ilegal -observó George-. Nunca utilizarían la maldición cruciatus contra los campeones. Yo creo que se parecía más bien a Percy cantando... A lo mejor tienes que atacarlo cuando esté en la ducha, Harry.

- ¿Quieres un trozo de tarta de mermelada, Tess? -le ofreció Fred. Theresa miró con desconfianza la fuente que él le ofrecía. Fred sonrió.

- No te preocupes, no le he hecho nada -le aseguró-. Con las que hay que tener cuidado es con las galletas de crema.

Neville, que precisamente acababa de probar una de esas galletas, la escupió. Fred se rió.

- Sólo es una broma inocente, Neville...

Theresa se sirvió un trozo de tarta de mermelada y miró a Fred a los ojos.

- ¿Por qué estás tan raro últimamente? -le preguntó, asegurándose de que sólo él la escuchaba.

- Estoy igual que siempre, pequeña-ya-no-tan-pequeña Tess -dijo Fred volviendo a sonreír.

El que los distrajo en aquel momento fue Neville al convertirse en un canario grande.

- ¡Ah, lo siento, Neville! -gritó Fred, por encima de las carcajadas-. Se me había olvidado. Es la galleta de crema que hemos embrujado.

Un minuto después las plumas de Neville empezaron a desprenderse. Hasta él se rió.

- ¡Son galletas de canarios! -explicó Fred con entusiasmo-. Las hemos inventado George y yo.. Siete sickles cada una. ¡Son una ganga!



El mes de diciembre ya iba por su quincena. Se encontraban en la clase de Transformaciones, la cual ya estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall. La campana iba a sonar de un momento a otro.

- Tengo que deciros algo a todos vosotros -dijo McGonagall al observar que todos empezaban a recoger-. Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven... Será obligatoria la túnica de gala. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... El baile de Navidad es por supuesto una oportunidad para que todos echemos una cana al aire, pero eso no quiere decir que vayamos a exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me disgustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.

Sonó la campana y se formó el habitual revuelo mientras terminaban de recoger las cosas y se echaban las mochilas al hombro. Theresa y Hermione salieron antes, realmente emocionadas por el baile.


Theresa iba sola por los pasillos, dirigiéndose a paso rápido hacia la torre de Gryffindor, cuando ve a una cabellera platinada que se acerca a ella decididamente. Theresa apretó su mano sobre el asa de su mochila, y esperó a que Draco llegara hasta ella. El chico iba a hablar, pero una voz más grave detrás de ella hizo que ambos dejaran de mirarse.

- ¿Qué haces tú aquí? -le preguntó Fred a Draco con voz cortante.

- Estudio aquí, Weasley, a lo mejor tienes tanto serrín en el cerebro que no te has dado cuenta -dijo Draco. Era raro verlo plantando cara sin estar flanqueado por Crabbe y Goyle.

- Pues vete a las mazmorras y no salgas de ahí, no eres bien recibido en el territorio de Gryffindor -dijo Fred con un extraño tono, mientras agarraba a Theresa del brazo bruscamente y la alejaba del rubio.

- ¡Fred! ¡Para! ¡Me haces daño! -dijo Theresa, pero el pelirrojo no aminoraba la marcha. Llegaron a un rellano desierto y la soltó con fuerza, haciendo que la chica se tambaleara.

- ¿Otra vez con ese idiota? ¿Es que eres tonta y acaso no aprendes? -escupía Fred. Parecía que en cualquier momento echaría fuego por la boca.

- Baja ese tono, Fred -le dijo Theresa-. Además, no habíamos hablado nada hasta que tú apareciste con tus celos.

- ¿Celos? ¿De ti? Ni que me gustaras -dijo Fred con desprecio. Theresa se sorprendió. Miró a Fred a los ojos mientras pestañeaba repetidas veces para no llorar, pero al ver que el chico miraba al suelo, Theresa le dio un empujón con el hombro y se dirigió a su sala común.

A Fred no le gustaba ella. Era obvio. Tenía dos años más, era guapo, y podía estar con la chica que quisiera, además de lo gracioso y simpático que era. Estaba claro que Theresa no le llegaba ni a la suela de los zapatos, pero por un momento, ella llegó a pensar que el chico realmente sentía algo por ella. Qué equivocada estaba.

Se secó las lágrimas que caían con brusquedad por sus mejillas y se sentó en un sillón frente a la chimenea, tirando su mochila al suelo sin importarle los tarros de tinta. Se quedó mirando como el fuego consumía la leña, y sin apenas notarlo, se quedó dormida llorando.

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