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Al despertar Theresa la mañana del domingo, halló el dormitorio resplandeciente con la luz del sol de invierno. Miró la cama de Hermione y esta no estaba. Se vistió y bajó a desayunar. Encontró a Harry por los pasillos.

- Hola, Harry -sonrió la chica-. ¿Ya está bien tu brazo?

- Sí... Por cierto, ¿no has visto a Ron ni a Hermione? -preguntó Harry. Theresa quitó su sonrisa.

- No. Hermione ya no estaba cuando he despertado -contestó simplemente la chica y pasó por al lado de Harry, dejándolo atrás.

- Theresa... -dijo este.

- ¿Sí? -preguntó la chica, creyendo que le diría algo más.

- Si los ves diles que los estoy buscando -dijo y siguió su camino. La chica bufó.

Se sentó sola en la mesa de Gryffindor.

- Buenos días -dijeron Fred y George al unísono, sentándose cada uno a un lado de Theresa. Fred aún no miraba mucho a la chica, pero notó como el pelirrojo dirigía rápidas miradas a su muñeca, ya con pocos moratones.

- Buenas -contestó Theresa, virtiendo un poco de jugo de calabaza en su copa. La noticia de que habían atacado a Colin y de que este yacía como muerto en la enfermería se entendió por todo el colegio durante la mañana. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.

Ginny, que se sentaba junto a Colin en Encantamientos, estaba consternada, pero a Theresa le parecía que Fred y George se equivocaban en la manera de animarla. Se turnaban para esconderse detrás de las estatuas, disfrazados con una piel, y asustarla cuando pasaba.


Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades. Harry, Ron y Hermione firmaron en la lista; habían oído que Malfoy se quedaba, lo cual les pareció muy sospechoso. Theresa decidió irse a casa, pues no quería formar parte de la misión "Poción multijugos".

- ¿No te quedas? -preguntó Draco, al ver que Theresa no estaba con la pequeña multitud alrededor de McGonagall.

- Oh, no, iré con mis padres, quizás viajemos a Georgia. Estaría bien que vinieras -dijo la chica, mirando los ojos plateados de su amigo. Algunos estudiantes los miraban, pero al parecer a Draco no le importaba esta vez. Harry, Ron y Hermione ya habían apuntado sus nombres en la hoja.

- No puedo ir, debo quedarme en el colegio. Mi padre quiere que investigue sobre el heredero de Slytherin, ya sabes -rió levemente, haciendo sonreír embobada a la chica. No sabía qué le pasaba así que se dio una bofetada interna y volvió a la realidad.

- Bueno, te pido que tengas cuidado y que no te fíes de todo el mundo. A veces las apariencias engañan -sonrió la chica-. Espera mis regalos, te van a encantar -le dio un beso en la mejilla al chico y fue a la sala común de Gryffindor cuando vio que Ron, Harry y Hermione se dirigían hacia ellos con el ceño fruncido y cuchicheando entre ellos.



En la clase de Pociones, todo iba bien hasta que el caldero de Goyle explotó, rociando a toda la clase con una poción infladora. A Theresa le salpicó en los labios, convirtiéndolos del tamaño de salchichas. A Draco en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón. Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Theresa lloraba porque le ardían los labios.

- ¡Silencio! -gritaba Snape-. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...

Theresa se dirigió junto a Draco hacia la mesa de Snape. Se tomó un trago del antídoto y su gran hinchazón remitió. Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo unos restos negros y retorcidos. Se produjo un silencio repentino.

- Si averiguo quién ha arrojado esto, me aseguraré de que lo expulsen -Snape miraba a Harry, y la campana sonó. Theresa sabía que habían sido ellos, y miró a Harry con decepción. Todavía tenía lágrimas en sus ojos de lo que le dolían los labios. Esta vez se habían pasado.



Unas semanas más tarde, Theresa cruzaba sola el vestíbulo cuando vio a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan le hacía señas, entusiasmado.

- ¡Van a abrir un club de duelo! -dijo- ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir una clase de duelo, podría ser útil en estos días...

Theresa también estaba entusiasmada, así que aquella noche, a las ocho, se dirigió deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas habían desaparecido y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas. Theresa portaba su varita.

- Me pregunto quién nos enseñará -oyó a Hermione unas filas detrás de ella, junto a Harry y a Ron.

Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.

- ¡Venid aquí, acercáos! ¿Me ve todo el mundo? -dijo Lockhart-. El profesor Dumbledore me ha concedido el permiso para abrir este modesto club de duelo. Permitidme que os presente a mi ayudante, el profesor Snape. él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha accedido a ayudarme con una pequeña demostración antes de empezar.

Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.

- Uno... dos... y tres...

- ¡Expelliarmus! -gritó Snape. Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo. Draco y algunos otros de Slytherin vitorearon. Lockhart se puso de pie con esfuerzo-. ¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es tan amable de ayudarme...

Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin Finch-Fletchley y a Theresa con Dean Thomas. Ron estaba con Seamus, Hermione con una chica de Slytherin y Harry con... Draco.

Aquí van a haber problemas.

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