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Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves, y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.

- Perfecto -dijo en tono sombrío Harry-. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.

A Theresa se le atragantó su propia saliva.

- No sabes aún si vas a hacer un papelón -dijo Ron-. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.

- Es realmente bueno -dijo la castaña inconscientemente, haciendo que sus dos amigos la miraran confundidos.

- ¿Y eso cómo lo sabes? -preguntó Harry. Parecía molesto. Theresa echó un vistazo por la sala común. Estaba vacía, excepto por algunos alumnos de sexto y séptimo.

- Él y yo nos conocemos de toda la vida -contestó mientras escribía sus deberes en el pergamino.

- ¿Seguís siendo amigos? -preguntó Ron. Theresa los miró.

- Los mejores -suspiró-. O así era hasta llegar aquí.

En el desayuno, un lechuzón le entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.

- ¡Es una Recordadora! -explicó-. La abuela sabe que olvido cosas y esto te dice si hay algo que has olvidado de hacer.

- Si se vuelve roja es que has olvidado algo -dijo Theresa al ver que el humo blanco ahora era rojo.

Neville estaba tratando que recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco Malfoy, que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor, le quitó la Recordadora de las manos.

Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un motivo para pelearse con Malfoy, pero la profesora Mcgonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.

- ¿Qué sucede?

- Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.

Con aire ceñudo, Draco dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.

- Sólo la miraba -dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.

Aquella tarde, a las tres y media, Theresa, Harry, Ron y los otros Gryffindors bajaron corriendo los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo.

Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas, cuidadosamente alineadas en el suelo. Theresa había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

- Bueno, ¿qué estáis esperando? -bramó-. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Theresa miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.

- Extended la mano derecha sobre la escoba y decid arriba.

- ¡ARRIBA! -gritaron todos.

La escoba de Theresa saltó de inmediato en sus manos, pero fue una de las pocas que lo consiguió. Harry y Draco también lo habían logrado.

Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla.

Harry y Ron se alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Draco que lo había estado haciendo mal durante todos estos años.

- Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada -dijo la señora Hooch-. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...

Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.

- ¡Vuelve, muchacho! -gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella... Cuatro metros... seis metros... Theresa le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear, deslizarse hacia un lado de la escoba y...

BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista. La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.

- La muñeca fracturada -murmuró-. Vamos muchacho... Está bien... A levantarse.

Se volvió hacia el resto de la clase.

- No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts en menos de lo que se dice quidditch. Vamos, hijo.

Casi antes de que pudieran marcharse, Draco ya se estaba riendo a carcajadas.

- ¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?

Los otros Slytherins le hicieron coro.

- ¡Cierra la boca, Malfoy! -le gritó Parvati Patil, que se encontraba detrás de Theresa.

- Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? -dijo Pansy Parkinson con rostro duro-. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.

Theresa sintió unas ganas tremendas de tirar al suelo a Pansy.

- ¡Mirad! -dijo Draco, agachándose y recogiendo algo de la hierba-. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.

La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.

- Trae eso aquí, Draco -dijo Theresa con calma. Todos dejaron de hablar para observarlos. Draco sonrió con malignidad.

- Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué os parece... en la copa de un árbol?

- ¡Tráela aquí! -rugió Harry, pero Draco había subido a su escoba y se alejaba. Era obvio que sabía volar. Desde las ramas más alta de un roble lo llamó:

- ¡Ven a buscarla, Potter!

Harry cogió su escoba.

- ¡No! -gritó Hermione Granger-. La señora Hooch dijo que no nos moviéramos. Nos vas a meter en un lío.

Harry no le hizo caso. Se montó en su escoba, pego una fuerte patada y subió. Dirigió su escoba para enfrentarse a Draco en el aire. Este lo miró asombrado.

- ¡Déjala -gritó Harry- o te bajaré de esa escoba!

- Ah, ¿sí? -dijo Draco, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.

Luego de eso, Draco tiró la Recordadora y Harry voló en su escoba, atrapándola. Llegaron a tierra firme y, mientras todos felicitábamos a Harry, la profesora Mcgonagall llegó.

- ¡Harry Potter! Nunca... en todos mis años en Hogwarts... ¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...

- No fue culpa de él, profesora...

- Silencio, Theresa.

- Pero Malfoy...

- Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.

En aquel momento, Theresa pudo ver el aire triunfal de Draco, Crabbe y Goyle, mientras Harry andaba tras la profesora, de vuelta al castillo.

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