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- ¿También Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas? -murmuró Ron.

Harry ya había hecho partícipes a Theresa, a Ron y a Hermione de todo cuanto había visto en el pensadero y de lo que Dumbledore le había dicho y mostrado después. Aquella noche los tres volvieron a quedarse hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común. Ron miraba la chimenea. A Theresa le pareció que su amigo temblaba un poco, aunque la noche era cálida.

- ¿Y confía en Snape? -preguntó Ron-. ¿De verdad confía en Snape, aunque sabe que fue un mortífago?

- Sí -respondió Harry.

Theresa llevaba diez minutos sin hablar. Estaba tumbada en el sofá, con las manos en la frente y mirando al techo. Se quedó en trance, pensando en todo lo que tenía en su cabeza. Oía las voces lejanas de Harry, Ron y Hermione.

- ¡No hemos practicado nada! -el grito de Hermione la sacó de su embobamiento-. ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obstaculizador! ¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Harry, tienes que dormir.

Hermione agarró a Theresa del brazo levantándola del sofá, y las dos subieron despacio al dormitorio.


Theresa, Ron y Hermione tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudar a Harry a prepararse.

- No te preocupes por nosotros -le dijo Theresa, cuando Harry se lo hizo ver y les aseguró que no le importaba entrenarse él solo por un rato-. Al menos tendremos sobresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido tantos maleficios.

- Es un buen entrenamiento para cuando seamos aurores -comentó Ron entusiasmado, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa que acababa de entrar en el aula, que quedó paralizada en pleno vuelo.

Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosismo al castillo. Todos esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin de curso. Harta de pillarlos por todas partes, la profesora McGonagall les había dado permiso para usar el aula vacía de Transformaciones durante la hora de comer.

- Pero si lo estás haciendo estupendamente -animó Hermione a Harry, comprobando la lista y tachando los encantamientos que ya tenían bien aprendidos-. Algunos de éstos te pueden ir muy bien.

- Venid a ver esto -dijo Ron desde la ventana. Estaba observando los terrenos del colegio-. ¿Qué estará haciendo Malfoy?

Fueron a ver. Draco, Crabbe y Goyle estaban abajo, a la sombra de un árbol. Los dos últimos sonreían de satisfacción, al parecer vigilando algo, mientras Draco hablaba cubriéndose la boca con la mano.

- Parece como si estuviera usando un walkie-talkie -dijo Harry intrigado. Theresa y Ron se miraron sin saber qué demonios era eso.

- Es imposible -repuso Hermione-. Ese tipo de aparatos no funcionan en Hogwarts. Vamos, Harry, repitamos el encantamiento escudo.


El desayuno fue muy bullicioso en la mesa de Gryffindor la mañana de la tercera prueba. Draco acompañó a Theresa hasta el Gran Comedor esa mañana. El rubio llevaba El Profeta enrollado en su mano izquierda, mientras que la derecha la tenía entrelazada con Theresa. Draco se despidió de ella en la puerta del Gran Comedor, pero cuando la chica creía que Draco se encaminaría a la mesa de las serpientes, notó que andaba pisándole los talones, hasta que ambos llegaron a la mesa de Gryffindor.

- ¡Eh, Potter! -le dijo Draco-. ¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿Estás seguro de que no te vas a poner furioso con nosotros?

Theresa frunció el ceño y miró a Draco, el cual ya tenía su ejemplar de El Profeta abierto, con una fotografía de Harry en la portada bajo el titular: HARRY POTTER, TRASTORNADO Y PELIGROSO.

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