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Theresa miró sorprendida a Fred y George, que también estaban atónitos. Luego, dirigió su vista a Harry, que estaba frente a ella, entre Ron y Hermione. Harry estaba pálido y tenía la mirada perdida, como si le hubieran lanzado un encantamiento aturdidor. Nadie aplaudía. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que estaba inmóvil, sentado en su sitio.

- Yo no puse mi nombre -dijo Harry, mirando a Ron, Hermione y Theresa confuso-. Vosotros lo sabéis.

Los tres le devolvieron la misma mirada de aturdimiento.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

- ¡Harry Potter! -llamó-. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

- Vamos -le dijo Hermione a Harry, dándole un leve empujón.

Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó hasta la mesa de los profesores, tuvo unas cortas palabras con Dumbledore y se metió en la sala contigua. Cuando cerró la puerta, el Gran Comedor estalló en murmullos. Theresa estaba petrificada.

- ¿Cómo lo ha hecho? -preguntó George.

- Sabía la solución y no nos la ha dicho -se quejó Fred.

- Traidor -dijeron los dos al unísono, pero luego soltaron una carcajada. Theresa tenía la vista fija en Hermione, y ella también la tenía en Theresa, como si quisieran hablar telepáticamente.

Luego de eso, los mandaron a todos a las salas comunes. Harry y los demás campeones aún seguían en la sala, junto a Dumbledore, McGonagall y Snape. Ron estaba de un humor de perros, mientras que Hermione estaba hiperactiva y Theresa estaba confundida. Cuando llegaron a la torre de Gryffindor, todos se quedaron celebrando en la sala, pero Theresa, Ron y Hermione subieron a sus respectivas habitaciones. Theresa y Hermione no hablaron nada, ni siquiera se desearon buenas noches. Theresa sólo quería que pasara la noche para hablar con Harry.


Al día siguiente se levantó muy temprano para ir a desayunar. Se comió tres cuencos de gachas de avena y envolvió arias tostadas en una servilleta para llevárselas a Harry. Dejó a Ron y a Hermione en el Gran Comedor, y se encaminó a la sala común. Cuando estaba a punto de pasar por el retrato, se encontró de cara con Harry.

- Hola -saludó ella, mostrándole las tostadas-. Te he traído esto... ¿Quieres dar un paseo?

- Buena idea -le contestó Harry, agradecido.

Bajaron la escalera, cruzaron aprisa el vestíbulo y recorrieron a zancadas la explanada en dirección al lago. Era una mañana fresca, y no dejaron de moverse, masticando las tostadas, mientras Harry le contaba a Theresa qué era exactamente lo que había ocurrido después de abandonar la noche anterior la mesa de Gryffindor. Theresa aceptó su versión sin un asomo de duda.

- Bueno, estaba segura de que tú no te habías propuesto -declaró-. ¡Si hubieras visto la cara que pusiste cuando Dumbledore leyó tu nombre! Pero la pregunta es: ¿quién lo hizo? Porque Moody tiene razón, Harry: no creo que ningún estudiante pudiera hacerlo... Ninguno sería capaz de burlar el cáliz de...

- ¿Has visto a Ron? -la interrumpió Harry. Theresa dudó.

- Eh... sí... está desayunando con Hermione.

- ¿Sigue pensando que yo eché mi nombre al cáliz?

- Bueno, no... no creo... no en realidad -contestó Theresa con incomodidad.

- ¿Qué quiere decir <no en realidad>?

- ¡Ay, Harry!, ¿es que no te das cuenta? -dijo Theresa-. ¡Está celoso!

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